En
la anterior entrada veíamos cómo las relaciones vecinales no
siempre eran fáciles, los vertidos y alcantarillado no eran cómo
los actuales y muchas veces provocaban enfrentamientos, ya que cada
cual los vertía según su criterio. Y las actividades que
desarrollaba la sociedad de Salvamento de Náufragos en nuestra ría.
El
18 de mayo de 1885 aparecía un articulo en el “Noticiero Bilbaíno”
firmado por un tal “Lesmes”, en el que hablaba de un viejo
conocido del que ya he tratado en estas paginas, el Puerto de
Algorta: “...«Mucho
ha prosperado en estos últimos veinte años el barrio de Algorta, en
el municipio de Guecho, debido a variedad de circunstancias, y
especialmente a la iniciativa de los dignos Ayuntamientos que se han
ido sucediendo; pero mucho más ha de prosperar, en menos tiempo, si,
como es de esperar, se lleva a cabo el nuevo puerto proyectado y
decretad o por las Cortes. Los pequeños puertos de mar viven en la
actualidad o de la concurrencia que en verano atraen sus playas, o de
la riqueza que parte de sus moradores arrancan al mar. Para lo
primero, cuenta Algorta con playas que rivalizan con las mejores del
reino y aún del extranjero; para lo segundo, esto es, para la pesca
en gran escala, fáltale un puerto que a la vez que preste todas las
seguridades posibles, proporcione al gremio de pescadores todas
ellas»...”
El
articulista, a continuación ensalzaba las comodidades y
comunicaciones de esta población con la Villa de Bilbao y hablaba de
los temporales que asolaban esta costa: “...«Nadie
que haya vivido o viva en estas costas ignora que la mayor parte de
las borrascas que se levantan en ella provienen de los vientos del
cuadrante N.0. Pues bien; resguardado como se encuentra el nuevo
puerto de los citados vientos por su muelle principal y por la
prominencia llamada Castillo, fácilmente se comprende que preste
seguro abrigo y buena entrada a las embarcaciones que a él se
dirijan buscando resguardo y salvación en días de tormenta. Lo
expuesto basta para probar las inmensas ventajas que el nuevo puerto
prestaría a los pescadores del litoral que quisieran radicarse en
Algorta»…”
Y hecha esta presentación de las bondades de un nuevo Puerto,
continuaba haciendo una visión de las ventajas, que para él, el
mismo traería a Getxo, entre otros el aumento de población:
“...«Hasta
la fecha, Algorta no cuenta con industria alguna que le dé vida
propia: hecho el puerto, es de esperar que se establezca la
fabricación de conservas y escabeches, que tan buen resultado ha
dado en los puertos vecinos. Esta industria, igualmente que la pesca
de que se alimenta, necesita brazos que, no habiendo aquí los
suficientes, tendrían que venir de fuera. Dadas las condiciones del
nuevo puerto, es innegable que la emigración tendría que ser
considerable, y de aquí que el pueblo aumentase sus arbitrios, por
cuanto el consumo sería mucho mayor. Así convertirán a esta
barriada en reina y señora del abra de Portugalete, y en oasis de
recreo preferente para propios y extraños»…”
Días
más tarde, nuevos defensores del Puerto acudían a la prensa para
defender la necesidad del mismo, con alabanzas a la historia
comercial que Bizkaia había tenido: “...«A
sus glorias marítimas que le habían reservado un lugar distinguido
en las páginas de nuestra historia. Cómo así lo comprendieron
nuestros antepasados excursiones dedicándose a la pesca de la
ballena. Así, cómo cuando empezó la navegación a verificar el
transporte de mercaderías. A partir de las cuales se empezó a
barajar la necesidad de lugares que abrigaran a las naves de las
tempestades, y que facilitaran la carga y descarga de dichas
mercaderías…”
Cada uno desde sus propios intereses, animaba para que el nuevo
Puerto fuera una realidad en breve.
Algunas
de las miradas que aquellos complacientes e interesados defensores
hacían, llegaban a alabar la ría y sus pueblos a medida que venían
bajando desde Bilbao hacía Las Arenas y Algorta. Durante los últimos
días de junio, no faltaba día, en el que algún escritor no
dedicara un pasaje de admiración hacia nuestro Pueblo: “...«Llego
ya a las externas y apacibles llanuras de Lamiaco, y quiero
descansar a su entrada, porque al penetrar mañana en los frescos,
dilatados y sombríos pinares, y en el dédalo de hermosas quintas y
elegantes casas de vecindad de Las Arenas, justo será que no lo haga
fatigado, tanto más cuanto no he de terminar este viaje por la
margen derecha del Ibaizabal, sin llegar a la blanca, a la hermosa
pulcra Algorta»...”
