Los
caballeros molestos, así los definían en 1870 en el barrio de Las
Arenas. Pero antes de ir a los hechos que dieron lugar a esa
denominación, veamos un poco de historia sobre la mendicidad y el
vagabundeo:
A
lo largo del Siglo XVIII ya se les dedicaban decretos forales a los
marginados sociales, algunos de los cuales llenaban los hospitales, a
quienes se llamaba “Mal
entretenidos o gentes de mal vivir”.
En algunos países se hablaba, para definir si situación jurídica
de “Orgía
legal”,
por la multiplicación de decretos que se les aplicaba (Era el caso
de los vagabundos en la Inglaterra de los Tudor). En el Señorío de
Bizkaia eran muchos los colectivos marginales a quienes de dedicaba
legislación, tal era el caso de los gitanos, vagabundos y gente de
mal vivir, aunque también se hablaba de los mulatos y negros.
Llegándose a decir en 1713 sobre las repúblicas (Municipios):
“...consienten
en sus jurisdicciones a vagabundos y gentes de mal vivir...”
En 1765, el “Señorío de Vizcaya” dedicaba una real orden de
“Aprensión de ladrones y malhechores”, que era precedida en su
firma por el Secretario del Señorío y Escribano Real D. Juan
Bautista de Arias. En la misma se indicaba: “...a
fin de que se practiquen las más eficaces diligencias para la
aprehensión de Ladrones
y
Malhechores...”
Más
tarde, en 1784, el Señor D. Joseph Colón de Larreategui Corregidor
del M.N. y M.L. Señorío de Vizcaya dijo: “...que
siendo muy conforme la expulsión de Mendigos, y Vagos forasteros de
todas las Repúblicas, y Villas de este Señorío de donde no sean
vecinos, o naturales, a la Real Pragmática-Sanción de diez y nueve
de septiembre de mil setecientos ochenta y tres... en que se dan
nuevas reglas para contener, y castigar la vagancia de los que hasta
aquí se han conocido con el nombre de Gitanos, o Castellanos
nuevos...,
se
ordene, los Alcaldes, y Fieles Regidores de todas las Villas cuiden,
y celen de que cada Villa, o República mantenga sus Pobres, sin
permitir se introduzcan en sus respectivas Jurisdicciones forasteros
de cualquier clase, y calidad que sean...”
Ya
llegado el Siglo XIX, la mentalidad de algunas voces, en 1902
llevaron a pronunciar las siguientes frases en una conferencia dada
en Bilbao: “...no
debemos permanecer silenciosos los que habiendo estando al frente de
las corporaciones locales hemos sido menos afortunados en la
extirpación de este cáncer...,
El
vagabundo que vive a costa de los vecinos constituye un centro
gravoso para los que trabajan; la holganza le arrastra
insensiblemente al camino de la delincuencia y sus vicios pervierten
e infeccionan aun a los hombres honrados y laboriosos...”
A
algunos colectivos que por su nivel de pobreza se dedicaban a los
hurtos y robos, y eran procesados por mendicidad, se les aplicaban
normativas de vagos y maleantes. Entre ellos se encontraban los
afiladores, buhoneros, caldereros, esquiladores de caballos,
chatarreros y vendedores ambulantes.
Y
a pesar de lo que dijeran algunos viajeros ilustrados que visitaron
nuestros pueblos, como Jovellanos, quien escribiera que: “...no
vi ni un pobre en Bilbao...”
la realidad delataba que la mendicidad era algo que molestaba a
algunas capas de la población, sobre todo las mejor poseídas.
Aunque
los “problemas de mendicidad” ya venían de lejos, en 1.845
se
daban situaciones de pobreza y marginalidad, por lo que en esas
fechas el Consistorio de Getxo publicó un “Bando
de la Mendicidad”
en el que se hacia referencia al elevado numero de mendigos que
“...vagan
por nuestros pueblos, robando a los verdaderos pobres, y que
alcanzan, además de una caridad mal entendida, fomentar la vagancia
y alimentan la pereza, poniendo en peligro la propiedad privada y
pueden causar males que no deben tolerarse...”
En
una sesión municipal celebrada el 10 de agosto de 1870, a la que
asistieron ilustres vecinos de Getxo, entre ellos el Alcalde D.
Luciano de Alday y los señores capitulares Arteta, Diliz, Aldecoa y
otros, se iba a tratar el asunto de los mendigos. Y curiosidades de
la vida, en ello se iba a ver implicado uno de los símbolos del
muelle de Las Arenas, el molino de “Esacerrota”.
Dicha almazara, que fue propiedad de D. Andrés de Cortina, y sobre
la que ya traté en mi entrada del miércoles 26 de junio del
2013, había sido invadida por unos vagabundos. Se trataba de un
grupo de gentes llegadas, a decir de los vecinos: “...mendigos
de ambos sexos, extraños a este País...”
