Ocho de marzo, fecha en la que se conmemora el “Día Internacional de la Mujer”, es un buen día, que debiera durar de todo el año, para preguntarse ¿Pero ha variado mucho el rol que esta sociedad ha asignado a la mujer?. Y la respuesta lamentablemente, a pesar de los avances logrados por su lucha, es todavía NO.
Pero para ver de donde venimos y como estamos, y de la injusticia histórica que se ha cometido con nuestras madres y compañeras, en la que nosotros hemos participado por pereza o comodidad, y cual es el legado que vamos a dejar a nuestras h@js, conviene recordar como era, y no tan lejano, el trabajo de nuestras madres, más si estas pertenecían a la clase trabajadora.
En los años 40-50 del pasado Siglo XX, el trabajo de la mujer comenzaba con la llegada del alba, a veces antes: En primer lugar preparando el desayuno del marido, aunque ya antes habían preparado la ropa que iba a llevar al trabajo, además del resto de la ropa de la casa; luego llegaba la hora del desayuno y ropa de la prole. Pero hay no acababa sus rutina matinal, le seguía la limpieza de la casa (no había lavadoras, lavavajillas, ni aspiradoras), de los enseres domésticos (platos, tazas, vasos, etc.), preparación de la comida, limpieza de ropas para el día siguiente, compra de alimentos.... y un largo etcétera. Era aquello que eufemísticamente daban en llamar “labores propias de su sexo”.
Pero la maldición del trabajo femenino no había terminado con esas tareas, muchas, si eran de familias humildes, hasta la llegada del colegio de los hijos, emprendían un largo y agotador peregrinaje para realizar trabajos extras fuera de su casa, bien arenando escaleras rodilla en tierra, sirviendo en casas ajenas como costureras, peinadoras, lavanderas, planchadoras; también a lo largo del día como taquilleras de cines o servicios públicos, como vendejeras en los mercados a los que acudían a lomos de sus asnos.
Y mientras los varones de la casa esperaban que la mujer les pusiera el plato en la mesa, esperaban estoicos leyendo el periódico. Aquella difícil asignatura del trabajo de la casa era “competencia” exclusiva de la mujer. En definitiva, se les había asignado la función de mujeres dedicadas a las tareas domésticas, garantes de la reproducción y responsables del bien estar familiar. Mujeres que por sus trabajos extras fuera de la casa recibían un pequeño salario que servía de ayuda a la mísera economía familiar.
Y a pesar de las luchas feministas, cuantas hoy siguen con esa maldición del trabajo sin tiempo, echando sobre sus espaldas, tras el trabajo fuera de casa, las “labores propias de su sexo”, encubierto en eso de “es que tu lo sabes hacer mejor”.
!MOVILIZARSE PARA TRANSFORMAR
UN MUNDO INJUSTO!
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