lunes, 7 de marzo de 2016

UN BROTE DE VIRUELA



La Viruela, una de las enfermedades que a lo largo del los siglos más ha alarmado a la población, y que en varias entradas ya he mencionado es el tema de hoy. La historia atribuye el descubrimiento de la vacuna al escocés Edward Jenner, que en 1796 tomó líquido de las pústulas de una mujer infectada con la viruela bovina y se lo inyectó a un niño de ocho años.

La enfermedad ya aparece en diversos expediente a lo largo de los Siglos XIX y XX en los archivos municipales. Considerada como el azote de la infancia junto a la disentería, sarampión y tifus a finales del XIX, de la misma se afirmaba: “...de todas la epidemias la más dolorosa y repugnante es la viruela, que se ceba en los tiernos niños, a quienes ciega o mata...”. Ya a mediados del Siglo XIX se decía: “...la vacunación antivariólica es un elementos clave en el descenso de la mortalidad infantil...” En cuanto a los factores de propagación, a finales del Siglo XIX, se decía que eran debidos, entre otros a: “...la viruela ha escogido entre los que le ofrecían mejores condiciones para su desarrollo, o lo que es lo mismo a las personas que, viviendo en completa oposición con las reglas de una buena higiene, habían de favorecer la trasmisión del mal..., su ambiente más adecuado para causar estragos son las calles sombrías, de casas oscuras, estrechas y sucias, donde se albergan en poco espacio multitud de individuos que ni cuentan con suficiente y pura atmósfera, ni pueden alimentarse en proporción de las pérdidas que su trabajosa vida les ocasiona, ni cuidan de su aseo y limpieza personal por falta de tiempo, de medios o de voluntad para ello...” Así que ya estaban definiendo determinadas zonas de nuestra población y las clases sociales a las que el mal iba a afectar de forma preferente. La propia prensa aconsejaba a comienzos de 1900 “...Debe vacunarse a los niños lo más pronto posible, más cuanto peor sean loa condiciones higiénicas en la que vivan...”.

A lo largo del año 1900 se produjeron varios casos de viruela en nuestro municipio. El 23 de junio de 1900 se dieron los primeros brotes de viruela, que afectaron a un niño y una niña, comenzó esa epidemia en la casa “Pitarrene” del barrio de Algorta. Urgentemente el médico local se puso en contacto con el primer teniente de Alcalde D. Francisco Goicoechea para determinar algunas actuaciones tendentes a aislar el brote. Pero no iba a ser este el único foco, también en el caserío “Iberre” la señora de la casa contraía la enfermedad. Enseguida se preparó un plan para evitar que la epidemia se propagara entre los vecinos. Pero parece que dicha enfermedad se propagaba rápido, afectando sobre todo a familias de condición humilde. En octubre llegaba al barrio de Las Arenas. Para ello y debido a esa condición modesta de los enfermos, fue el propio consistorio quien se hizo cargo de los costes. También, como medida profiláctica, en el caso del barrio arenero, se dispuso que: “...un guardia urbano haga guardia en la puerta de la habitación del enfermo, evitando que nadie pudiera entrar o salir de la casa, cerrando la puerta con llave cuando tenga que ausentarse por motivos de servicio..., y las ropas del enfermo sean lavadas en agua hervida y posteriormente llevadas a la parte más inferior del río para ser lavadas...” Como se puede ver las medidas eran muy expeditivas.


Como la enfermedad se producía con cierta frecuencia en nuestro municipio, no es de extrañar que fuera la propia diputación, quien recordara a mediados de septiembre, que el consistorio debía de aconsejar a sus administrados de la necesidad de vacunarse y revacunarse, en vista que ese hábito era el mejor remedio para preservarlos de tan temida enfermedad. Por lo que se pusieron manos a la obra: “...para evitar los estragos de esa terrible enfermedad...” El consistorio solicitó al Dr. Ferrán de Barcelona el envío de cinco tubos de pomada contra la viruela para aplicarla a los getxorras enfermos, pagando el importe de dicha vacuna con los fondos municipales, el cual ascendía a 50 pesetas. A lo largo del mes de octubre de 1900 se efectuaron 1.017 vacunaciones y revacunaciones en presencia de los dos médicos titulares del municipio (D. Manuel Hormaeche y D. Pascual Pérez), quienes realizaron su trabajo de forma gratuita.

Por otro lado, parece ser que nuestro contacto con la ciudad de Barcelona y con el Dr. Ferrán no solo era debido a la viruela. A principios de octubre de 1900 se formó una expedición rumbo a Barcelona. En ella tomaron parte: el Alcalde Idelfonso Arrola junto a Gabriel Basáñez, José Uribarri, Tomás Igual, Ignacio Insausti, Felisa Camazón y Eulalia Casado; se trataba de someter a los acompañantes del primer edil a un tratamiento antirrábico en el Instituto del Dr. Ferrán. En noviembre de aquel año, la Comisión Provincial de Sanidad solicitaba al consistorio de Getxo que se presentaran los justificantes de los tratamientos mediante inyecciones antirrábicas, a los que algunos vecinos se habían visto sometidos en la Ciudad Condal. Aquellos tratamientos de ataques de perros, enfermos de hidrofobia (rabia), supusieron 497 pesetas.


