Cuando
en la anterior entrada hablábamos de las fondas y casas que había
en Las Arenas para hacernos una idea de como eran, solo citar alguna
de ellas:
La
primera que se encontraba nada más llegar, era la “Fonda
Nueva de Las Arenas”
que estaba dirigida por D. Francisco Aguirre Sarasua. El
establecimiento estaba situado en un ángulo de la Plazuela (hoy
Bizkaiko Zubia), su construcción se asemejaba a un chalet suizo.
Tenía en la planta baja un espacioso comedor con mesa redonda y otro
para servicios particulares; la administración, café, cocina,
despensa, bodega, y otras dependencias. En los pisos superiores tenía
20 dormitorios con 2 camas cada uno, además de algunas salas y
comedores, todos ellos bellamente decorados. Alrededor del edificio,
en la planta baja, y comunicado con el salón comedor, se podía
disfrutar de un extenso terrado, el cual permitía ver soberbias
vistas de la ria, Portugalete, el mar y Las Arenas.
Frente
a ella se encontraba la “Fonda
del Tranvía”,
que era dirigida por D. José Lazúrtegui. Contaba con varios
comedores, cuartos cómodos y con muy buenas vistas, salón de café
y billar. Delante de la casa se extendía un magnifico solar cubierto
con plátanos y cercado de bancos de piedra. Tenía la virtualidad de
que la música, de la que hablaba anteriormente, se situaba frente a
ella.
Justo
al lado de ella se halla la fonda de “Cecilia”.
En su plata baja disponía de un precioso comedor y en los 21 cuartos
de los que disponía la casa, se podían alojar hasta 80 personas, al
igual que la anterior estaba muy cerca del quiosco de la música.
En
el camino real (actual Areetako Etorbidea), a la izquierda, siguiendo
la carretera que conducía a Algorta, se encontraba la cuarta fonda,
esta era propiedad de los Sres Aguirre, se llamaba “Baños
de Mar Bilbaínos”,
de ella se decía: “...solo
puede compararse con los primeros establecimientos balnearios de
Europa...”
La descripción de esta última instalación no podía ser más
apetecible: “...Este
magnífico establecimiento de baños, situado en el centro de la
hermosa y pintoresca playa de “Lamiacó”, rodeado de fondas y
chalets; y con el Tranvía de Bilbao hasta la misma puerta del
edificio, consta de cuartos para vestir y desnudarse: de baño con
pilas de mármol, donde se toman templados o calientes, a la
temperatura que a cada persona convenga con la misma agua del mar, de
chorro y lluvia. Los mencionados baños pueden tomarse, también, con
algas marinas, salvado, mostaza, etc., teniendo en cuenta que estos
son sumamente recomendados por los facultativos, para curar, además
de otras muchas enfermedades, la propensión a catarros, los dolores
reumáticos, la inapetencia, parálisis y fortalecer las naturalezas
débiles...”
Al
llegar a ese establecimiento no podía quedar sin admirar la gran
Playa de Las Arenas, aquella a la que llamaban de “Lamiaco”.
Sus espléndidas instalaciones bañeras que como decía la prensa
bilbaína: “...pertenecian
a la misma Galería, con casetas movibles y de las llamadas Ostende,
pudiéndose tomar los baños de ola ó de impresión, haciendo la
salida dentro de las propias casetas que entran en el mar tiradas por
fuerza animal...”
Las instalaciones, que ya he descrito en anteriores entradas,
estaban a cargo de los Sres. Wolf y Andrés Larrazábal.
Pero
detengámonos en como describía la prensa madrileña en 1882, la
visión de la ría, sus margenes y el transito desde Sestao a
Algorta: “…Los
vaporcitos llevan y traen a los curiosos expedicionarios por la ria,
por la que pasan en numerosas barcas repletas de géneros. No hacen
ellos solos los viajes hasta el puerto, pues mientras que por la
ribera derecha corren veloces los ómnibus del tranvía de las
Arenas, atestados de gente, marchan también por lo alto, sobre la
ribera izquierda, los del tranvía de Santurce.
Pasando
el peñasco del Fraile y el arroyo de Udondo o de Udia, se abre en la
ribera derecha la vega de Lamiaco; al pié de las colinas de Lejona y
ya frente a Portugalete y a los altos de San Roque y de Campanzar, a
un paso del anchuroso Océano y de la peligrosa y combatida barra, se
extienden las Arenas, con sus bonitos y múltiples edificios, con su
animación característica, con sus muelles azotados por las olas, y
con los elegantes palacios, y chalets de los señores Solaegui y
García, desde donde la línea de la playa, al terminar la ría con
una anchura de 160 metros por 8 de fondo, cambia hacia el NE. por el
arenal de Guecho hacia la punta de Begoña y el pueblo de Algorta...”
Seguía
el trayecto ascendiendo por aquel camino real dirección a Algorta.
Atravesaba la Avanzada hasta llegar a la curva de San Ignacio. Fue en
julio de 1.878 cuando se puso la primera piedra de esa iglesia. El
recorrido iba dejando a su paso esplendidas casas de navegantes o
indianos, las llamadas casas algorteñas, muchas hoy desaparecidas,
algunas de bella construcción era el caso de los edificios de D.
