Baskaviging,
una historia de los balleneros vascos en Islandia, contada por una
productora de audiovisuales de Algorta “Old
Port Films”. Historia peculiar
de la que forma parte una ley del Siglo XVII, promulgada por el rey
danés Cristián IV, que curiosamente permitía hasta su derogación
en abril del 2015, asesinar a los arrantzales vascos.
Baskaviging
es un documental histórico. De hecho es el primer documental de
recreación que cuenta un hecho histórico que marcó la historia de
Islandia, la isla más pobre y salvaje de Europa durante la Edad
Media. La palabra Baskaviging es islandesa y proviene de la unión de
la palabra Baska que hace alusión a lo vasco y Vigin que significa
matanza, escarnio, asesinato, muerte... Por otra parte, y referido a
la ley que permitió aquella matanza, la ley de Christian IV, la
misma permitía asesinar o ajusticiar por parte de la sociedad civil
a cualquier extranjero que alterase la paz en Islandia.
Lo
que sucedió fue que la máxima expresión de esta ley se materializó
en el dramático hecho que sufrieron nuestros ciudadanos como
extranjeros y a partir del suceso y los posteriores juicios civiles,
la ley y su aplicación de manera escrita se focalizó sobre los
vascos. No debemos olvidar que Islandia había sido asediada por
piratas y corsarios en varias ocasiones y que el campesinado de la
zona había sufrido robos y saqueos de manera habitual así como
secuestros. La ley, de hecho, especificaba que ningún extranjero
podía permanecer en la isla durante el invierno, algo por otra parte
muy comprensible. En invierno y sin comida y con extranjeros
hambrientos en una isla como aquella, los saqueos iban a producirse
sí o sí.
Para
entender esa singular aventura, antes habría que contextualizar
mínimamente la época, y la importancia de los derivados de ese
impresionate cetáceo en la economía vasca de aquellos años, ya que
era la columna vertebral de nuestra riqueza. La
“Eubalaena
glacialis”, también llamada
“Ballena de los vascos”,
cuya caza era una actividad costera que se venía realizando ya desde
los Siglos X y XI, anterior a la fundación de las villas, se
realizaba en pequeñas chalupas, con una tripulación de unos ocho
miembros.
Aunque
la pesca de este gran cetáceo se venía realizando, desde finales
del medievo, a lo largo de la costa cantábrica y gallega, las
noticias relacionadas con la pesca, que llegaron de la mano del
italiano Giovanni Caboto,
trajeron noticias a Europa de que en los mares de Terranova, había
tal riqueza pesquera, que el bacalao se podía sacar a mano. Para
entonces los Bretones, Normandos, Portugueses, habían empezado a
acudir a aquellas aguas a pescar esa especie, a la que nuestros
arrantzales llegaron para dedicarse al bacalao, pero también al gran
cetáceo.
Quizá
uno de los puntos interesantes es que son los arrantzales vascos los
que gracias a su destreza y conocimientos de la caza de la ballena se
hacen dueños y señores durante mucho tiempo de las aguas de
Terranova. Ellos son los que industrializan la caza y el procesado de
los productos derivados de la ballena generando lo que se conoce como
la primera industria en suelo norteamericano. Cazaban ballenas a
cientos y el negocio era sumamente lucrativo a la par que arriesgado.
Cuando holandeses, franceses (no olvidemos que dentro de las flotas
balleneras vascas muchas veces los marineros más apreciados eran los
vasco-franceses), normandos e ingleses entre otros vieron que los
vascos tenían el monopolio de la caza de la ballena terminaron por
expulsarlos de las aguas canadienses, dado que eran muchos más y más
fuertes en cuanto a flota y recursos se refiere. Las ballenas
comenzaron a escasear y los arrantzales vascos buscaron lugares de
pesca alternativos como Islandia, por ejemplo.
Esta
historia parte de una entrevista que realicé en mayo del 2016 a uno
de sus realizadores. Para documentar este audiovisual recurrieron a
varios historiadores y doctores, entre ellos José Antonio Aspiazu,
Xabier
Irujo
y Michael
Barkham.