Lugares
comunes que recordaban el crecimiento de nuestros barrios,
precisamente en una carta a un amigo de Teruel, uno de nuestros
vecinos, recordaba un, entonces, asiduo visitante, y en ella
relataba: “...Querido
amigo: Cuando algunas tardes del otoño de 1865 usted y yo nos
metíamos en algunos de aquellos desvencijados coches que andaban de
Bilbao a Las Arenas y viceversa, íbamos principalmente a ver la
mar. Si no hubiera sido así, poco satisfechos hubiéramos vuelto,
porque entonces apenas había en Las Arenas más edificios que estos:
una casa antigua, destinada a guardar efectos de salvamento marítimo,
un alto torreón cilíndrico que había sido molino de viento, y hoy
es mirador de una gran casa adyacente a él, otra de un sólo piso
donde estaba el fondículo de Bernardino: al lado opuesto de este
fondículo, y casi a la sombra de un frondoso emparrado que subsiste
aún en triste decrepitud y abandono, una especie de pabellón
convertido en escuela, donde los días festivos había mesa redonda
que presidía constantemente D. José Jorge de Goya, juez de primera
instancia de Bilbao, gran aficionado a aquellas marismas, donde
construyó una hermosa casa en la planicie que precede a Algorta: y
por último, el barracón de madera de D. Diego de Uribarri, donde
esta buena familia debió hacer una honrada y modesta fortuna que la
permitió trocar el barracón en hermosa casa.
Si
hoy volviera usted a las Arenas, y sobre todo, si contemplara aquella
llanura desde Santa María de Portugalete, que es el mejor punto para
contemplarla, la desconocería por completo. Todos aquellos argomales
y dunas donde hace veinte años se hacían esfuerzos por arraigar los
pinos marítimos, las argomas y las retamas, son hoy frondosos y
dilatados bosques por donde el veraneador puede discurrir sin que
apenas le alcance un rayo de sol. Ya entonces se conocía que en Las
Arenas había una hermosa y segura playa a la que se daba el nombre
de “Sol de justicia”.
Mucho
antes de llegar a las Arenas, multitud de casas de campo, tanto a
orilla de la vía como llanura adentro. Al llegar al Pasaje, como
antiguamente se llamaba muy propiamente al de Las Arenas frontero a
Portugalete, ya una hermosa población en torno de una gran plaza con
jardincillos en su centro. En dirección a Algorta multitud de
excelentes edificios formando calle. A la derecha, ósea,
internándose en la llanura, muchas y lindas quintas rodeadas de
huertas y jardines, y entre ellas una linda capilla con la advocación
de Santa Ana.
Toda
aquella muralla de arena interpuesta entre la playa y el casi
impracticable camino de Las Arenas a Algorta, por donde se caminaba
penosamente oyendo y no viendo los embates del mar, ha sido arrasada
y sustituida con hermosos edificios, entre los que domina el
magnifico de los Baños de Mar Bilbainos.
El
camino de Algorta, que realmente no era tal camino, sino una huella
longitudinal que desaparecía bajo la arena apenas desaparecían los
pies que la formaban, es una cómoda carretera por donde se dilatan
los carriles del tranvía de Bilbao a Algorta.
Si
usted me acompañara en este viaje, al dirigirnos a Algorta no
experimentaría tanto como en Las Arenas el descubrimiento, pero si
aun en mayor grado el encanto. Ya Algorta, cuando usted anduvo por
ella, era populosa y linda y alegre, porque data de los tiempos que
siguieron a la terminación de la primera guerra civil carlista. A
los ojos del que penetra hoy en ella, no da el aspecto de una ciudad
populosa, sino por el apiñamiento de sus caseríos, por la
suntuosidad, por la alegría y por la pulcritud de este barrio.
Quizá
es Algorta el único pueblo donde el que lo visita por primera vez y
sólo lo ve por fuera, cree que allí todos son ricos ó poco menos.
Si hay allí pobreza, se lava todos los días con agua del arroyuelo
y esconde sus harapos con flores del campo, cosas ambas que no
cuestan dinero y de que, sin embargo, no suelen hacer uso los pobres.
Apenas
se deja el llano donde surgen de la arena los lirios marinos y los
tamarices, para ascender a las colinas donde los sustituyen las
siemprevivas, el poleo y la zara-rosa, empiezan los verdaderos
palacios por la hermosa y gran Fonda San Ignacio, rodeada de jardines
y con vistas que no llamo admirables porque no son excepción de casi
todas las demás de Algorta, dignas de aquel calificativo.
Apenas
tiene el pueblo más que una calle, pero esta vale por muchas, porque
para ir desde el lindísimo templo consagrado a San Ignacio de
Loyola, que se esta levantando a su principio, hasta la magnífica
Iglesia parroquial que se ha levantado a su termino, despues de que
usted anduvo por allí, se necesita mucho tiempo que se hace muy
corto mirando a un lado y otro. Algorta, donde casi todos los
edificios son blancos, la playa tenia un gran pero, pero ya no lo
tiene, se comunica el bañista no por derrumbaderos como hace veinte
años, sino por un suave camino-paseo que no excluye ni aun a
carruajes como aquel que trajo de Madrid un amigo mío y no le sirvió
ni aun para viajar de Bilbao a las Arenas»...”
Aquella bonita y enamorada descripción del Pueblo nos hace, ciento
treinta y tres años más tarde, descubrir cómo era en aquellos
tiempos pasados, parte de nuestro Municipio.
En
la próxima entrada veremos cómo el consistorio de Getxo protestaba
por la venta de solares de propiedad comunal de 1865. Y la llegada
del nuevo Ayuntamiento.