jueves, 23 de junio de 2016

VÍSPERA DE SAN JUAN



¡Noche llena de encanto, de recuerdos y añoranzas infantiles, la noche de San Juan!.

Las vísperas habían sido de un incesante acarreo de ramas y jaros; la actividad frenética de pequeños acarreadores era interminable por las calles aún sin asfaltar de un viejo y bullicioso Romo. Los enseres ya inservibles de las casas se arrojaban a la pira festiva; los más adultos iban acomodándolos alrededor del totémico poste, que seguro había pertenecido a la cercana compañía eléctrica. Ese madero iba a sujetar, coronado en lo alto, el muñeco festivo, confeccionado con trapo y relleno de viejos papeles de periódico, elegantemente ataviado a la vieja usanza, con su blusa y txapela.

Noche de San Juan, sueños de la niñez, hogueras encendidas, chispas por el aire, corros de niños saltando las brasas. Mientras Mikel Atxaerandio “El sastre de la Prolon”, terminaba en el taller de su casa de coser el muñeco que iba a ondear en lo alto de la hoguera; se iban apilando las ramas traídas desde los Pinitos y Gaztelueta.


Antes de que la noche extendiera su negrura y las típicas hogueras empezaron a chisporrotear en medio de las campas, apenas comenzada la cena, llegaba como todos los años Antonio Cordón provocando las carreras, escaleras abajo, de la vecindad. Año tras año, sin ser anunciado, él se encargaba de dar inicio a la sanjuanada. Y de pronto la luz del fuego resplandecía por todas partes. Los grupos de niños jugábamos dando vuelas alrededor de las hogueras, saltando sobre pequeñas piras de fuego, mientras cantábamos estrofas que en nuestro barrio decían:
...San Juanetan,
ogia eta esnea jateko
San Juanetan,
esnea eta ogia jan...”
...Por San Juan,
se come pan y leche
Por San Juan,
se come leche y pan...”

Y en otros entonaban estrofas parecida a la que recojo a continuación:

...San Juan, San Juan,
nik ez daukat bezterík goguan,
arrautza bi kolkuan,
beste bi altzuan,
artuak eta gariak gorde, gorde,
lapurrak eta sorgiñak erre, erre...”

... San Juan, San Juan,
no tengo otra cosa en la cabeza,
dos huevos en el kolko,
otros dos en el regazo,
guardar, guardar el maíz y el trigo,
quemar, quemar a los ladrones y las brujas...”

Entretanto, nuestros padres vigilantes controlaban nuestras cabriolas al rededor del fuego. Permanecían vigilantes, sentados en las munas de la campa, mientras encendían sus cigarrillos y comentaban lo acontecido en el día. Por todo el barrio se oían los cánticos y voces que brotaban de jóvenes gargantas. Siempre la víspera era más alegre que el mismo día de fiesta. Parecía como si esa víspera anunciara la esperanza de un porvenir prometedor al quemar los trastos viejos.


Cuando las llamas empezaban a alcanzar su cénit, todos los niños corríamos a buscar en huertos cercanos algunas patatas que cocinar dentro de las brasas. Eran días de escasez. Y mientras los mayores del barrio se hacían las últimas confidencias, los niños cantábamos y reíamos, deseosos de que esa noche mágica no terminara nunca. Ya bien entrada la madrugada, con las últimas canciones al mandato de nuestros padres, nos dirigíamos a regañadientes a casa. Mientras, en el cielo temblaba la noche y se adivinaba pronta la llegada del alba. En la lejanía se oía el último cantar de San Juan de un trasnochador coro infantil.


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