Luciano Alday, la de D. Eladio Sustacha, la de Asensio Inchaurtieta o
la de D. José Antonio Uriarte. La casa “Bide
Aurre”
de 1.880 a su paso por Tellagorri. Tras ellas se llegaba al centro de
la población la “Plaza
de San Nikolas”.
En ella se alzaba un precioso conjunto arquitectónico: la Iglesia de
San Nicolas, que fue inaugurada en 1.863, a su lado la escuela y la
casa ayuntamiento. Desde ella, al igual que en Las Arenas, se podía
divisar el Abra, que como decían en 1.880 “...presenta
el Abra de Bilbao una figura semi-elíptica, cuyo eje menor total
desde la Galea a Ciervana, tiene tres millas de distancia, y su
semi-eje mayor, desde, la barra al frente de la Punta de Galea una y
media millas. Su profundidad es crecida, no bajando de 80 pies por
término medio; pero se amengua rápida y considerablemente hacia la
barra, formada de enormes bancos de arena que la cierran de costa a
costa….”
De la misma afirmaban sobre su peligrosidad: “...es
un banco de arena que partiendo de Algorta va a parar a Santurce,
cerrando con semicírculo de espuma la especie de abra que ha formado
la ria al precipitarse en el mar. Y que cada vez que un buque se
acerca a la misma, buscando refugio en Portugalete o en la entrada en
la ria, el corazón se oprime ante aquel albur, en el que se juegan
la vida los navegantes...”
Acerca
del aspecto que ofrecía esa Algorta de finales del Siglo XIX, nos da
una idea, como nos la describía un viajero venido de otros lares:
“...Este
pueblecito está formado de casas construidas sin sujeción a ningún
plano, de tal manera que la fachada de algunas de ellas da frente a
la zaguera de la más inmediata. La única calle que tiene forma
regular o irregular es una senda tortuosa que arranca desde el puerto
hasta la cúspide del promontorio, sumamente larga, costanera y mal
empedrada; pero a pesar de esto, hay en ella muy buenas casas. Este
desorden toma origen en el espíritu independiente de los algorteños,
hombres de mar casi todos, antiguos capitanes de buques mercantes,
dedicados a la navegación de las Antillas, del Pacífico, de los
mares más apartados y de las costas de Guinea, que se retiraban a
sus lares después de recoger el fruto de su azarosa profesión…”
Algorta tenía según su particular visión: “...los
restos de tres castillos mandados construir por la Diputación
General y por el Consulado de Bilbao en los Siglos XVII y XVIII, para
contener las invasiones de los corsarios ingleses que merodeaban
nuestras costas, reparados y artillados durante la guerra de la
Independencia...”
Comentario
que contrastaba con lo descrito en dos artículos de D. Antonio de
Trueba, publicados en el “Noticiero
Bilbaino”,
uno el 24 de octubre 1.881 en el que describía nuestro barrio de la
siguiente manera: “...A
todo el forastero que dirige la vista a la desembocadura del ibaizal
en el mar, llama extraordinariamente la atención aquel pueblo en
cuyo blanco y numeroso caserío se dilata la ribera derecha sobre las
rocas marinas…,
una
rica, alegre y populosa población...,
porque
lo que parece, que toda aquella serie de hermosas casas interpoladas
de jardincillos, han de ser obra de mucho tiempo y muchas
vicisitudes…”
Y remataba su opinión el lunes 7 de agosto de 1.882 cuando decía:
“...Hoy
Algorta, vista desde lejos, parece una hermosa ciudad, a la que ni
siquiera falta la torre de una catedral que la señoree..., donde se
dilatan tierras labrantías admirablemente cultivadas, arboledas y
multitud de caserías dispersas en verdes colinas y llanuras…,
al
frente de la gran fonda San Ignacio se dilatan los ondulantes y
lozanos maizales, los viñedos y los huertos. Dentro de la misma
población, las frondosas parras sombrean los atrios de las casas, y
los jardíncillos interpolados con estas, envían su alegría y sus
perfumes a las habitaciones. Puede decirse que Algorta solo tiene una
calle, pero esa calle, por su extensión, por la hermosura de sus
edificios y por su alegría, equivale a una ciudad. Entre las casas,
que ascenderán a 200, la mayor parte de ellas están habitadas por
familias de bravos marinos. En Algorta habrá pobres, pero parece un
pueblo exclusivamente de ricos, por que allí todo es blanco, limpio,
risueño, y nada parece pobre…”
Así que parece que todo dependía de los ojos con que se mirase a
esta población.
Esta
era la visión de aquel delicioso paseo desde Bilbao a Algorta,
pasando por Las Arenas, de finales del Siglo XIX.
Buenas.
ResponderEliminarBuscaba información de D. Francisco Aguirre Sarasua, fundidor de campanas de Bilbao. Este que nombra usted sería la misma persona? Si tuviere alguna información sobre la persona del fundidor, podría remitirmela.
Un saludo, Xosé.
Yo tambien interesado en Aguirre-Sarasua
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