lunes, 12 de junio de 2017

UN PASEO DESDE BILBAO, POR LAS ARENAS Y ALGORTA, A FINALES DEL SIGLO XIX y -II-



Cuando en la anterior entrada hablábamos de las fondas y casas que había en Las Arenas para hacernos una idea de como eran, solo citar alguna de ellas:

La primera que se encontraba nada más llegar, era la “Fonda Nueva de Las Arenas” que estaba dirigida por D. Francisco Aguirre Sarasua. El establecimiento estaba situado en un ángulo de la Plazuela (hoy Bizkaiko Zubia), su construcción se asemejaba a un chalet suizo. Tenía en la planta baja un espacioso comedor con mesa redonda y otro para servicios particulares; la administración, café, cocina, despensa, bodega, y otras dependencias. En los pisos superiores tenía 20 dormitorios con 2 camas cada uno, además de algunas salas y comedores, todos ellos bellamente decorados. Alrededor del edificio, en la planta baja, y comunicado con el salón comedor, se podía disfrutar de un extenso terrado, el cual permitía ver soberbias vistas de la ria, Portugalete, el mar y Las Arenas.


Frente a ella se encontraba la “Fonda del Tranvía”, que era dirigida por D. José Lazúrtegui. Contaba con varios comedores, cuartos cómodos y con muy buenas vistas, salón de café y billar. Delante de la casa se extendía un magnifico solar cubierto con plátanos y cercado de bancos de piedra. Tenía la virtualidad de que la música, de la que hablaba anteriormente, se situaba frente a ella.

Justo al lado de ella se halla la fonda de “Cecilia”. En su plata baja disponía de un precioso comedor y en los 21 cuartos de los que disponía la casa, se podían alojar hasta 80 personas, al igual que la anterior estaba muy cerca del quiosco de la música.


En el camino real (actual Areetako Etorbidea), a la izquierda, siguiendo la carretera que conducía a Algorta, se encontraba la cuarta fonda, esta era propiedad de los Sres Aguirre, se llamaba “Baños de Mar Bilbaínos”, de ella se decía: “...solo puede compararse con los primeros establecimientos balnearios de Europa...” La descripción de esta última instalación no podía ser más apetecible: “...Este magnífico establecimiento de baños, situado en el centro de la hermosa y pintoresca playa de “Lamiacó”, rodeado de fondas y chalets; y con el Tranvía de Bilbao hasta la misma puerta del edificio, consta de cuartos para vestir y desnudarse: de baño con pilas de mármol, donde se toman templados o calientes, a la temperatura que a cada persona convenga con la misma agua del mar, de chorro y lluvia. Los mencionados baños pueden tomarse, también, con algas marinas, salvado, mostaza, etc., teniendo en cuenta que estos son sumamente recomendados por los facultativos, para curar, además de otras muchas enfermedades, la propensión a catarros, los dolores reumáticos, la inapetencia, parálisis y fortalecer las naturalezas débiles...”


Al llegar a ese establecimiento no podía quedar sin admirar la gran Playa de Las Arenas, aquella a la que llamaban de “Lamiaco”. Sus espléndidas instalaciones bañeras que como decía la prensa bilbaína: “...pertenecian a la misma Galería, con casetas movibles y de las llamadas Ostende, pudiéndose tomar los baños de ola ó de impresión, haciendo la salida dentro de las propias casetas que entran en el mar tiradas por fuerza animal...” Las instalaciones, que ya he descrito en anteriores entradas, estaban a cargo de los Sres. Wolf y Andrés Larrazábal.

Pero detengámonos en como describía la prensa madrileña en 1882, la visión de la ría, sus margenes y el transito desde Sestao a Algorta: “…Los vaporcitos llevan y traen a los curiosos expedicionarios por la ria, por la que pasan en numerosas barcas repletas de géneros. No hacen ellos solos los viajes hasta el puerto, pues mientras que por la ribera derecha corren veloces los ómnibus del tranvía de las Arenas, atestados de gente, marchan también por lo alto, sobre la ribera izquierda, los del tranvía de Santurce. Pasando el peñasco del Fraile y el arroyo de Udondo o de Udia, se abre en la ribera derecha la vega de Lamiaco; al pié de las colinas de Lejona y ya frente a Portugalete y a los altos de San Roque y de Campanzar, a un paso del anchuroso Océano y de la peligrosa y combatida barra, se extienden las Arenas, con sus bonitos y múltiples edificios, con su animación característica, con sus muelles azotados por las olas, y con los elegantes palacios, y chalets de los señores Solaegui y García, desde donde la línea de la playa, al terminar la ría con una anchura de 160 metros por 8 de fondo, cambia hacia el NE. por el arenal de Guecho hacia la punta de Begoña y el pueblo de Algorta...”


