Al
terminar mis entradas sobre la vida en Getxo durante 1932, me he dado
cuenta que en algunas ocasiones mencionaba a las “Cantinas
Escolares”.
Recordar que esas cantinas se hicieron para atender a niños cuyas
familias no tenían medios. Y que los primeros programas de
alimentación asociados a la enseñanza tuvieron su origen en
acciones caritativas de personas con altos niveles de renta.
Y
a pesar de que sobre ellas ya hablé en mi entrada
“Las
Cantinas Escolares en Getxo”
de agosto del 2012, al hacerlo dejaba un poco diluidos algunos de los
aspectos de las mismas. Sobre todo las condiciones sociales que
llevaban a demandar aquel servicio. Y es por eso que vuelvo a
traerlas a estas páginas.
Ya
desde primeros de año, en 1929, la precariedad en las vidas de
muchos vecinos, llevaban a tener que recurrir a la beneficencia.
Prueba de ello es que en el vestíbulo del Ayuntamiento, y ante el
alcalde, D. Juan L. Prado Mathurin, concejales y señores de la Junta
de Beneficencia, se repartieron ropas y calzados a los niños pobres
de la localidad. A la vez se inauguraban en el barrio de Santa María
las Cantinas Escolares. La misma prensa decía: “...No
ha de sobrecogerse acaso nuestro ánimo al oír que por haber hambre
y frío, reclaman, en el día de los Reyes Magos, alimentos y abrigo
pobres niños, asilados o no, que antes pedían juguetes...,
y
mientras suena como mágica la palabra Bolsa...,
el
oído del modesto empleado o del sufrido trabajador...,
cada
vez que el módico sueldo y el jornal irrisorio han de librar batalla
con el precio inusitado que alcanzan los artículos llamados de
primera necesidad, en cuya lista, no sólo está el pan...,
conduce
a alarmantes situaciones...”
En
las escuelas de Las Arenas para poder acceder a esos comedores
escolares se ponían como elementos a considerar: que la alimentación
del niño en su casa fuera insuficiente por carecer de recursos; la
edad, siendo preeminente que fuera de menor a mayor; la asistencia
regular a clase, el comportamiento y la higiene. Se aconsejaba que
previamente se les realizara un examen médico, así como
suministrarles en caso de carencias: reconstituyentes,
glicerofosfatos y emulsiones. Se recomendaba suministrar a aquellos
niños: como calzado “becerro
negro”,
se llamaba así a las botas de agua y capas de lana impermeables.
El
día 11 de diciembre de 1928, el Alcalde de Getxo D. Juan L. Prado
Mathurin, envió una circular a los centros escolares del municipio
para que los centros enviaran una relación de los niños que acudían
a las escuelas, indicando los que fueran sujetos de auxilio por la
pobreza de sus familias y la distancia que tuvieran que recorrer para
asistir a clase. Y es a partir de los resultados de esas relaciones,
y de las situaciones que reflejaban los listados, que podemos ver la
precariedad en la que vivían muchos getxotarras:
Solo
en las escuelas de Santa María de Getxo eran 53 los niños para los
que se solicitaba auxilio; en las Escuelas de Zabala (Algorta) eran
35 los niños para los que se demandaba aquella ayuda; de las
Escuelas de la Fundación Cortina (San Martin-Algorta) 9 eran los
necesitados; en las de San Ignacio se atendía a 21 niños; en las de
Las Arenas ascendía a 41 el número de niños, cuya procedencia era
de los distintos barrios (Santa Eugenia, Santa Ana y Las Arenas), la
mayoría de niños necesitados eran de la Vega de Santa Eugenia;
también el hospital Hospicio de Algorta formaba parte de aquellas
cantinas escolares, El número era excesivo, por lo que la alcaldía
envió otra circular, en la que se les recordaba que las
características de los niños hacía quien se dirigía aquellas
ayudas, las mismas eran para niños pobres y que asistieran con
puntualidad a la escuela; quedando exceptuados los hijos de
propietarios, a quienes se consideraba miembros de familias
acomodadas.
