El
ancla de Jenaratxu, y de como llego allí, es de lo que va a tratar
esta entrada. Nunca antes un ancla había tenido un periplo tan
agitado, normalmente se hundían con el barco y ya está. Pero esta
no siguió ese curso, la fuerza del mar la acercó a la cala de
“Tunel
Boka”
y ahí comenzó su pequeña historia. Cuentan que ya algunos la
conocían allí depositada desde hacía más de cincuenta años, pues
en las bajamares se la podía ver.
Más
de 150 años de historias de naufragios en nuestro litoral, como
decía un escritor vasco en “Nuestro
pequeño triangulo de la Bermudas”,
durante los meses de enero y febrero, cuando más azotaban las
mares. Hasta cinco embarcaciones se cuenta que embarrancaron o
hundieron en esas afiladas rocas de la Galea azotadas por un furioso
mar Cantábrico.
¿Quizá
esa ancla fuera de alguna lancha lemán o quizá se trataba de una
embarcación de la guerra de convención del Siglo XVIII?. En
cualquiera de los casos esa ancla quedó depositada por la marea
frente a “Tunel
Boka”.
En
la semana santa de 1974, un grupo de aguerridos jóvenes, vecinos de
Algorta, decidieron rescatarla y conducirla hasta el lugar con más
tradición marinera, el “Puerto
Viejo”.
No uno sino varios fueron los intentos para rescatarla, cada uno de
los presentes planteaba soluciones, alguna de ellas disparatada, como
la de izar el ancla hasta la cumbre de esa cala. Los esfuerzos por
levantarla, amarrada por una maroma a pulso, resultaron un fracaso.
Así, entre discusiones, decidieron remolcarla hasta Arriluze por
mar. Esperaron a que la bajamar facilitara las labores para
reflotarla, lo hicieron amarrando a sus lados unos bidones, y con el
“Ana”
un barco de un viejo pescador del Puerto, Román Deusto “Faneka”,
poco a poco fueron remolcándola hasta la rampa de esa ensenada de la
Sociedad de Náufragos.
Una
vez desembarcada procedieron a subirla, con una pequeña grúa al
camión de otro vecino del Puerto “Matias”,
este vecino tenía una tiendita frente a la plaza del Arrantzale,
pero solo pudieron llegar hasta el final de la calle Aretxondo, así
que el resto del recorrido, hasta llegar a “Jenaratxu”,
que fue el lugar destinado a depositar el áncora, tuvo que
realizarse arrastrándola por la calles empedradas del puerto.
Resulto un trabajo engorroso y agotador, las aletas (mapa) de los
brazos del ancla, carcomidas por el salitre y melladas por los golpes
del mar, se iba clavando en los adoquines de las callejas, al llegar
frente a el bar de “Carola”, aquel áncora que presentaba
evidentes signos de fragilidad, tanto en la caña como en la cruceta,
en la que se podían apreciar sendos cortes, se rompió por la caña.
Dicen que aquellos cortes fueron hechos quince años antes por otro
vecino de Algorta “Seco
el Huevero”
para venderla al kilo.
Así
con menos peso al estar troceada, fue conducida hasta la cuesta de
Usatategi, y depositada en el parque de “Jenaratxu”
junto al bloque que en su parte superior tiene la placa que recuerda
Jenara Echevarria, quien tenía allí su huerto y de quien recibió
esa zona el nombre. Esta vecina del puerto era la madre de tres
recordados vecinos ya fallecidos Carola, Miren y Eduardo Larrea
“Karolo”.
En ese lugar junto a las grandes placas de arenisca fue colocada, y
sus trozos unidos, por Gil un soldador del barrio que trabajaba en
“Talleres
Uribarri”,
quien le coloco una abrazadera.
En
la fotografía que encabeza este artículo, obra de Emilio
Zaldunbide, podemos ver al grupo de intrépidos rescatadores, entre
ellos el promotor de la idea Joserra Elorriaga, quien aparece junto a
los otros artífices de la “épica”: Roman Deusto, Joserra
Elorriaga, Jaime Muniz, Jose Javier Basagoiti, Agustin Martinez
“Tintxu”, Josu Elorriaga, Martin Landa, Gotzon Elorriaga, Santi
Gezuraga, Bilbatua e Iñaki Elorriaga.
Hoy
ese ancla, antes espléndida y erguida, ahora yace casi enterrada y
troceada, duerme bajo los acantilados de Jenaratxu, escondida entre
la tierra y hierba, ignorada por propios y extraños, igual que esa
pequeña historia que narra el día que la trajeron desde “Tunel
Boka”
hasta el Puerto Viejo de Algorta.
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