El Bar Amaya de Romo, situado en la calle Santa Eugenia, era un clásico de la hostelería en los años 50-60. Era de aquellos establecimientos regidos por auténticos profesionales de la hostelería, gentes que sabían de su profesión y que hacían del gremio una autentica escuela de bien hacer, hosteleros de autentica vocación.
Luis y Vicente Mendoza, eran hermanos, lo cogieron en el año 1958, hasta entonces lo regentaba una familia de Erandio. Era la época en la que se construyo la estación de Romo, desapareciendo la de Las Arenas, entonces el ferrocarril entraba hasta el corazón de Las Arenas.
Vicente, en la foto superior, había trabajado en “Los Tamarises”, el bar “Pacho” del Arenal, “El Abra” de Hurtado de Amezaga, en calidad de encargado, le llamaron de Castro Urdiales y abrió y regento el “Texas” durante tres años, luego regento también el bar del Real Club Jolaseta de Neguri durante nueve años.
Luis, que era todo un personaje, calvo, delgado, alto y muy socarron, por su parte trabajo en el Miami de Hurtado de Amezaga, esto nos da una idea de la profesionalidad de ambos. En la foto superior se ve a Luis, es el primero de la izquierda con txapela.
Solo había que ver a Luis y a Vicente, perfectamente vestidos con sus chaquetillas blancas, dominando la barra y atendiendo a sus clientes con una deferencia, propia de aquellas épocas, para ellos eran algo mas que gente que venia a dejar algo de dinero, eran sus amigos de diario, a quienes respetaban y a quienes trataban como a auténticos señores.
La barra del Amaya era una rapsodia de viandas, a lo largo de ella, disponían múltiples platillos, a cual mas apetitoso, de pequeñas tortillas de patata, canapés de ensaladilla rusa, alcachofas en vinagreta, rape que aparentaba ser cola de langosta, huevos con mayonesa, que tan bien elaboraba Mari esposa de Vicente, y un sin fin de deliciosos bocaditos, que alegraban la vista y el estomago, los fines de semana había siempre algo de marisco, mejillones, nécoras, gambas, caracolillos y cuando era época hasta percebes.
Los utensilios en los que se servia la bebida también tenían sus señas de identidad, el vino se servia con jarras de porcelana que se llenaba directamente de pellejos y en vasos de aquellos de culo gordo, denominados “txiquitos”.
Luis, “El calvo” solteron con su peculiar forma de ser era un atractivo para los niños y matrimonios, era un malabarista con los vasos y las botellas, mas hurañoue su hermano Vicente, vigilaba a los mas jóvenes, algunos hacían autenticas racias con los pintxos, esperaban a que esestuvieratendiendo la otra esquina de la barra y engullían uno detrás de otro aquellos pequeños pintxos de tortilla o ensaladilla rusa que denominaban canapés”, por cierto cuyo precio era de 1 peseta. Cuando Luis se acercaba a los “raterillos” y les preguntaba ¿Cuantos habéis comido? ellos picaros le respondían “ Tres “, y habían ingerido mas de 10 canapés, yo siempre sospeche que ya lo sabia, y que incluía en el precio algo de sus pequeñas rapiñas.
Luis solía al anochecer, sobre las nueve y media de la noche, subastar los pintxos, lo solía hacer con los que bajaban de las clases nocturnas de Gaztelueta, con un hambre que no veas, empezando por “haber si un plato de 12 pintxos nos lo dejas en 8 pesetas, luego pasaba a la mitad de precio, y siempre conseguían alguna rebaja.
Luis y Vicente solían solaparse el trabajo, habitualmente el bar lo abría Luis sobre las siete de la mañana, ya que vivía encima del establecimiento, para atender la gran demanda, en aquellos tiempos, de obreros de la construcción, que tomaban cafés y sobre todo sus cazallas, anís “El Clavel” o Chinchon y algún que otro aguardiente, entonces solía hacer mas frió que ahora. Luego a media mañana se incorporaba Vicente, que había cerrado por la noche y preparaba los pintxos y los menús.
En alguna época solían servir menús “del Día”, que empezó por aquellos años, costando 13 pesetas y posteriormente 16, los clientes solían ser del barrio y obreros de la construcción, se empezaba a construir el Romo de hoy, el menú se componía, principalmentee, de cocido o sopa, pescado deldíaa, zancarron con tomate y huevos fritos con salchichas, todo ello elaboradoo por un viejo lobo de mar quehabíaa sido cocinero en barcos de altura.
En el año 1972 traspasaron el Amaya a Luis Carbón, pero cuando Luis y Vicente dejaron el bar ya no volvió a ser el mismo Amaya, algo había cambiado y ya nunca volvimos a sentir, aquella relación cliente amigo que disfrutamos con ellos.
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