La
cantina escolar de Las Arenas fue atendida por la vecina del barrio
Dña. Águeda Mendaza. Los menús constaban fundamentalmente de
legumbres (Alubias, garbanzos y lentejas), a los que se les podía
añadir patata y chorizo; los segundos platos solían constar de
carne, excepto los martes y viernes que eran de huevo; los postres se
alternaban el membrillo con las galletas y la fruta. Aquellos menús
se servían todos los días de la semana, sábados incluidos. Algunos
productos, que los médicos indicaban para los pequeños, eran
“Tetrarcal”
y “Phasfe”,
que tenían en sus componentes calcio, indicado para los problemas de
hipotiroidismo, que era endémico en la época.
Las
cantinas dejaron de funciona, temporalmente, una vez transcurrieron
los días que estimaron más crudos del invierno, según decía, el
secretario de la Junta Local de Enseñanza, en un escrito del 26 de
febrero de 1929: “...En
atención a que por la época en la que se encuentra la temporada
invernal, es de presumir que ya han transcurrido los días de mayor
rigor...,
a
partir del día primero de marzo dejan de funcionar las Cantinas
Escolares en este Ayuntamiento...”
También
fueron lugar de visita de los benefactores, quienes solían acudir a
ver su obra. El martes 15 de enero de 1929, se solicitaba la ayuda de
diversas familias pudientes del Municipio, a quienes se remitió una
carta indicándoles la posibilidad de asistir, al comienzo de dicho
servicio: “...por
si gustase de presenciar el acto de reparto de la comida a los niños
de la citada Cantina...”
Esas
“Cantinas
Escolares”
siguieron funcionando a lo largo del año 1934 y 1936. Durante 1934
la frecuencia de funcionamiento fue de 83 días en todos los centros.
Las asistencias a las mismas se cifraban en: escuelas de Santa María
50 niños asistentes; escuelas de Zabala, 60 niños; escuelas de San
Ignacio 66 niños y escuelas de Las Arenas, 60 niños. Las mismas
provocaron unos gastos de 9.162,40 pesetas, gastos que fueron
sufragados mediante aportaciones de benefactores y por el
consistorio.
Las
compras realizadas a lo largo del año nos hablan de algunos de los
comercios existentes en Getxo cuyas facturas podemos observar sobre
estas lineas. Entre los mismo se encontraban:
Panaderías:
“Viuda
de Aguirre”
cuyo despacho estaba en la calle Las Mercedes de Las Arenas;
“Panadería
la Algorteña”
de Juan Azcorra, cuyo establecimiento estaba en la Avenida Basagoiti;
“La
Amistad”
de Angel Astorqui, cuyo despacho estaba en la Avenida de Algorta.
Ultramarinos:
“Lorenzo
Berecibar”
que tenía establecimientos en la Avenida Basagoiti de Algorta y en
la calle La estación de Las Arenas; “Candido
Rosáenz”cuyo
establecimiento estaba en la Avenida Basagoiti.
Carnicerías
y tocinerías:
“Marcelino
Zabala”
que estaba en la Plaza del Mercado de Las Arenas; “Ignacio
Zalvidea”
que tenía su establecimiento en la Avenida Basagoiti; “Gabriel
Teneria”
cuyo despacho estaba en la Avenida de Algorta (Frente al Casino).
Fruterías:
“Toribio
Aldonza”
que tenía su tienda en la calle Paulino Mendivil de Las Arenas;
“Manuel
Lamiquiz”
que tenía su establecimiento en la calle Urquijo de Las Arenas.
Carbones
y antracitas:
“Alfredo
Valdemoro”
cuyo establecimiento estaba en la calle Juan Bautista Zabala de
Algorta; “Carbones
Neguri”
que estaba en el barrio del mismo nombre.
Otros
establecimiento eran: “Coloniales
Sebastian de la Fuente”
cuya tienda estaba en la Avenida Basagoiti; la cacharrería
cristalería de “Miguel
Reparaz”
cuyo establecimiento estaba en la Avenida Basagoiti.
