Los
guateques, fiestas alegres y divertidas de una época en la que casi
todo estaba prohibido. Se celebraban en petit comité, casi de forma
selectiva y clandestina. Antes se bailaba en la Plaza del pueblo, en
el caso de Getxo, en la plaza de San Nikolas de Algorta, y los
benditos días de lluvia en el frontón de dicha plaza, era el
momento del baile a lo agarrado y la emoción del achuchón te
paralizaban los latidos.
Al
comienzo de los años 60 no había discotecas. Se bailaba en festivos
en los “txitxarrillos” de los pueblos y los jueves
también en Portugalete. Una de las formas de diversión era
organizar guateques. Se les llamó así porque se celebraban en casas
o locales particulares (garajes, lonjas o locales sociales) y estaban
restringidos al círculo de amistades de los organizadores. Lo
esencial era disponer de un tocadiscos y de un experto musical en la
cuadrilla. Los discos eran aportados por los amigos. Había que dejar
todo preparado de víspera, fundamentalmente el tocadiscos y el
altavoz, que solía ser la tapa del mismo, las bebidas y alguna
pequeña vianda. Se celebraban con canciones de música ligera y Rock
como: “Penny Lane” de los míticos The Beatles, “Bye-by
love” de los Everly Brothers; “El rock de la cárcel” de
Elvis Presley o “I Walk the Line” de Johnny Cash. Y
otros temas de “Los Mitos”, “Pekenikes”, “Duo
Dinámico”, “Los Sirex” o “Los Diablos”.
O
de inolvidable música lenta con temas como: “Mis manos en tu
cintura o La noche” del mítico Salvatore Adamo, “Il
mondo” de Jimmy Fontana, “Mona Lisa” de Nat King
Cole; “San Francisco” de Scott MacKenzie; “ Sound of
silence o Miss Robinson” de Simon y Garfunkel; “Diana”
de Paul Anka, !Eso si que era baile!, que nos permitía
acercar las mejillas al amor de turno. Días de tímidos y furtivos
besos que luego algunos, si eran creyentes, tenían que declarar en
la fiscalía del confesionario, a poder ser, ante un cura sordo.
Tampoco había gran cosa que contar, las chicas dominaban el arte de
la distancia, colocando la mano sobre nuestro pecho a guisa de
infranqueable parapeto. Era algo estupendo, sin los padres haciendo
guardia, lejos de las miradas inquisitoriales de los adultos. Con
poco alcohol, aunque no en todos los casos.
El
momento de la música ligera, del baile suelto, transcurría lento,
se hacía eterno, como si no pasara, pero el gran instante estaba por
llegar: ¡La música lenta!. En realidad no pasaba nada,
porque ni nos atrevíamos ni nos dejaban, pero ese baile agarrado con
la chica de nuestros sueños nos hacía sentir como si estuviéramos
tocando el cielo. La música casi no se percibía, lo importante del
momento era estar abrazados. Pero antes de que estuviéramos soñando
con el cielo, la música lenta daba paso a un odioso sonido moderno,
que obligaba despegarse de la pareja dando paso al baile suelto y al
temido momento del regreso a casa. Había que llegar a las diez de la
noche como muy tarde.
Esa
moda que venía a sustituir parcialmente a los bailes en la plaza
pública, pronto arraigó en nuestro pueblo. En Getxo, muchos eran
los lugares donde se celebraban esos guateques:
EN
ANDRA MARI: Uno de los sitios célebres fue la finca de
“Basanta”. Allí Luis Basanta y su hermano Josean,
junto a una cuadrilla de Algorta y alguno de Berango, empezaron
reuniéndose en un local de la vivienda como si se tratara de un
pequeño txoko. Más tarde decidieron crear un lugar donde celebrar
unos guateques. El sitio elegido fue en la finca antes mencionada,
junto al cruce de “Venacio”, el lugar donde entre
los años 80-90, estuvo su cervecera. En ese espacio, en el lugar
destinado a cuadras, retiraron los abrevaderos que estaban a la mano
izquierda de la casa familiar, y se prepararon para adecentar el
lugar elegido para celebrar los guateques. Un vecino de la zona a
quien apodaban “Tripas”, que era albañil, fue el
encargado de levantar un muro para dividir la cuadra del lugar
destinado a los guateques. A continuación con más ganas que maña,
comenzaron a pintar y realizar dibujos alegóricos, de los que
entendían como los estados de animo de Pedro Berger, cuando veía
llegar a las chicas y cuando marchaban, no les quedó mal. Unos de
los pintores fueron Josean Basanta (+) y Andoni Deusto.