El documental se estructura a través de tres vías principales,
entrevistas a los historiadores, mapas, infografías y grabados
animados, que recrean cómo se conseguía extraer la grasa de la
ballenas, y la tercera recreaciones históricas donde nos cuentan la
dureza del viaje y cómo llegaron a aquellas costas. La recreación
de los hechos la realiza un narrador que da vida a un personaje
histórico Jón
Gudmundsson,
que era el erudito de la isla, además de naturalista, que hizo
amistad con los balleneros e intercambiaba información con ellos.
Tras los desafortunados hechos, que acontecieron más tarde, escribió
un libro que se conserva en el Museo Nacional de Islandia, en el que
narra aquella matanza.
Jon
Laerdi Gudmundsson, más conocido como Jon el Sabio, era un
intelectual y erudito que vivía en la zona más pobre de Islandia:
los fiordos del Oeste. Un lugar que a día de hoy sigue igual que
hace 400 años. Él fue de los pocos que durante varios años se
relacionó con los vascos llegando a establecer una amistad con
ellos. La misma que tras la masacre le llevó a escribir, desde el
exilio en un islote del archipiélago de Westman donde cumplió
condena por brujería entre otras cosas, los sucesos de los que fue
testigo inculpando a los propios islandeses que comandados por un
sheriff corrupto y malévolo de aquella época levanto en armas al
campesinado amparado en la ley de Carlos IV para matar a los vascos.
Aquel escrito fue titulado por Jon el Sabio como Spanverjavijin:
Matanza de los Españoles.
El
documental inicia su andadura en abril de 1615, cuando doce barcos
vascos se dirigieron a aguas islandesas, pero solamente tres de ellos
se quedarían en la zona que provocó el conflicto, el resto querían
ir a Noruega y así lo hicieron para su suerte. En ese siglo el
territorio de caza de nuestros balleneros era Terranova, pero la
escasez de esos cetáceos en esos mares, les llevó a emprender la
singladura de Islandia, llegando a los fiordos occidentales de la
isla, conocidos como Spánverjavíg. Los capitanes de dichos barcos
eran Esteban de Telleria, Pedro de Aguirre y Martín de Villafranca.
Aventura
de la que ni ellos mismos sabían cómo iba a acabar, y menos aún,
como lograrían sobrevivir en aquellas tierras del norte. Les iba a
llevar a un territorio de campesinos, que debido al clima extremo no
cultivaban la tierra, su principal modo de vida era el pastoreo de
ovejas y ganado. La presencia de nuestros arrantzales, al principio
fue bien aceptada, pero finalmente se convirtió en una amenaza para
ellos. Temían que su fuente de alimentación podía ser esquilmada
por aquellos rudos marinos, que más tarde actuarían cual desalmados
vikingos. En esas tierras islandesas, los nativos solamente
aprovechaban la carne de las ballenas, que varaban en sus costas para
alimentarse y los huesos para fabricar sus viviendas.
Los
arrantzales vascos llevaban pescando en aguas islandesas desde por lo
menos 1613 si no antes. La relación entre vascos e islandeses era
fantástica y los islandeses, de hecho, necesitaban de los vascos
porque los inviernos eran tan duros que estaban deseando poder
intercambiar su carne de res por carne de ballena con los vascos y
así poder tener asegurada la comida durante el frío invierno
islandés en el que morían los campesinos como moscas. De esta
manera vascos e islandeses, fruto de esa necesidad porque los vascos
también querían comer carne de res después de estar tanto tiempo
fuera de casa, crearon un dialecto pidgin para comunicarse, un
sistema de comunicación entre el euskera y el islandés del que se
llegó a elaborar un diccionario. Se entendían en lo básico y se
llevaban muy bien. Otra cosa es que en esta ocasión la relación se
torciera fruto de terceros y a que en tiempos de necesidad el ser
humano saca su lado más oscuro. Los islandeses no pescaban ni sabían
pescar ballenas por superstición y porque en su isla no había
madera para construir barcos. Que los vascos pescasen allí era todo
un espectáculo visual y también un regalo gastronómico.
Aquellos
tres barcos se dirigieron a las aguas del Norte. Su objetivo era
pescar el mayor número posible de ejemplares, sobre todo para vender
más tarde en Europa la grasa que fundían; cada tonel de grasa
adquiría en el mercado el equivalente a 5.000 euros actuales. A su
llegada mantuvieron buenas relaciones comerciales con los nativos,
pagaban impuestos por el derecho de pesca, de desembarco en tierra
para despiezar los cetáceos, y fundir aquella grasa. Eran los jefes
tribales quienes se beneficiaban de aquellos acuerdos.
