La
Viruela, una de las enfermedades que a lo largo del los siglos más
ha alarmado a la población, y que en varias entradas ya he
mencionado es el tema de hoy. La historia atribuye el descubrimiento
de la vacuna al escocés Edward Jenner, que en 1796 tomó líquido de
las pústulas de una mujer infectada con la viruela bovina y se lo
inyectó a un niño de ocho años.
La
enfermedad ya aparece en diversos expediente a lo largo de los Siglos
XIX y XX en los archivos municipales. Considerada como el azote de la
infancia junto a la disentería, sarampión y tifus a finales del
XIX, de la misma se afirmaba: “...de todas la epidemias la
más dolorosa y repugnante es la viruela, que se ceba en los tiernos
niños, a quienes ciega o mata...”. Ya a mediados del Siglo
XIX se decía: “...la vacunación antivariólica es un
elementos clave en el descenso de la mortalidad infantil...”
En cuanto a los factores de propagación, a finales del Siglo XIX, se
decía que eran debidos, entre otros a: “...la viruela ha
escogido entre los que le ofrecían mejores condiciones para su
desarrollo, o lo que es lo mismo a las personas que, viviendo en
completa oposición con las reglas de una buena higiene, habían de
favorecer la trasmisión del mal..., su ambiente más
adecuado para causar estragos son las calles sombrías, de casas
oscuras, estrechas y sucias, donde se albergan en poco espacio
multitud de individuos que ni cuentan con suficiente y pura
atmósfera, ni pueden alimentarse en proporción de las pérdidas que
su trabajosa vida les ocasiona, ni cuidan de su aseo y limpieza
personal por falta de tiempo, de medios o de voluntad para ello...”
Así que ya estaban definiendo determinadas zonas de nuestra
población y las clases sociales a las que el mal iba a afectar de
forma preferente. La propia prensa aconsejaba a comienzos de 1900
“...Debe vacunarse a los niños lo más pronto posible, más
cuanto peor sean loa condiciones higiénicas en la que vivan...”.
A
lo largo del año 1900 se produjeron varios casos de viruela en
nuestro municipio. El 23 de junio de 1900 se dieron los primeros
brotes de viruela, que afectaron a un niño y una niña, comenzó esa
epidemia en la casa “Pitarrene” del barrio de
Algorta. Urgentemente el médico local se puso en contacto con el
primer teniente de Alcalde D. Francisco Goicoechea para determinar
algunas actuaciones tendentes a aislar el brote. Pero no iba a ser
este el único foco, también en el caserío “Iberre”
la señora de la casa contraía la enfermedad. Enseguida se preparó
un plan para evitar que la epidemia se propagara entre los vecinos.
Pero parece que dicha enfermedad se propagaba rápido, afectando
sobre todo a familias de condición humilde. En octubre llegaba al
barrio de Las Arenas. Para ello y debido a esa condición modesta de
los enfermos, fue el propio consistorio quien se hizo cargo de los
costes. También, como medida profiláctica, en el caso del barrio
arenero, se dispuso que: “...un guardia urbano haga guardia
en la puerta de la habitación del enfermo, evitando que nadie
pudiera entrar o salir de la casa, cerrando la puerta con llave
cuando tenga que ausentarse por motivos de servicio..., y
las ropas del enfermo sean lavadas en agua hervida y posteriormente
llevadas a la parte más inferior del río para ser lavadas...”
Como se puede ver las medidas eran muy expeditivas.
Como
la enfermedad se producía con cierta frecuencia en nuestro
municipio, no es de extrañar que fuera la propia diputación, quien
recordara a mediados de septiembre, que el consistorio debía de
aconsejar a sus administrados de la necesidad de vacunarse y
revacunarse, en vista que ese hábito era el mejor remedio para
preservarlos de tan temida enfermedad. Por lo que se pusieron manos a
la obra: “...para evitar los estragos de esa terrible
enfermedad...” El consistorio solicitó al Dr. Ferrán de
Barcelona el envío de cinco tubos de pomada contra la viruela para
aplicarla a los getxorras enfermos, pagando el importe de dicha
vacuna con los fondos municipales, el cual ascendía a 50 pesetas. A
lo largo del mes de octubre de 1900 se efectuaron 1.017 vacunaciones
y revacunaciones en presencia de los dos médicos titulares del
municipio (D. Manuel Hormaeche y D. Pascual Pérez), quienes
realizaron su trabajo de forma gratuita.
Por
otro lado, parece ser que nuestro contacto con la ciudad de Barcelona
y con el Dr. Ferrán no solo era debido a la viruela. A principios de
octubre de 1900 se formó una expedición rumbo a Barcelona. En ella
tomaron parte: el Alcalde Idelfonso Arrola junto a Gabriel Basáñez,
José Uribarri, Tomás Igual, Ignacio Insausti, Felisa Camazón y
Eulalia Casado; se trataba de someter a los acompañantes del primer
edil a un tratamiento antirrábico en el Instituto del Dr. Ferrán.
En noviembre de aquel año, la Comisión Provincial de Sanidad
solicitaba al consistorio de Getxo que se presentaran los
justificantes de los tratamientos mediante inyecciones antirrábicas,
a los que algunos vecinos se habían visto sometidos en la Ciudad
Condal. Aquellos tratamientos de ataques de perros, enfermos de
hidrofobia (rabia), supusieron 497 pesetas.
