jueves, 24 de noviembre de 2016

EL VERANO DE 1886 y -II-



Siguiendo con las evoluciones de nuestro pueblo durante los días del verano de 1886, hoy veremos algunas actividades y sus fiestas.

Mientras la playa de Las Arenas veía aparecer su nombre en la prensa anunciando las casetas de baño, su propietario D. Nicasio Román las anunciaba, ofreciendo abonos para nueve baños con derecho a caseta y bañero, al precio de 12 pesetas incluyendo viaje de tranvía de ida y vuelta. Además ofrecía al bañista por un precio módico “elegantes trajes de baño y esmerado servicio”. Los abonos se podían adquirir en la administración del tranvía o en Bilbao en la Pastelería Suiza en la calle Correo. Sobre los entonces pintorescos trajes de baño había quien decía de sus usuarios de ambos sexos: “...Más bien parecen arlequines...” El “Café Isadora”, cercano a la playa de Las Arenas, era otro de los locales que alquilaba camas por 5 ó 7 reales y comidas por 4 reales para aquellos veraneantes, que aún acudían a la playa de dicho barrio.

Las fiestas era otro de los atractivos de aquel verano. Se prodigaban por todos los barrios del municipio. Las de Santa Ana, que se celebraron los días 26 de julio y 1 de agosto, contaban con las entonces renombradas romerías de ese barrio de Las Arenas. Se iniciaban con una solemne misa a las diez de la mañana en la capilla dedicada a la santa, música y tamborileros por la mañana y tarde. Quien las glosaba en la prensa era un tal “Juan de Bilbao”, lo hacía en “El Noticiero Bilbaíno”, y lo hacía bajo el titulo “Santa Ana en Lamiaco”. Y lo hacía diciendo “...Es costumbre en algunos Estados de Norte-América que han nacido al soplo vivificador de la inteligencia y del trabajo conmemorar en las reuniones que celebran sus habitantes a la manera de nuestras romerías, el recuerdo del hombre que plantó el primer árbol, o construyó la primera casa, o fundó el primer edificio..., Algunas de las ciudades llevan el nombre del fundador, o algo que no le deja en olvido...” Por lo que seguía ensalzando al creador de las también conocidas como “Lagunas de Lamiaco”, recordando que tan solo 26 años antes era una inmensa y abandona laguna, de la que se apoderaba el mar dos veces al día. Y fantaseaba en que el deseo del creador era: “...convertirlas en un fértil y hermoso campo donde creciera la verde caña de maíz y la dorada espiga del trigo...” Nada más lejos de la realidad. Aquellas extensiones de terreno ganadas a las marismas iban a ver crecer la especulación urbanística, lo cual no merma el mérito de sanearlas para la vida ciudadana, pero seguro que no estuvo en el pensamiento de D. Máximo Aguirre, que fueran lugares de pasto y labranza. Y sí respondía más al pensamiento que más adelante su pluma escribía: “...trocados los extensos arenales de Guecho en el plantel de una nueva ciudad del mar Cantábrico...”


Las fiestas de Algorta en 1886 se celebraron los días 31 de julio (San Ignacio) y el 8 de agosto (Octava de San Ignacio). El primer día (31), a las tres y media de la tarde con “Encañadas” y el juego de la “Samaritana” en la plaza de San Ignacio. A las cinco romería en el mismo punto con asistencia de la banda de música y tamborileros. A las diez de la noche se quemaron vistosos fuegos artificiales en dicha plaza. El segundo día (8), a las tres de la tarde se corrió un novillo embolado en la playa de Algorta; a las cinco de la tarde romería en la Plaza de San Ignacio y de diez a doce de la noche baile en la misma. El anuncio lo realizaba el Alcalde D. J. Antonio de Aldecoa el 27 de julio de 1886.

Durante esos días de fiesta el munícipe D. Santiago Diliz anunciaba en la prensa el comienzo de los bailes en el Casino Algorteño. Dieron comienzo el mismo día de la festividad de San Ignacio y se iban a celebrar hasta el 1 de septiembre; el anuncio de los mismos se colocaba en un cartel en el salón del Casino y en el café de dicho establecimiento. Los bailes habían estado suspendidos por “algunas dificultades”, a decir del Sr. Diliz, quien recordaba que era su deseo: “...proporcionar a la juventud, ávida siempre de diversiones, algún recreo...” A los cuales, un avispado “Alma muerta” en una columna que titulaba “Cuentos de Algorta”, dedicaba en el diario “El Norte” de Bilbao, con cierto gracejo, preguntas puntillosas, acerca de su comienzo.