La
nueva cuadrilla de los hermanos Basanta era muy grande, formaban
parte de la misma Jorge y Alfonso Valdibielso, Javier Elorriaga,
Ozamiz y Estrade “Tigre y Pantera”, Andoni Deusto, Rafa
Sangroniz, Yulen Gorrochategui, Luis Bilbao, Ramón Landeta y Pedro
Berger; más algunas chicas Isabel Olabarria, Ana Churruca, Tere
Libano, Elisa Lopez, entre otras. Hicieron en la cuadra un sitio para
los guateques y le pusieron por nombre “El Club de los
Taleadores”. En aquel lugar, en verano, era donde se
reunían casi todas las cuadrillas de Getxo y alrededores, allí
planeaban su asistencia a otros guateques, paellas, bacaladas, bailes
de disfraces, todo lo que sonara a juerga. Por el club pasaron
juventudes de distintas edades, de allí salió mas de un matrimonio,
aunque también más de una pareja se rompió en “Los
Taleadores”.
El
espacio destinado a la celebración de los guateques era muy sobrio,
aunque disponían de una barra de bar, que tenía cocina y chimenea,
la mesa donde se instalaba el “Picku” (tocadiscos),
unos rudimentarios bancos donde sentarse y un pequeño receptáculo,
destinado a las carantoñas, para los más comprometidos: “las
parejitas”. Como elementos decorativos en el centro del
local plantaron un árbol y de la playa de Azkorri levaron unas
vertebras de cachalote, que hacían las veces de asientos.
La
música seleccionada para aquellos guateques era de ritmo melódico,
preferentemente compositores italianos. El responsable de su
selección era Alfonso Valdivielso. Allí sonaban canciones de
Domenico Modugno “Volare”, “La estanza e' como il
vento”, “Piove” y “ Dio, come ti amo”; otras de Antonio
Prieto como “La Novia” y como no las inefables “Diana” y
“Tu cabeza en mi hombro” de Paul Anka. Más tarde una de
las chicas, que llegó de Francia, Ana Asua les enseño el ritmo de
moda en la época del “Twist”.
Las
bebidas las adquirían en el establecimiento cercano de Mardaras, en
el cruce de Venancio, y donde Luma en la calle Amesti de Algorta, por
supuesto a granel. Una de las más demandadas era la llamada “Cap”,
que preparaban en un cuenco grande tipo ensaladera, cuya formula de
preparación llevaba entre otras cosas vino (de no muy buena calidad
“Ardau”), Kas de limón, Ginebra, ron, manzanas y
naranjas en dados, y alguna otra exquisitez: “...que la gente
iba añadiendo según pasaba..., !una bomba!...”,
las encargadas de prepararla eran las hermanas Basanta, Maite e
Isabel. La comida más bien escaseaba: “...salvo en una
ocasión. El alero de la casa de los Basanta estaba plagado
de palomas, que bombardeaban la zona constantemente, su madre harta
de aquellos artilleros alados las mató e Isabel las cocinó: “...!La
salsa estaba muy buena!, pero las palomas un poquito duras...”.
De allí salió una mezcla de saludo e improperio que aun recuerdan
muchos de aquellos jóvenes que hoy peinan canas “Ailifoti”.
