San
Juan, noche de fuego y misterio, que entre las últimas luces del día
más largo del año, vuelve a nosotros con los recuerdos de la niñez.
Entre las brasas y el chisporroteo de los últimos rescoldos del
fuego, atrae canciones que nos hablan de viejas tradiciones, de
pantagruélicas comidas y brujas, de campas húmedas y jóvenes
acarreando ramas, de txitus y zortzikos. De tiempos de ritos
relacionados con la caza y divinidades, en los que con fogatas en
campos y plazas, se rogaba a las deidades para que defendieran
cosechas y haciendas, calmando las iras de desconocidas fuerzas de la
naturaleza.
Antaño
también utilizado como forma de reciclaje, de enseres viejos y
apolillados y otros útiles que en las casas sobraban. Elementos que
eran conducidos a las hogueras cercanas por niños y jóvenes
adolescentes, formando grandes piras en puntos emblemáticos del
pueblo, la “Campa
de los caballos”
junto al puente Bizkaia, la “Campa
de Juan”
junto a la cuesta Basabe en Areeta-Las Arenas, en santa Ana junto a
Jolastokieta, en los arenales de la prolongación Amaya junto a Romo,
la quizá más famosa por la fiesta que acompañaba en la “Campa
de Alango”,
o la del Barrio de Sarri en Getxo. Fiesta que va dejando paso, poco a
poco, pero de forma inexorable, distantes lugares en el recuerdo.
El
pasado año despareció la hoguera que se hacía en Malakate (Getxo),
pese a que esforzados grupos de jóvenes trataron de iniciar pequeñas
piras de cartones, la autoridad competente las retiraba. Ya solo va
quedando como tradición la barbacoa que Itxas Argia ofrece a los
vecinos, con sardinas, txistorra y chocolate, que tanta aceptación
concita, a decir de las colas que suele provocar. La costumbre de los
fuegos ha llegado a los Arenales de Arrigunaga donde los chavales
recogen la zaborra que la ría ha depositado para hacer fogatas,
saltar las llamas y brincar hasta que el cuerpo aguante. ¡Y es que
las llamas, sus misteriosos tiros, el humo que sube al cielo, es la
atracción más antigua que ha sentido la humanidad!
Quizás
su lenta pero inexorable desaparición, viene precedida por el
desvanecimiento de viejos hábitos de reciclaje. Ya solo se incinera
como negocio. Acude a mi memoria el recuerdo de un viejo escrito de
principios del Siglo XX, que decía: “…En
el solsticio de verano, cuando el día es más largo, el prado se
viste de verde, el monte se engalana con rosas y los árboles se
pueblan de nidos. San Juan renueva bajo la noche serena, alumbrada
por el brillo de las brasas, la fiesta que en las humeantes ascuas se
cocinan en la lumbre las primeras patatas del año, húmedas aún,
junto al rescoldo, donde se escuchan cadenciosos los últimos bertsos
de esa mágica noche...”
Y en tanto las hogueras, alrededor de las cuales saltaron durante la
noche pubescentes bailarines, se extinguen con la última estrella de
la noche, se escuchan los postreros gritos de los trasnochadores, ya
rendidos camino de sus haciendas.
¡Qué alegres son cuando vienen, que tristes cuando se van!
Es
curioso pero en una época llena de autoritarismo y represión,
podíamos tomarnos pequeñas licencias que nos alegraban los días
grises del final de las clases y el comienzo del verano. ¡Qué pena
de fiesta! Para el próximo solsticio habremos dejado de contemplar a
aquellos bulliciosos danzantes que iban y venían acalorados tras una
larga y bulliciosa noche alrededor de las hogueras. De ellas tan solo
quedarán recuerdos vagos, como de sombras chinescas recortadas sobre
las tradicionales hogueras de San Juan.
Y este año desaparece la de Arrigunaga por coincidir con el campeonato de Skate. Casualidad que el Ayuntamiento haya tardado tanto en hacerlo público y dejando poco o nada tiempo de maniobra para buscar otro emplazamiento...
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