A lo
largo de los siglos los destierros se sucedían por motivaciones
políticas. Incluso en el Fuero Nuevo de Bizkaia, en la ley XVII del
Titulo -I- se contemplaba esta pena con la pérdida de la mitad de
sus bienes y destierro a perpetuidad. En algunos casos como en del
encartado Antonio de Trueba, de quien ya hablé en otras ocasiones,
fue bajo la acusación de formar parte de las filas Carlistas. Tras
la segunda guerra Carlista y la victoria de los Liberales, en el
municipio vecino de Leioa, se solicitaba una relación de alistados
en el bando contrario. Se les embargaron sus bienes y se les desterró
a ellos y sus familias. También en Getxo, en 1833 se realizaron
listados de aquellos que habían participado en las filas carlistas y
se realizaban inventarios de sus caseríos y bienes.
Estas
prácticas nos llevan a ver esas mismas actuaciones, años mas tarde,
en nuestro propio pueblo. En esta ocasión el desterrado iba a ser un
vecino de Getxo, un profesor de música, D. Martin Pérez de Anuzita,
profesor de música en las Escuelas Municipales del ayuntamiento
bilbaino. El acontecimiento, la celebración de la “Fiesta de
la Raza”. El motivo de aquel castigo fue su negativa a
tocar la “Marcha Real” durante una ceremonia en la
Iglesia de Las Mercedes de Areeta-Las Arenas. Era organista de dicho
centro religioso.
Corrían
los tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), En la
alcaldía de Getxo estaba Luis Urresti Campuzano y en Bilbao Federico
de Moyúa y Salazar. También se creó en todo el estado el partido
único “Unión Patriótica”, partido de corte
conservador y derechista, cuyos afiliados provenían principalmente
de las filas del catolicismo, funcionarios y caciques rurales. No es
de extrañar que la denuncia sobreviniera de aquellas almas, que al
no oír su marcha favorita, provocaron la denuncia.
Y así,
mientras en el Arenal bilbaino celebraban los miembros de la
“Juventud Monárquica” con un popurrí de música
que comprendía “...música de autores exclusivamente
españoles...”, en la que una de las melodías
interpretadas era el pasodoble “España Cañi”, a
la vez que Julio Lazurtegui calentaba motores con motivo de esa
celebración: “...la España conquistadora y
descubridora...,...la fe de sus sacerdotes...,...que
conquistó para la civilización esa inmensa heredad...,...con
levadura de su sangre y lengua...”.
En marzo
de 1924 el Presidente del Directorio, refiriéndose a un famoso
desterrado bilbaino decía: “...para mi no es sabio, ni nada
que se le parezca...,...yo creo que un poco de cultura
helénica no da derecho a meterse con todo lo humano y lo divino y a
desbarrar sobre las demás cuestiones...,...ahora se
entretiene enviando cartas a sus amigos...,..si vuelve a ocurrir lo
meteremos en cintura...”, demostrando la falta de respeto
que aquella dictadura tenía hacia la cultura y las personas.
El
destierro se le comunicó a Martin en ese aciago año de 1924. Y por
aquella providencia se veía obligado a permanecer alejado de su
domicilio, durante dos meses, a una distancia no inferior de 200
kilómetros. Lo que obligó al desterrado a dirigirse al ayuntamiento
en el que prestaba sus servicios solicitando poder ausentarse,
durante el periodo de destierro, para cumplir su condena, sin perder
su puesto de trabajo, solicitud que realizaba el 23 de octubre de
1924. El Alcalde de Bilbao aceptaba a medias la solicitud, ya que la
perdida de sueldo durante aquel tiempo le fue mantenida.
El 1 de
diciembre de 1924, Martin recibía una comunicación del Ayuntamiento
de Bilbao, en la que se le comunicaba que “...habiendo sido
indultado del cumplimiento del resto de la pena de destierro que le
fue impuesta, desde esta fecha toma posesión del cargo de profesor
de clases especiales música, de las escuelas municipales de esta
Villa...”, recordada a la alcaldía que “...habiendo
sido indultado al de un mes del cumplimiento del destierro, y que el
abandono de mi actividad académica, no fue debido a mi deseo, si no
a fuerza mayor impuesta. Solicito del consistorio me sea abonado el
mes que tuve que dejar de asistir a clase...”. Sin embargo,
el consistorio bilbaino no estimó oportuno abonar aquellos
emolumentos, castigando al vecino de nuestro barrio por negarse a
tocar una marcha contraria a sus ideales, acontecimiento que se había
producido en un centro religioso.
Y así,
como si de una romanza del desterrado se tratara, con lamentos a su
musa perdida, expresando pesares de su memoria y paisajes perdidos,
del lecho abandonado, con hambre, sin palabras que le alentaran,
temeroso de no volver a ver sus lugares queridos, se despedía un
pobre maestro de música, que por negarse a entonar una partitura
indeseada, por la que fue castigado a vagar por campos extraños. Y
quizá como el poeta Ovidio pensara: “...Carmina
nil prosunt: nocuerunt carmina quondam prímaque tam miserae causa
fuere fugae...”.
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