Una
de las cuadrillas que acudían a esos encuentros, eran jóvenes
nacidos en torno a mediados de los años 40, que según recuerda uno
de sus miembros: “...empezamos casi por envidia de los que
celebraban los Guereñu, en los bajos de una antigua casona junto al
edificio de telefónica, en San Nicolas, un local al que llamaban
“Bataclán”, en la finca de Pascual Urresti...” En
Andra Mari consiguieron reunir tanta gente o más que en Algorta.
Acudían jóvenes de diferentes edades, siendo los anfitriones los
hermanos Basanta. Una de las cuadrillas que solía acudir a aquellas
fiestas era de Algorta, la cuadrilla de La Plaza, de la que a
continuación hablaremos.
EN
ALGORTA: Se celebraron en varios locales, uno de ellos ya lo he
comentado anteriormente el “Bataclán”, en el se
solían juntar Josetxu Raluy (+), Celaya, Mota, Vela (+), Salaberri,
Artola (+) y otros jóvenes de la época. El otro estaba situado en
la “Calle Nueva” (actual Musike Aurrekoa). La
cuadrilla que allí se reunía fue una de las de la “Plaza”,
entre sus miembros estaban: Jaime Ayo, Tomas Lekanda, Patxo Zárraga,
Angel Astorki, Joseba Bueno, Luisje Saitua, Javi Bueno, Joserra
Elorriaga y “Tolín” de la zona del castillo, Iñaki Sarria, Juan
Luis Madariaga, Gerardo Bilbao, Jose I. Franco, Julio Jaén, Iñaki
Isasi, Iñaki Ortiz, Pedro Celaya,Juanjo Sarría y Mikel Zabala .
En
un principio el lugar de reunión fue en Galarene, en un antiguo
gallinero, en la casa de los Lekanda, el cual durante un verano
entero adecentaron y pintaron, a pesar de lo cual: “..teníamos
dudas de que las chicas acudieran a un lugar, entonces tan alejado,
pero no obstante éramos optimistas...”; pero el lenguaje
que utilizaban para comunicarse entre ellos no debía ser muy
adecuado para los vecinos, !soltaban muchos tacos! y la
vecindad se sentía incómoda, lo que obligó a que tuvieran que
dejar la zona.
Se
trasladaron a una casa sin habitar que consiguió uno de los amigos,
Jaime Ayo. El nombre de aquella edificación era “Villa
Danelis”, estaba casi al final de la calle, a la izquierda,
cerca de la casa de los Camiruaga. Esas casas las hicieron los
“Capitanes de la marina mercante” en forma de
cooperativa. Tenía un estilo un poco inglés con casas de dos pisos.
Al principio era un lugar de encuentro de la cuadrilla, sin chicas,
hasta que como dice uno de sus miembros: “...nos dimos cuenta
que el mundo giraba y teníamos que acercarnos a las chicas...,
así que vimos una solución para aquella aproximación en el
incipiente mundo de los guateques, que entonces empezaban a
florecer...”.
Los
principios no fueron fáciles: “...con dieciséis años, todo
lo que nuestra alma pedía estaba en guerra con la educación
recibida, de ese conflicto se suele salir más o menos mal, pero se
sale...” Al comienzo tuvieron algunos problemas para
conseguir que las chicas se animaran a participar. Por entonces
corrió el fatal rumor de que en la zona de Neguri-Las Arenas habían
acontecido, en unos guateques, unos lamentables hechos, que por
añadir alguna sustancia a las bebidas, provocó el embarazo no
deseado de alguna de las asistentes, lo cual hizo que muchas chicas
se retrayeran de acudir a los mismos: “...!lo que nos
faltaba!…” Era la época en que la amenización de los
bailes en la plaza corría a cargo de la Banda Municipal y la
Orquesta Monserrat, y había que agudizar el ingenio, debido a los
escasos recursos: “...Falsificábamos los tickets de baile,
eran de cartón y se colocaban con un alfiler en la solapa de la
chaqueta... En nuestro local recortábamos cartones de
la misma medida y con una patata copiábamos el sello de la
orquesta..., Así, provistos de ese escudo gratuito,
nos dirigíamos a la plaza...”.