Durante las romerías de San Ignacio, en Algorta, y Santa Ana, en Las Arenas, a pesar de que la prensa las situó en Lamiako, el servicio de vapores, que la “Compañía de Tranvías” de Bilbao-Las Arenas-Algorta fletaba, a las que acudía numeroso publico bilbaino, tenía sus salidas desde Bilbao hacia Las Arenas a las 8,10 y 11 de la mañana y a las 15,30 y 16 de la tarde; mientras que el retorno se hacía a las 8, 9'30 y 12 de la mañana y a las 18,45, 19 y 19,15 de la tarde. El precio del pasaje era de 75 céntimos de peseta, las salidas de mañana de ambos destinos hacían escala en Portugalete.

Durante los días 11 al 13 de agosto se anunciaban fiestas en Algorta. El día 11 de agosto (San Nicolás), tras las consabidas celebraciones religiosas, se celebró una romería en la campa del Castillo a las cinco de la tarde. Por la noche, a las diez, le tocaba el turno al denominado “baile campestre” bajo la casa del consistorio, en la plaza de la Constitución. Al día siguiente le tocaba el turno al Puerto Viejo, con cucaña de patos y romería en la misma plaza del día anterior. El día 13, a las nueve de la mañana, en la ensenada del Puerto, era el momento de correr un novillo embolado; a las cinco de la tarde le llegaba el turno a la romería, que esta vez se celebraba en la Avanzada; por la noche se dispararon unos vistosos fuegos de artificio.


En la fonda San Ignacio, que se abrió al publico en 1882, su propietario fue D. Migel Uria y estuvo regentada por Dña. Gabina Lesaca. Estaba situada en el nº 99 de la entonces calle de la Carretera (Algortako Etorbidea). En ella el martes 17 de agosto de 1886, se celebró una soireé musical, que dio inició con una interpretación al piano por la Sta. Julia Patrón, que ejecutó una composición alemana de Lange, titulada “La canción de la flor del capullo”, le acompañaban Laureano de Eguia y Victor Patrón en el violín y Emilio Icaza en la flauta, actuando como director Emilio Huarte. También intervino Paquita Romero, interpretó “Lasciate mi morir”; el periodista Vicente de Arana, interpretó la canción cómica inglesa “Ten little nig gres”, a la que había adaptado una letra de su propia creación; los vals de J.B. Pagano corrieron por cuenta de Dña. Clementina Arjona de Maidate, que interpretó la obra “Nathalie” de J.B. Pagano. Otra de las obras interpretadas por los Srs. Eguia, Patrón y Huarte, y los niños Echevarria la Llana y Zabalo, fue la zarzuela “La Sevillana”, interpretada por el jovencísimo Jose María Zabalo. La fiesta termino con el coro de señoras, acompañadas al piano por Dña. Clementina Arjona de Maidate y sus hijas Clementina y Margarita de Maidate, que interpretaron “La canción del abanico”, seguido del una danza de origen francés, el “Rigodón”. Era ese año, 1886, la reforma de la pieza contigua al salón de baile del “Casino Algorteño”, que fue transformada en despacho de refrescos (bar). Para el año 1885 había pasado a estar regentada por D. José Valle y Toyos y su dirección facultativa estaba en manos del Dr. D. A. de Barrera

En Andra Mari (Getxo), tras los actos litúrgicos tuvieron lugar el día 15 de agosto (Nuestra Señora) y 16 (San Roque) romerías. Por la tarde en la campa de la iglesia, y por la noche bajo la casa consistorial.

Las costumbres festivas, al parecer, también eran cosa de critica, ya que en una carta al periódico “El Noticiero Bilbaíno” del día 29 de agosto de 1886, alguien que firmaba como “Ogaitnas” decía: “...Ya han pasado las fiestas de San Ignacio, San Nicolás, Santa Ana, Santa María y San Roque, que anualmente celebran en esta anteiglesia..., hay algunos que calzan guantes, visten levita y comen en manteles de lino..., que al ver bailar al son de la popular porru-salda en las fiestas por la mañana, por la tarde y por la noche..., no dudan esos mirones en afirmar “No todos los locos están en Zaragoza”. Pero, amigo director, este es el mundo. Mientras unos brincan y danzan desesperadamente, otros califican este modo de divertirse de locura o cosa parecida..., y sin embargo, este pueblo es más feliz que otros a los que llana dichosos...” Según el firmante los bailes de los soportales de la plaza de San Nicolas iban perdiendo adeptos, trasladándose estos a los salones particulares, como el Casino Algorteño. El tiempo parece que tampoco acompañó esas fiestas, pues resultó metido en aguas, ya que al finalizar su carta decía: “...Pronto nos veremos envueltos en el oscuro celaje del invierno...” Y las fiestas se trasladaban a la villa de Plentzia, para celebrar sus San Antolines.