En los años siguientes siguió sin decrecer el número de infectados por la viruela y otras enfermedades infecciosas, afectando en general a las familias de condición humilde, haciéndose necesaria la ayuda municipal para sufragar los gastos derivados de las mismas. Hasta el extremo de que el consistorio trató sobre una propuesta del Alcalde que decía: “...que consigna razones muy atendibles en su propuesta..., la Corporación municipal debía convocar a una reunión en la que estuvieran representados todos los intereses del Municipio, pudiendo concurrir la Junta Local de Sanidad, una representación de Patronos y Obreros, la Junta de Reformas Sociales y los presidentes de los Círculos y Sociedades benéfico recreativas..., para tratar sobre la construcción de un barracón para atender en el a los enfermos infecciosos...”.

La colaboración de la iglesia local ayudó a que los vecinos se concienciaran de la necesidad de vacunarse y acudieran a los lugares destinados a tal fin. El 28 de mayo de 1903 la alcaldía mostraba su agradecimiento al párroco de Andra Mari de Getxo: “...A petición del señor Alcalde presidente acordó el Ayuntamiento dar las gracias al cura párroco de Santa María..., por la propaganda que ha hecho en favor de la vacunación, y que indudablemente ha influido en el resultado satisfactorio obtenido en dicha barriada...” Como resultado de la decidida actuación del párroco, se vacunaron 254 vecinos. Comentaban que: “...teniendo en cuenta que se trata de un barrio rural, muy ocupado en las faenas del campo, el número de vacunados es respetable...”.

También los tres médicos titulares del municipio tuvieron parte muy activa y altruista en la campaña de vacunación y revacunación, por lo que la corporación municipal decidió concederles una gratificación de 50 pesetas. La campaña, que alcanzó a 1964 vecinos durante los meses de abril y mayo de 1903, tuvo efecto económico sobre la población, ya que se sortearon premios de 25 pesetas, que recayeron sobre seis agraciados vecinos. El ayuntamiento consideró necesario, a fin de motivar a los vecinos, que en lo sucesivo: “... Para evitar los crecidos gastos originados por la campaña de vacunación y revacunación gratuita, llevados a efecto entre el vecindario no fueran estériles..., toda persona que solicite algún empleo , socorro o cosa análoga, se le exija la presentación del certificado de vacunación...”. En algunos casos, como en el de las alumnas del Colegio “Nuestra Señora de Begoña”, se les exigía por parte del Ayuntamiento, que antes de realizar el ingreso en el centro, presentaran el preceptivo certificado de vacunación.

La preocupación por las enfermedades infectocontagiosas del municipio eran importantes; el servicio de agua era escaso para las necesidades de una población en aumento, hasta el extremo que en agosto de 1903, las abundantes aguas que brotaban de los manantiales del monte Umbe, que eran consumidas por los vecinos de Getxo, hizo que el arquitecto municipal y el vigilante de las obras de abastecimiento, llevaran dos botellas del preciado liquido a fin de analizar su salubridad. Las aguas fueron analizadas por el farmacéutico D. Pedro García Salazar, quien las calificó de buenas para el consumo humano. Las relativas a la fiebres tifoideas también hacían acto de presencia, esta vez en la calle María Cristina de Las Arenas, en una vieja y desvencijada bohardilla del nº 2 de dicha calle, la enferma una pequeña de corta edad.

Pero las epidemias se sucedían. En marzo de 1904 era el momento del “Coqueluche” (tos ferina), que nuevamente castigaba al barrio de Andra Mari. El médico titular D. Joaquín Aznar lanzaba la voz de alarma, indicando que: “...sería conveniente tomar algunas medidas para evitar la propagación de esta epidemia...”. La primera medida consistió en el cierre provisional de las Escuelas Municipales.


Así, en abril de 1904, el Alcalde presidente Sr. Líbano, llevaba a la consideración de los ediles el siguiente texto: “...Es cosa corriente que por desgracia, en determinadas épocas del año, se registren en este término municipal, diversas clases de enfermedades infecto-contagiosas, que aunque parezcan casos aislados, suelen ocasionar algunas víctimas..., varios de dichos casos han sido advertidos por médicos de la localidad...”. También por otros médicos llegados de las localidades vecinas de Berango y Leioa: “...Que visitan en los barrios de Algorta, San María y Las Arenas...”. Pero los limitados medios del consistorio, hacían que en la mayor parte de los casos las soluciones se limitaran al aislamiento de los pacientes, lo que llevó a buscar como solución la edificación de un lavadero en un punto céntrico de los tres barrios donde limpiar con lejía las ropas infectadas; pero esto es algo que ya traté en mi entrada del lunes 8 de junio del 2015 “La salud y/o la economía local, vieja preocupación de nuestros ediles”.

¿Casualidad o fatalidad qué dichas enfermedades afectasen a los más pobres? Parece que el plato siempre caía del mismo lado. Es más, los niveles de pobreza, que también atacaban al elegante barrio de Las Arenas, hacían que fuera necesario crear un servicio de “Socorro de Lactancia” para evitar que algunos niños recién nacidos no llegaran a su primer año de edad. Y en otros casos, suministros de ropas por el Santo Hospital Hospicio, a familias que su extrema pobreza hacía que sus recién nacidos fallecieran nada más venir al mundo.

Hasta aquí una pequeña reseña sobre algunas de las enfermedades que traían de cabeza a nuestros vecinos a principio del Siglo XX.



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