En
1936 se elaboraron unas relaciones de aspirantes a beneficiarios de
las mismas y las hojas de solicitud de inclusión, las cuales además
del número de niños atendidos nos ofrecían una fotografía de la
situación económica de aquellas familias. La cual podemos comparar
con los precios de mercado existentes: Alubias:
1,70 pesetas el kg; Lentejas:
1,40 pesetas el kg; Garbanzos:
1,20 pesetas el kg; Patatas:
0,25 pesetas el kg; Arroz:
0,75 pesetas el kg; Aceite:
1,75 pesetas el lt.
Y
mientras los alcoholes, las bodegas vinícolas y otros “valores”
cotizaban en la bolsa sobre las 800 pesetas, los salarios de las
familias que demandan ayuda eran de miseria. Los precios, incluso en
el mercado de Las Arenas, eran excesivamente altos, lo que obligó a
principios de año a tomar cartas en el asunto a la Junta de
Administración del mercado de Abastos de dicho barrio, estudiando
establecer la fijación de precios. Para poder comparar la diferencia
entre salarios y precios baste este pequeño apunte: Según la Junta
provincial de Abastos, el precio de las vainas estaba a 3 pesetas el
kilo; las cebollas a 0,80 la docena; las naranjas a 1,20 docena; las
manzanas a 2; los huevos frescos 2,30 la docena; las patatas nuevas
0,75 kilo; las gallinas a 6,50 la unidad; los pollos 6; los conejos a
3,60; la merluza a 6,40 kilo.
En
los listados de los solicitantes de auxilio que se elaboraban,
aparecían datos que nos hacían ver la penosa situación por la que
pasaban muchas familias. Se daban casos de familias numerosas, como
la de un pinche de la Delta, compuesta por 15 miembros, de los que
tan solo uno tenía trabajo y sus ingresos eran de 3 pesetas al día;
en otros casos el trabajo era de dos días semanales. Otros casos,
parecían más afortunados, ya que de los 8 miembros de la familia,
dos trabajaban, obteniendo unos ingresos netos de 16,50 pesetas
diarias. Mientras que de otra de aquellas familias compuesta por 7
miembros, solamente el cabeza de familia tenía trabajo, obteniendo
unos ingresos de 8 pesetas diarias. Algunas familias, como una cuya
residencia estaba en la Vega de Santa Eugenia, compuesta por 7
miembros, tan solo uno de los hijos tenía empleo como aprendiz en
Talleres Urquijo, por lo que recibía 2 pesetas diarias. Mientras que
en otra de la misma Vega, compuesta por 6 miembros, todos ellos
estaban en paro. Incluso en algunos casos, eran los hijos más
jóvenes quienes, siendo 6 de familia, podían aportar al sustento de
la prole 3 pesetas diarias, y la madre sirvienta 1 peseta diaria.
Muchas eran las profesiones, cuyos emolumentos no subían de las 3,5
pesetas diarias, era el caso de una panadera del Puerto. Quizá el
caso más sangrante que aparecía en los listados, fuera el de una
familia de 11 miembros, residente en la calle Sarricobaso, cuyos
ingresos tan solo ascendían a 1 peseta diaria.
Como
decía al principio, el mantenimiento de las Cantinas Escolares de
Getxo fue posible gracias a las ayudas de beneficencia y a los
esfuerzos municipales. En relación con la beneficencia, en la
fotografía superior se pueden ver los nombres de algunas familias
económicamente pudientes, que colaboraron con el mantenimiento de
los comedores municipales en los años treinta. La historia a veces
parece reescribirse, hoy, ochenta años después, y sin que se llegue
a aquellos niveles de pobreza, cientos de familias vuelven a sentir
el zarpazo de la exclusión social. Y como decía un articulo de un
diario bilbaíno de 1935, al referirse a aquella lacra social: “...la
trascendental importancia del paro obrero en la formación de las
futuras generaciones, genera efectos sobre la infancia...,
y
no se podrá exigir por la fuerza orden y moral, honradez y
sacrificio a quienes han vivido en el antro del dolor...”
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