Poco
a poco fueron consiguiendo amigas que se acercaran a aquellas
fiestas, sobre todo chicas que acudían a bailar a la plaza de San
Nikolas. Al explicar cómo conseguían atraer a las chicas,
utilizaban casi términos marineros: “...nuestro caladero era
la plaza, no era fácil ligar en aquellos días, así que, sin que
esta expresión suponga nada de peyorativo, recurríamos a pescar
entre las chicas de servicio, que al no tener las familias cerca,
eran algo más desinhibidas, si se puede decir eso, ya que la época
tenía un cóctel represivo en cuanto a la moral importante...”
Se producía un fenómeno curioso: “...Las chicas de Algorta
veían con buenos ojos a los veraneantes y nosotros a las veraneantes
y las chicas de servicio..., Para recabar fuerzas
necesitábamos un catalizador, así que subíamos hasta el Bar
Areatxu o Artatxori donde el tormentoso Juanito Arenaza nos instruía
entre vinito y vinito...”.
Al
hablar de las bebidas cuentan: “...eran fundamentalmente
refrescos, al menos a la luz, pero a escondidas llevábamos algo de
“metralla”, que adquiríamos en “Vinos y licores Luma”, que
estaba en la calle Amesti de Algorta, cerca del Bar Itxaso, se
compraba a granel....” En cuanto a las viandas, también
escasas: “...no teníamos las cuentas muy saneadas por
aquella época..., poníamos patatas fritas,
aceitunas..., eso si, lo que nunca faltaba eran una un
bandeja con cigarrillos rubios y negros que colocábamos en una
mesa..., Fumar representaba patente de corso para
copiar a los mayores...”.
La
decoración, muy sobria, consistía en algunos sofás, alguna mesita
y el imprescindible tocadiscos. La descripción del local, cuando
menos resulta curiosa: “...disponía de tres espacios
diferenciados, lo eran en función de la iluminación, el primero muy
iluminado para los neófitos, allí podían libar y oír música a
placer; el segundo con algo menos de luz era para las parejas aún
sin consolidar y el tercero, ese si, oscuro, sin luz, para las ya
consolidadas... La ilusión nos hacia creer que
podíamos progresar al revés que la humanidad, ella ha venido de la
oscuridad a la luz y nosotros pretendíamos hacer lo contrario...”
En cuanto a la música: “...nos encantaba el estilo romántico
de las canciones de Adamo, permitían bailar juntitos, los ritmos más
modernos de los Beatles nos parecían maric...” Más tarde
y gracias a algunas amigas que acudían a sus guateques, su radio de
acción se amplió a Bilbao y Plentzia. Eran los inicios de las salas
de fiestas, que se prodigaban por doquier. En Getxo las de referencia
eran Tamarises e Igeretxe, así que ese mundo privado fue dejando
paso a otro diferente, más social.
También
se celebraron guateques en otros lugares del municipio, como Neguri,
Romo y Las Arenas, pero esos los dejaré para más adelante.
Recordar
esos momentos me trae al recuerdo una de las canciones de la época
“El último guateque”, y como la misma decía:
“...Quisiera detener el tiempo en un instante y volver a
imaginarme los momentos del ayer...” Este pequeño recuerdo
de aquellos días no ambiciona tanto, pero si recordar esos instantes
de: “... las tardes del domingo, escuchando aquellos discos
que no dejan de sonar...” Aquella modalidad de diversión
fue el principio del fin de los bailes de la plaza pública, luego
llegarían las salas de fiestas y el final del maravilloso baile
agarrado. Fue en una época en la que la televisión aún era un
experimento y los cines casi la única diversión comunitaria.