En
los años siguientes siguió sin decrecer el número de infectados
por la viruela y otras enfermedades infecciosas, afectando en general
a las familias de condición humilde, haciéndose necesaria la ayuda
municipal para sufragar los gastos derivados de las mismas. Hasta el
extremo de que el consistorio trató sobre una propuesta del Alcalde
que decía: “...que consigna razones muy atendibles en su
propuesta..., la Corporación municipal debía convocar
a una reunión en la que estuvieran representados todos los intereses
del Municipio, pudiendo concurrir la Junta Local de Sanidad, una
representación de Patronos y Obreros, la Junta de Reformas Sociales
y los presidentes de los Círculos y Sociedades benéfico
recreativas..., para tratar sobre la construcción de
un barracón para atender en el a los enfermos infecciosos...”.
La
colaboración de la iglesia local ayudó a que los vecinos se
concienciaran de la necesidad de vacunarse y acudieran a los lugares
destinados a tal fin. El 28 de mayo de 1903 la alcaldía mostraba su
agradecimiento al párroco de Andra Mari de Getxo: “...A
petición del señor Alcalde presidente acordó el Ayuntamiento dar
las gracias al cura párroco de Santa María..., por la
propaganda que ha hecho en favor de la vacunación, y que
indudablemente ha influido en el resultado satisfactorio obtenido en
dicha barriada...” Como resultado de la decidida actuación
del párroco, se vacunaron 254 vecinos. Comentaban que: “...teniendo
en cuenta que se trata de un barrio rural, muy ocupado en las faenas
del campo, el número de vacunados es respetable...”.
También
los tres médicos titulares del municipio tuvieron parte muy activa y
altruista en la campaña de vacunación y revacunación, por lo que
la corporación municipal decidió concederles una gratificación de
50 pesetas. La campaña, que alcanzó a 1964 vecinos durante los
meses de abril y mayo de 1903, tuvo efecto económico sobre la
población, ya que se sortearon premios de 25 pesetas, que recayeron
sobre seis agraciados vecinos. El ayuntamiento consideró necesario,
a fin de motivar a los vecinos, que en lo sucesivo: “... Para
evitar los crecidos gastos originados por la campaña de vacunación
y revacunación gratuita, llevados a efecto entre el vecindario no
fueran estériles..., toda persona que solicite algún
empleo , socorro o cosa análoga, se le exija la presentación del
certificado de vacunación...”. En algunos casos, como en
el de las alumnas del Colegio “Nuestra Señora de Begoña”,
se les exigía por parte del Ayuntamiento, que antes de realizar el
ingreso en el centro, presentaran el preceptivo certificado de
vacunación.
La
preocupación por las enfermedades infectocontagiosas del municipio
eran importantes; el servicio de agua era escaso para las necesidades
de una población en aumento, hasta el extremo que en agosto de 1903,
las abundantes aguas que brotaban de los manantiales del monte Umbe,
que eran consumidas por los vecinos de Getxo, hizo que el arquitecto
municipal y el vigilante de las obras de abastecimiento, llevaran dos
botellas del preciado liquido a fin de analizar su salubridad. Las
aguas fueron analizadas por el farmacéutico D. Pedro García
Salazar, quien las calificó de buenas para el consumo humano. Las
relativas a la fiebres tifoideas también hacían acto de presencia,
esta vez en la calle María Cristina de Las Arenas, en una vieja y
desvencijada bohardilla del nº 2 de dicha calle, la enferma una
pequeña de corta edad.
Pero
las epidemias se sucedían. En marzo de 1904 era el momento del
“Coqueluche” (tos ferina), que nuevamente castigaba
al barrio de Andra Mari. El médico titular D. Joaquín Aznar lanzaba
la voz de alarma, indicando que: “...sería conveniente tomar
algunas medidas para evitar la propagación de esta epidemia...”.
La primera medida consistió en el cierre provisional de las Escuelas
Municipales.
Así,
en abril de 1904, el Alcalde presidente Sr. Líbano, llevaba a la
consideración de los ediles el siguiente texto: “...Es cosa
corriente que por desgracia, en determinadas épocas del año, se
registren en este término municipal, diversas clases de enfermedades
infecto-contagiosas, que aunque parezcan casos aislados, suelen
ocasionar algunas víctimas..., varios de dichos casos
han sido advertidos por médicos de la localidad...”.
También por otros médicos llegados de las localidades vecinas de
Berango y Leioa: “...Que visitan en los barrios de Algorta,
San María y Las Arenas...”. Pero los limitados medios del
consistorio, hacían que en la mayor parte de los casos las
soluciones se limitaran al aislamiento de los pacientes, lo que llevó
a buscar como solución la edificación de un lavadero en un punto
céntrico de los tres barrios donde limpiar con lejía las ropas
infectadas; pero esto es algo que ya traté en mi entrada del lunes 8
de junio del 2015 “La salud y/o la economía local, vieja
preocupación de nuestros ediles”.
¿Casualidad
o fatalidad qué dichas enfermedades afectasen a los más pobres?
Parece que el plato siempre caía del mismo lado. Es más, los
niveles de pobreza, que también atacaban al elegante barrio de Las
Arenas, hacían que fuera necesario crear un servicio de “Socorro
de Lactancia” para evitar que algunos niños recién
nacidos no llegaran a su primer año de edad. Y en otros casos,
suministros de ropas por el Santo Hospital Hospicio, a familias que
su extrema pobreza hacía que sus recién nacidos fallecieran nada
más venir al mundo.
Hasta
aquí una pequeña reseña sobre algunas de las enfermedades que
traían de cabeza a nuestros vecinos a principio del Siglo XX.
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