Se sabe que hasta más adelante de 1632
los arrantzales vascos conservan una relación fantástica con los
islandeses. Las relaciones prosiguieron durante muchos años tras la
matanza.
Tras
realizar una gran pesca, que les permitió llenar sus bodegas, cuando
se las daban por felices, algo pasó que fue el comienzo su atroz
final. Este hecho aconteció el 19 de septiembre de 1615, cuando una
feroz tormenta se desató en aquellas costas. La fuerza del mar
provocó que chocaran con un iceberg que los arrojó a los
acantilados islandeses. Con sus barcos destrozados, agotados y
desnutridos, la enfermedad empezó a hacer mella en sus helados y
húmedos cuerpos, en tierra y desamparados, y aunque no tuviera
justificación su forma de actuar, se vieron en la necesidad de robar
a aquellos pobres islandeses sus escasos víveres para poder
sobrevivir.
A
comienzos de siglo se habían sucedido cuatro inviernos durísimos,
los bloques de hielo polar hacinados en las orillas, impedían la
pesca y el pastoreo en la zona costera, lo que dio lugar a grandes
hambrunas. En la primavera de ese año el rey danés firmó un
decreto que permitía a los nativos a atacar a los balleneros vascos,
requisar sus barcos y posesiones, pero sobre todo lo más grave,
quitarles la vida. Ello, junto a las artimañas de algún magistrado
y clérigo local que puso a la población en su contra, fue el caldo
de cultivo para la matanza que iba a suceder a continuación. El
alguacil Ari
Magnússon,
magistrado en los condados de Ísafjördur y Strandir, organizó una
persecución despiadada contra nuestros arrantzales. Algunos
consiguieron escapar, pero otros, incluido uno de sus comandantes
Martín de Villafranca, sucumbieron en manos de los indignados
islandeses. En total fueron 32 los arrantzales degollados (No
degollaron a todos. El grupo liderado por Martín de Villafranca, una
vez asesinado su capitán, se atrincheró en una cabaña. Los
islandeses levantaron el techo de madera y los dispararon desde
arriba), de hecho les disparó el hijo de Ari Magnusson. Se considera
ese hecho como la mayor masacre de la historia de Islandia. Se cuenta
que los supervivientes raptaron un barco ingles en la zona sur de
Islandia para regresar a casa. Y además, también se cuenta que la
persona que mantuvo con vida a los vascos de las tripulaciones de
Aguirre y Tellería, o sea los supervivientes, fue la madre de Ari.
Las
recreaciones de este documental, realizado en Inglaterra, Cádiz,
Pasajes San juan (Donosti) e Islandia por estos productores
algorteños. Precisamente un coproductor de ese país colaboró
enviándoles imágenes de ballenas y planos aéreos de la isla. (el
coproductor islandés hizo mucho más que enviarles planos: se
implicó mucho en todo el proceso de rodaje, fue imprescindible para
que se movieran por Islandia, permisos, extras, etc... Fue una
convivencia genial entre vascos e islandeses durante la grabación de
la película) la coproducción con un productor islandés les
permitió recrear los asesinatos
en los mismos lugares y paisajes en los que tuvieron lugar hace 400
años. Hoy son sus amigos, guardan una gran relación con ellos y
ciertamente, les demostraron que admiran mucho la cultura vasca.
Hasta
aquí un relato sobre el trabajo de esta productora de audiovisuales
de Algorta “Old
Port Films”,
de quienes ya he publicado otras entradas “Las
Leyendas de Karolo”
y “Nuevos
Artistas de Getxo”.
Entre los autores de este magnífico documental, están Aitor
Aspe (director),
Aner
Etxebarria (Guionista) y Katixa de Silva (Productora);
para la dirección de fotografía contaron con Jorge
Roig y
en el equipo de vestuario Josemi
Laspalas.
Ha sido presentado en festivales como el “Zinemira
Festival de San Sebastian 2016”
y el “Reykjavik
International Film Festival”.
Recientemente han ganado el premio a la mejor película documental en
el festival internacional de Richmond, Virginia.
Estamos
seguros que este equipo dará grandes momentos a nuestra filmografía
en los próximos años.
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