Este
año no quería dejar pasar las fiestas de uno de nuestros “barrios”,
uno de los lugares más olvidados, aunque no siempre fuera así, ya
que fue uno de los lugares de culto festivo de otras épocas, Santa
Ana.
Las
Fiestas de Santa Ana estuvieron siempre ligadas a la ermita de su
nombre, fundada por Francisca Labrocha, viuda de Máximo Aguirre, en
1864, en un espacio que tan solo era un arenal. Hoy es una zona
urbana situada en los cruces de las calle Santa Ana con Máximo
Aguirre.
La
imagen de la Santa que da nombre a la ermita fue adquirida por su
fundadora en Paris, desde 1864 hasta 1876 fue el único lugar de
culto con que contó Las Arenas. Esta ermita es patrimonio de los
herederos de Máximo Aguirre. Su fiesta se celebra el 26 de julio
siendo fiesta local del barrio.
Las
Fiestas de Santa Ana fueron unas de las más concurridas del Siglo
XIX. Las primeras referencias de la festividad aparecen en la prensa
bilbaína en 1875,
cuando la zona era denominada “La
Playa de Lamiaco”.
El diario “El
Noticiero Bilbaíno”
del 27 de julio de aquel año, refiriéndose a la celebración de esa
festividad decía: “...se
celebra la tradicional y animada romería de Lamiaco, en la que según
costumbre de otros años, tuvimos el gusto de admirar una vez más
aquel pintoresco punto en el día de la Santa…”
Y la prensa preguntaba sabedora de la respuesta: “...¿Qué
habrá mañana en las Arenas?...”
Se celebraba el día 30 la repetición de la fiesta, y llamaba la
atención el continuo ir y venir de carruajes, algunos alquilados en
las cercanías de la “Plazuela”
de Las Arenas (Actual Bizkaiko Zubia Emparantza) y los más en
Bilbao; otro de los medios de transporte era el tranvía de tracción
animal. Aún faltaban once años para la inauguración de la estación
de ferrocarril.
Al
barrio acudían gentes ávidas de fiesta, de todas partes, Bilbao
incluido, porque ofrecía lo que la prensa denominaba como: “...un
lindísimo paisaje; una brisa bienhechora que abre el apetito,
pudiendo satisfacerlo instantáneamente con manjares bien
condimentados, toda clase de distracciones para los que no tienen
otra cosa en qué pensar, que en dar gusto al cuerpo...”
Se referían al establecimiento de “Baños
de Mar Bilbaínos”,
propiedad de los fundadores de la ermita, al que solían acudir las
élites del bocho. La encargada de la atracción músical en aquellas
fechas era una orquesta denominada “La Armónica”. Entre los
refrescos que se consumían, se pueden citar como los de mayor
demanda, la cerveza inglesa y los de limón helado.
Ya
para 1891 la prensa, al referirse a las Fiestas de Santa Ana, decía:
“...Es
incalculable el número de viajeros que los ferrocarriles y tranvías
de ambas orillas de la ria trasportaron ayer, deseosos unos de
respirar las frescas brisas del mar y los más para presenciar en Las
Arenas la tan renombrada romería de Santa Ana…”
Aquel día el ferrocarril de Bilbao a Las Arenas trasportó 11.901
viajeros y el de Portugalete 15.000.
En
1893 los animadores de las romerías de Santa Ana eran la Banda de
Música de Algorta, los coros de ciegos y los pianos de manubrio, que
acudían a todas las celebraciones de Getxo.
Llegaba
1894 y las fiestas de este barrio comenzaban, como todas en la época,
en medio de un fervor festivo que atraía a vecinos de otras
poblaciones cercanas, Bilbao incluido. Celebrándolas con la
tradicional romería en la campa contigua a la iglesia de Santa Ana.
La amenización corrió a cargo de la banda de música de Getxo, de
la que no hacía mucho se había hecho cargo el maestro Millán de
Armero. La romería nocturna se celebró en la Plazuela de Las
Arenas, junto al puente Palacios (Puente Bizkaia), iluminada con
farolillos a la Veneciana. La repetición de la fiesta se celebró
el día 29 de septiembre con carreras de mujeres con cantaros en la
cabeza, diversión denominada de la “Samaritana”. Le siguieron,
por la tarde, una cucaña en la ría, seguida de un juego que
llamaban “patos enterrados”. No faltaron al anochecer los
tradicionales fuegos de artificio. Tal era la atracción de gentes de
otros aledaños, que la compañía del ferrocarril de Bilbao a Las
Arenas estableció un servicio especial con una frecuencia de 20
minutos, hasta las 21:10 horas de la noche.
La
repetición de la festividad el día 29 de septiembre resultó tan
vistosa como la del 24. La música de las romerías, los artífices
de la misma: los pianos de manubrio, gaitas, guitarristas y los
célebres tamborileros, venidos de Otxadiano contratados por el
Ayuntamiento de Algorta, que así llamaban en la época al de Getxo,
hicieron las delicias de los miles de personas que acudieron al
barrio. Era una época en la que para hacerse idea del gentío que
acudía a las fiestas baste saber lo que escribía la prensa bilbaína
sobre los transportes: “...Los
tranvía y trenes eran tomados materialmente por asalto, tanto a la
ida como a la vuelta...”
Y al igual que hoy los carteristas aprovechaban para hacer su
negocio. Así terminaba el Siglo XIX.
Las
celebraciones de Santiago y Santa Ana fueron fiestas de gran
popularidad durante los años 50-60 del pasado siglo. Su antigüedad,
con constancia escrita se remonta a finales de 1875. Tan solo habían
pasado 11 años desde la construcción por Francisca de Labroche,
viuda de Máximo Aguirre de la célebre ermita del barrio de
Areeta-Las Arenas.
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