Posiblemente de etnia gitana, por la descripción que de ella hacían:
“...que
con sus caballerías y carros han tomado por habitación las ruinas
de la casa molino...”
Aquellas
gentes a quien se consideraba vagabundos y ladrones, llegaban del
otro extremo de Europa, procedentes de Hungría o Rumania, otros
vivían en la Península Ibérica. Sus atuendos vistosos, raídos y
muchas veces sucios por su condición humilde, escasez de medios y
costumbres, de colores chillones. Las mujeres vestían faldas largas
y blusas de encaje y se recogían el largo cabello en un moño o en
trenzas, sus frentes a veces cubiertas con una hilera de medallas y
al cuello collares. Los hombres llevaban trajes de pana, camisas de
cuello abierto y sombrero de paño. Las familias viajaban en grandes
grupos durante el verano y en invierno acampaban cerca de una
población. Eran en su conjunto nómadas, con idiomas o jergas
diferentes a los utilizados en nuestro entorno, de ellos se solía
decir que utilizaban: “...“una
jerga que hablan los rufianes y gitanos...”
También se los definía como “...Ladrones
de gallinas y pollos...”
A
su llegada nuestro pueblo, eligieron los lugares públicos para
mendigar propinas o pedir comida. Dicen que enseguida empezaron a
desaparecer cosas, aunque esto quizá respondiera más a aprensiones
que a realidad, aunque no es descartable que algún pollo volara a
sus ennegrecidos pucheros. Sus lugares preferidos fueron la plaza del
mercado y los paseos principales. Sus carros eran tirados por viejos
jumentos. Las ollas colgadas de un tridente sobre hogueras
condimentaban comidas, como la olla gitana o el caldillo de perro,
humeaban sobre una pira de madera ardiente, eran exteriormente de un
color negruzco, que alimentaba el prejuicio de los lugareños.
Algunos
vecinos, seguramente de familias acomodadas, urgieron a la alcaldía
a nombrar: “...un
dependiente residenciado en este barrio a fin de que desaparezcan los
mendigos...”
Y recordaban al Alcalde que: “...se
halla prohibida la postulación en esta provincia...,
a
fin de evitar consecuencias desagradables y perjuicios de
consideración, que podrían causar la reunión y estancia de
mendigos en este barrio haciendo volver a los que llegan desde Bilbao
por carretera...”
De lo que se deducía que existían dos tipos de mendigos, los
nómadas ambulantes y los pobres de necesidad de la Villa bilbaína.
Parece también, que la problemática subyacía en los hosteleros,
era incipiente la inauguración de los “Baños
de Mar Bilbaínos”
en Las Arenas que se produjo el día 1 de julio de 1870 y atraía a
numerosos visitantes de Bilbao y otras zonas del Estado, ya que se
fijaba como necesario mantener aquel servicio hasta el 30 de
septiembre. El consistorio nombraba a D. Juan de Sesúmaga, con un
sueldo de cuatro reales diarios para que: “...no
permita a ninguna persona pedir limosna en el barrio de Las Arenas, y
despache del mismo a todos los mendigos, haciendo volver atrás a
cuantos se dirijan por el camino de Bilbao hacía este punto...”
Más
tarde, en 1880 se publicaría el “Bando
de Buen Gobierno”,
en el que en su articulo 10º, se advertía de la prohibición de
ejercer la misma a “...todos
los que no fueran vecinos de Getxo, así como a cualquier forastero
que quisiera implorar caridad publica...”
La
prensa de la época tampoco era ajena a aquella caza de brujas, el
diario “El
Noticiero Bilbaíno”
dedicaba durante los meses de verano artículos de opinión
relacionados con la mendicidad. Cargados de generalidades, y quizá
mala fe, en los que dejaba sibilinamente perlas como ésta: “...Dicen
que llegó de Sevilla, donde había ejercido por espacio do mucho
tiempo la profesión de chalán, gordo y colorido, de mediana
estatura, pegándose la pared del convento, parecía uno de aquellos
frailes rebosantes de salud, el pordiosero tenía para todos los
transeúntes una frase agradable y picaresca...
El
vago pedigüeño no conocía ni de oídas la vergüenza, como sucede
a muchos otros en esferas sociales más altas. Con estas vulgares
picardías explotaba admirablemente la imbecilidad humana, sacando al
cabo de algunas horas para comer y beber hasta hartarse...”
Con chalanes literarios, como aquel articulista, no es extraño que
la opinión de los acomodados vecinos, pidiera la expulsión de
aquellos seres marginales, que ensombrecían “el buen vivir, la
elegancia, y las buenas maneras” de aquel barrio de señoritos
veraneantes.
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