En
muchas ocasiones los hombres de mar se han revelado contra las
ordenanzas que afectaban a sus maltrechas economías, pero quizá una
de las mejor documentadas sea la de los Lancheros del Puerto de
Algorta en 1806, que se negaron a la Ordenanza que les obligaba a
numerar sus lanchas.
En esa
fecha los Lancheros del Puerto y la Cofradía de Algorta se negaron a
colocar en su popa la numeración que les era requerida . El 27 de
octubre de 1806 dirigían un escrito al Consulado de la Villa de
Bilbao justificando su negativa. Era el Mayordomo de la Cofradía
Antonio de Múgica quien firmaba el escrito en el que decía:
“...estando los lancheros de esta Cofradía en el libre
ejercicio de abordar y dirigir en la barra los barcos de comercio,
se han visto en la sensible necesidad...,...por una
providencia firmada por el Comandante Militar, para que las lanchas
no se alejen más de dos leguas y vuelvan sin pernoctar en la
mar...,...y deban dar cuenta de la salida generada al
pueblo al que pertenezcan y sean numeradas en las popas...”,
seguían con sus alegaciones diciendo: “...para evitar las
gravosas consecuencias que sobrevendrían, han resuelto abandonar el
uso de las lanchas, si no es que la piedad del Reino...,...se
digne a conceder que no se realice esta novedad...”.
El 1 de
noviembre de 1806 el Consulado de Bilbao intercedía ante una
autoridad a la que denominaban “Excelentísimo Señor de Mar
y Tierra Príncipe de la Paz”, en ella decían: “...El
Consulado de la Villa de Bilbao …,...faltaría
seguramente al desempeño de su más principal obligación, si
difiriese un solo momento en trasladar a manos de V.E. El adjunto
memorial de los Lancheros del Puerto y Cofradía de Algorta en la
Anteiglesia de Guecho...”. En esa instancia el Consulado
defendía y explicaba la posición de los afectados, a los cuales
atribuía la virtud de: “...ser los más diestros, y
atrevidos remeros, y pilotos lemanes de esta costa...”.
Recordaba en la misma los importantes servicios que en todos los
tiempos habían hecho a la navegación, y advertían del posible
abandono de sus Lanchas en caso de no ser exonerados de la numeración
de las mismas y de los graves perjuicios que para el comercio
ocasionaría.
Le
seguía una declaración de servilismo al monarca, o bien un formula
cortesana, de las de quedar bien, ¿quizá no sentida?. En la misma
se pronunciaban sobre el desconocimiento de las causas que habían
provocado aquella circunstancia y dando coba decían: “...siempre
ha reconocido una constante fidelidad y amor al soberano...”.
Indicaban en la misma carta: “...Ellos son los que
generalmente por no decir los únicos, que se emplean en el lemanage,
o ministerio de dirigir los navíos, cuando se avistan en la costa,
llenando este destino con un esmero y desvelo incomparables, sin que
se conozcan en esta circunstancia otros de su ejercicio, que puedan
suplir la falta con igual diligencia y exactitud...”.
En estas
afirmaciones sí que expresaban con sinceridad y justicia la
actividad de aquellos hombres de mar, que desde la atalaya de su
Puerto, avistaban la barra, que les había visto realizar
innumerables salvamentos de buques, que se habían estrellado contra
las rompientes en circunstancias a veces heroicas, y afirmaban:
“...que de no haber sido socorridos oportunamente por estos
lancheros, que exponiéndose al ímpetu y furia de las olas, han
sabido prestar auxilio en los lances más arriesgados...”.
Finalizaba
ese escrito con la solicitud al monarca de: “...se digne
escuchar favorablemente el recurso de aquellos individuos de la
Cofradía de Algorta, accediendo a la gracia, que imploran en el
estado de amargura, que les aflige...”. Seguían con otra
ración de coba al soberano: “...Así lo espera el Consulado
de la inalterable justificación, y piedad de V.E., a quien el cielo
conserve dilatados años para bien general y de la nación...”.
No hay noticias sobre el resultado de aquellas adulaciones, pero tras
las duras condiciones de aquella vida, la desaparición de la barra,
hizo que las catástrofes marinas en nuestra costa decayeran y con
ella un modo de vida.
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