El Convento de los Padres Oblatos es otro lugar de Romo que ya ha desaparecido. Este Convento estaba situado en las casas de Remar, aproximadamente entre las calles Santa Eugenia, Urkizu y Alonso de Romo. Los Padres Oblatos compraron esta finca propiedad del Sr. Camaño.
Instalaron en ella un convento. Abrieron la capilla privada al culto público: pero el acceso a la misma era incómodo y el local reducido.
En 1934, invitadas por el entonces Párroco de Las Mercedes, D. Manuel Escauriaza, llegaron a Romo las “Hijas de la Unión Apostólica”.
Construyeron la casa-convento y la capilla “Ntra. Sra. de los Ángeles”. que se inauguró en 1935. Comenzó a funcionar como “anexa” de Las Mercedes. Estaba servida por un sacerdote de la parroquia. Con donativos de personas de Las Arenas, a ambos lados de la capilla, se construyeron dos edificios: uno, para escuela de enseñanza primaria, y fuera de las horas de docencia, para atenciones asistenciales; y otro, para “Casa de Ejercicios” y vivienda para el capellán.
Hasta aquí los datos históricos. Desde este punto los datos son simplemente recuerdos de una época ya pasada.
El convento de los Oblatos fue también lugar de encuentro de los vecinos de Romo y lugar de juego de los niños entre los años 50-60.
La finca de los Oblatos tenia el siguiente aspecto: A su entrada, por la calle Sta. Eugenia, y a la izquierda se encontraba un amplio frontón. En la zona derecha del camino hacia la Capilla estaba un campo de fútbol, testigo de encuentros entre vecinos y seminaristas. A la izquierda del camino y tras un amplio arbolado se encontraban lo que pudieron ser en su día cuadras o caballerizas.
En estas cuadras los Oblatos, orden misionera, solía celebrar, en una época del año una tómbola en la que sorteaban diversos objetos y exponían, cual museo, objetos traídos de las misiones, fundamentalmente útiles de los esquimales, dientes de foca, mandíbulas de pez espada, trajes de iñuit, etc. Esta tómbola era muy visitada por todos los vecinos del Barrio, hay que tener en cuenta que en esos tiempos, los lugares de diversión eran escasos, aun no había empezado la tiranía de la televisión.
Entrando por el camino mencionado, y al final del mismo, se hallaba una enorme campana, objetivo por las noches, de todos los niños del barrio, era una autentica odisea el saltar la tapia que hacia el cierre de la finca y tocar la campana, lo que provocaba la ira de los frailes y el regocijo de los niños. Para dificultar el acceso a los niños, los frailes recibían con mortero cachos de cristales, no obstante esto no era un problema para poder acceder, ya que los niños golpeando con piedras los cristales dejaban el acceso expedito.
Tras esa campana estaba el edificio conventual y la Capilla, la cual tenia acceso por la entonces calle General Echagúe (Hoy Urkizu).
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