Hay
servicios públicos que son esenciales para los habitantes de una
población, el abastecimiento de agua es uno de ellos. Cada gota de
agua que brotaba en los lavaderos o en las fuentes públicas, en un
paso no tan remoto, hasta el inacabable suministro que nos
proporcionan los grifos de nuestros hogares en la actualidad, nos
enfrentan a la historia de las necesidades de nuestro pueblo.
Necesidades
que en otras épocas no eran tan fáciles de cubrir, nos descubren
tiempos en que las aguas, entonces no contaminadas, corrían ocultas
por los acuíferos hasta nuestros manantiales, arroyos y molinos.
Gracias a los cuales llegaban a puntos muy determinados de los
barrios, a los que la población acudía para recogerla en cantaras y
transportarla hasta los hogares.
En
el Siglo XIX el intenso crecimiento demográfico y urbano, junto a la
insalubridad de las aguas y los alimentos, eran los responsables del
aumento de la tasa de mortalidad, que en 1885 se situaba cercana al
50%. Un Informe de la Comisión de Reformas Sociales de1889-1893,
referido a Bizkaia señalaba que ésta “es una de las
regiones del estado en la que la mortalidad alcanza cifras más
aterradoras, siendo la explotación del hombre por el hombre uno de
los factores que con mayor influencia dan al movimiento obituario una
funesta actividad”.
Como
consecuencia fue la población infantil quien sufriría, sobretodo,
las consecuencias, debido a las
enfermedades infectocontagiosas
transmitidas
por el aire, el agua y los alimentos. Por ese motivo las tasas de
mortalidad infantil en esos años, daban una muy baja esperanza para
los recién nacidos. La esperanza de vida entre ellos no sobre pasaba
los 22 años, y no será hasta 1895 cuando esa tasa comience a
descender. Siendo la mejora de infraestructuras (red de
alcantarillado, agua
potable,
asfaltado de calles), sanidad (construcción de hospitales, cuartos
de socorro y farmacias) e higiene la responsable de este avance.
Hoy
la llegada de ese maravilloso, fresco, deseado y necesario elemento,
resulta tan accesible, tan cotidiano y tan obvio, que no nos
cuestionamos el hecho de que esté siempre, puntual y presente en
nuestras vidas. Pero no siempre fue así. La llegada del agua a
nuestro hogares, como todo tuvo su historia, una historia cargada de
sacrificios e imaginación.
Como
decía al principio de este articulo, los molinos fueron unas de las
piezas calves para el suministro de agua a nuestros antepasados.
Entre los años 1885-1889 los molinos de Errotatxu (cuyo titular era
Luisa Olega), y el de Lanzako-Goikoerrota (cuyo titular era Dionisio
Zubiaga), sirvieron para el suministro de este preciado elemento.
Llegándose en 1916 a la expropiación de este último molino para
garantizar el suministro a la población.
También
contribuirían al suministro de agua los manantiales y lavaderos.
Entre los primeros en 1892 se traerían las aguas desde los de
Jaunkoerrota, Atxabael y Basarte de Berango. En 1902 del de
Iturrizarra, en 1903 del de Urederra, en 1903 de los de Umbe
(Pozozabale, Sagarminaga, Gazteluzarra y Aitibi), en 1908 desde el de
Azpilueta, del de Azkaiturri, Ugartebaso en 1920, del de Martigoiti
en 1928, ya en 1930 desde Kukullaga (Berango) y del viejo lavadero de
Sarri (Getxo).
En
cuanto a los lavaderos y fuentes, que también se utilizaron para suministro de
aguas aparecen los de Aretxondo (Puerto Viejo) en 1864, en 1883 el de
Katxarro en el barrio de Ibarra de Andra Mari; le seguirían en 1879
el de Sarriko Iturri, del que ese decía “Esta
fuente es la mas abundante de dicho licor en el pueblo y que
suministra en las épocas escasas de los veranos a mucha parte del
pueblo”;
otro en 1901 en el barrio de Romo, cercano al puente construido por
Matias Romo; Salsidu en 1913, Iberre (Andra Mari) y Usategi en
1931 y en 1932 otro junto a la Iglesia de Andra Mari (obra que
coincidiría con los servicios sanitarios).
Las
fuentes situadas en lugares estratégicos, algunas junto a los
lavaderos, como el caso de la de “Iturriza” en
Aretxondo (1786); la fuente de “Elorriaga”
(1812) en los Puentes; la fuente de “Arrigunaga”
(1847), la de “Hormaza”
en la calle del mismo nombre de Andra Mari (1868); la de “Txatxarro”
(1883) en el barrio de Elexalde (Andra Mari); la de la plazuela de
Amesti (1895); la de “San
Nikolas” (1912) existente en
la calle San Nicolas; la de “Iturribarri”
(1917) en Aranazpi (Arene); las de “Piñaga”
en Telletxe de la que en 1928 se decía “... tienen
que acudir a la fuente pública situada al final de la estrada de
Piñaga, en su enlace con el camino al Angel de Getxo, en la mayor
parte de los casos son niños los que por las exigencias de la vida,
tienen que hacer el acarreo del agua, en los días de temporal, que
son la mayoría del año, por ese motivo solicitaban la instalación
de una fuente en las inmediaciones de Piñaga Goikoa al lado Sur del
paso a nivel...”; y
“Iturretxe”
(en la calle Sarrikobaso con Iturribide), lugar frecuentado por los
vecinos del barrio de Sarri, para lavar las tripas del ganado, a fin
de confeccionar chorizos y morcillas.
Pero
esta historia del agua tiene sus tiempos y sus protagonistas,
protagonistas y tiempos que iremos repasando, poco a poco, en la
próxima entrada.
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