Seguía el trayecto ascendiendo por aquel camino real dirección a Algorta. Atravesaba la Avanzada hasta llegar a la curva de San Ignacio. Fue en julio de 1.878 cuando se puso la primera piedra de esa iglesia. El recorrido iba dejando a su paso esplendidas casas de navegantes o indianos, las llamadas casas algorteñas, muchas hoy desaparecidas, algunas de bella construcción era el caso de los edificios de D. Luciano Alday, la de D. Eladio Sustacha, la de Asensio Inchaurtieta o la de D. José Antonio Uriarte. La casa “Bide Aurre” de 1.880 a su paso por Tellagorri. Tras ellas se llegaba al centro de la población la “Plaza de San Nikolas”. En ella se alzaba un precioso conjunto arquitectónico: la Iglesia de San Nicolas, que fue inaugurada en 1.863, a su lado la escuela y la casa ayuntamiento. Desde ella, al igual que en Las Arenas, se podía divisar el Abra, que como decían en 1.880 “...presenta el Abra de Bilbao una figura semi-elíptica, cuyo eje menor total desde la Galea a Ciervana, tiene tres millas de distancia, y su semi-eje mayor, desde, la barra al frente de la Punta de Galea una y media millas. Su profundidad es crecida, no bajando de 80 pies por término medio; pero se amengua rápida y considerablemente hacia la barra, formada de enormes bancos de arena que la cierran de costa a costa….” De la misma afirmaban sobre su peligrosidad: “...es un banco de arena que partiendo de Algorta va a parar a Santurce, cerrando con semicírculo de espuma la especie de abra que ha formado la ria al precipitarse en el mar. Y que cada vez que un buque se acerca a la misma, buscando refugio en Portugalete o en la entrada en la ria, el corazón se oprime ante aquel albur, en el que se juegan la vida los navegantes...”


Acerca del aspecto que ofrecía esa Algorta de finales del Siglo XIX, nos da una idea, como nos la describía un viajero venido de otros lares: “...Este pueblecito está formado de casas construidas sin sujeción a ningún plano, de tal manera que la fachada de algunas de ellas da frente a la zaguera de la más inmediata. La única calle que tiene forma regular o irregular es una senda tortuosa que arranca desde el puerto hasta la cúspide del promontorio, sumamente larga, costanera y mal empedrada; pero a pesar de esto, hay en ella muy buenas casas. Este desorden toma origen en el espíritu independiente de los algorteños, hombres de mar casi todos, antiguos capitanes de buques mercantes, dedicados a la navegación de las Antillas, del Pacífico, de los mares más apartados y de las costas de Guinea, que se retiraban a sus lares después de recoger el fruto de su azarosa profesión…” Algorta tenía según su particular visión: “...los restos de tres castillos mandados construir por la Diputación General y por el Consulado de Bilbao en los Siglos XVII y XVIII, para contener las invasiones de los corsarios ingleses que merodeaban nuestras costas, reparados y artillados durante la guerra de la Independencia...”


Comentario que contrastaba con lo descrito en dos artículos de D. Antonio de Trueba, publicados en el “Noticiero Bilbaino”, uno el 24 de octubre 1.881 en el que describía nuestro barrio de la siguiente manera: “...A todo el forastero que dirige la vista a la desembocadura del ibaizal en el mar, llama extraordinariamente la atención aquel pueblo en cuyo blanco y numeroso caserío se dilata la ribera derecha sobre las rocas marinas…, una rica, alegre y populosa población..., porque lo que parece, que toda aquella serie de hermosas casas interpoladas de jardincillos, han de ser obra de mucho tiempo y muchas vicisitudes…” 


Y remataba su opinión el lunes 7 de agosto de 1.882 cuando decía: “...Hoy Algorta, vista desde lejos, parece una hermosa ciudad, a la que ni siquiera falta la torre de una catedral que la señoree..., donde se dilatan tierras labrantías admirablemente cultivadas, arboledas y multitud de caserías dispersas en verdes colinas y llanuras…, al frente de la gran fonda San Ignacio se dilatan los ondulantes y lozanos maizales, los viñedos y los huertos. Dentro de la misma población, las frondosas parras sombrean los atrios de las casas, y los jardíncillos interpolados con estas, envían su alegría y sus perfumes a las habitaciones. Puede decirse que Algorta solo tiene una calle, pero esa calle, por su extensión, por la hermosura de sus edificios y por su alegría, equivale a una ciudad. Entre las casas, que ascenderán a 200, la mayor parte de ellas están habitadas por familias de bravos marinos. En Algorta habrá pobres, pero parece un pueblo exclusivamente de ricos, por que allí todo es blanco, limpio, risueño, y nada parece pobre…” Así que parece que todo dependía de los ojos con que se mirase a esta población.



Esta era la visión de aquel delicioso paseo desde Bilbao a Algorta, pasando por Las Arenas, de finales del Siglo XIX.

2 comentarios:

  1. Buenas.
    Buscaba información de D. Francisco Aguirre Sarasua, fundidor de campanas de Bilbao. Este que nombra usted sería la misma persona? Si tuviere alguna información sobre la persona del fundidor, podría remitirmela.
    Un saludo, Xosé.

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  2. Yo tambien interesado en Aguirre-Sarasua

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