La picaresca también hacía su aparición en la alimentación, los huevos, artículos de gran consumo, eran traídos desde Galicia de contrabando. Al parecer había vendedoras que se disfrazaban de baserritarras. Uno de estos cargamentos fue descubierto en el barrio bilbaíno del Cristo. La prensa local decía con cierto gracejo: “...¿Cómo los huevos traídos por mar de Galicia y Asturias, que pueden estar frescos allí, pero para recoger y completar cada cargamento se necesita el trascurso de unos meses?...” Y afirmaba: “...!El único que está fresco es el que gasta su dinero en huevos de esta procedencia, que no sabemos con qué fácil procedimiento químico toman la apariencia exterior de los acabados de poner por las gaIlinas!...”

Es curiosa la asociación de ideas que se producía en la época, en cuanto al nombre del Pueblo, ya que la publicidad de las regatas de vela en el Abra de agosto de 1886, entre lanchas de lemanaje que tuvieron un recorrido de seis millas, se celebraron con esta confusión. Entre los suscriptores de premios aparecía el Ayuntamiento de Getxo, y la prensa local decía: “...El Ayuntamiento de Algorta ofrece un premio de 125 pesetas...” ¡Estos de Algorta ya se habían hecho con la capitalidad!.


Era habitual por aquellos días ver anuncios en la prensa ofreciendo “Amas de Cría” y/o “Nodrizas”, generalmente jóvenes de unos 26 años, recién paridas, para amamantar a hijos de familias pudientes. Y la “kukurruku-estul” la tos ferina, ya acechaba a nuestros niños.

Y a pesar de no ser la principal actividad, en aquellos momentos el turismo veraniego, sí era una de las actividades comerciales más importantes de la temporada. El valle del Nervión ya contaba con establecimientos fabriles e industriales, además de la zona minera. La multiplicación de vías de comunicación de Bilbao al mar, que pronto iban a aumentar con dos ferrocarriles por ambas márgenes de la ría, crearían una zona de gran atracción turística. Aquel verano se había visto la zona y Bilbao tan lleno de forasteros que apenas bastaban las instalaciones hoteleras para su hospedaje. Se hacía necesario, decían, crear atracciones para los turistas, igual a las que ya disfrutaban otras poblaciones extranjeras o del nuestro mismo litoral. Se creía conveniente que los ayuntamientos de Bilbao y del resto del Abra, nombraran comisiones encargadas de idear y preparar con tiempo suficiente, nuevos atractivos para la temporada estival de 1887. Se planteaba que: “...Hay puertos en el litoral cantábrico que algún tiempo estuvieron muy concurridos de bañistas y veraneantes y perdieron por completo ese beneficio por matar la gallina de los huevos de oro...”


El servicio de tranvías durante el mes de septiembre ofertaban su servicio para los amantes del teatro, que acudían a Bilbao. Los jueves, domingos y festivos salía un carruaje para Las Arenas y Algorta, siempre que lo demandara un número mayor de diez personas y fueran hasta el punto más lejano del recorrido. Las lanchas dedicadas al servicio de mercancías entre Las Arenas y Portugalete efectuaban las salidas de Las Arenas a la llegada de los coches de Bilbao y de Portugalete cada cuarto de hora, a tiempo para alcanzar la salida del tranvía para Bilbao. El precio del pasaje era de cinco céntimos por persona.


Las mejoras en nuestro pueblo habían comenzado a producirse. La traída de aguas desde Berango evitaba malos olores en varias zonas de Algorta; la actividad de la Fonda San Ignacio, en la que se reunían todas las noches los bañistas y familias distinguidas de Algorta; la actividad tranviaria y las obras del Abra exterior venían a presagiar nuevos cambios, que iban a convertir nuestro pueblo en un lugar de referencia para los visitantes, a pesar de que, como decía al comienzo, se perdería la bella playa de Las Arenas. 

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