Angelita
Escuza “La última taquillera de Getxo”, aunque esa
no era su principal función, ya que realmente era Jefa de Estación,
cargo no habitual para las mujeres de la época, era conocida en su
barrio por ese apelativo cariñoso. Angeles Escuza Learra “Angelita”
nace en Getxo el 9 de Octubre de 1912.
De joven
fue bordadora. Aquella función la realizaba con una maquina de
coser. Tenía fama de ser muy buena en su oficio. Muchas fueron las
novias que llevaron el ajuar al matrimonio, confeccionado por las
manos de Angelita. Al igual que algunas mujeres de la época, éste,
junto a otros oficios relacionados con la casa (costureras, modistas,
lavanderas, bordadoras, remendonas...), era oficio sólo destinado a
las mujeres. Sin embargo, pronto tendría que buscar otro trabajo que
ayudara en la casa. Justo un año antes de que se estableciera una
nueva vía entre Areeta-Las Arenas y las canteras de sílice de
Neguri, que transcurría a través de la actual Avenida de los
Chopos. Con 29 años, el 16 de Octubre de 1941, comenzó a trabajar
en “Ferrocarriles Suburbanos”, que poco después,
en 1947 pasaría a constituirse como “Ferrocarriles y
Transportes Suburbanos”.
Se puede
decir que Angelita llegó con los tiempos modernos. Lo hace casi a la
vez que entraba en funcionamiento la nueva polarización eléctrica
de la línea, entre Bilbao y Areeta. El polo positivo se encontraba
en los raíles y el negativo en la catenaria. Aquel sistema que había
entrado en funcionamiento el 7 de Febrero de 1928 entre Bilbao y
Algorta, se prolongaría hasta Plentzia el 28 de Abril de 1929. Esta
innovación supuso la desaparición de las locomotoras de vapor.
Hija de
ferroviario ( su padre era el encargado de revisar la vía desde
Getxo hasta Plentzia, actividad que se realizaba antes de pasar el
primer tren de la mañana, que se hacía a pie, revisando todo el
recorrido de la vía), comenzó como encargada de estación. En
aquellos años circulaban dos trenes por Getxo, uno que pasaba a las
medias hacia Plentzia y otro a las horas y diez hacia Bilbao. Era una
mujer muy observadora. Le gustaba saber quién viajaba en el
compartimento de primera o en los de segunda; le encantaba hablar con
los veraneantes.
La vieja
estación de Getxo, que se puede ver en la fotografía inferior,
disponía de vivienda para la responsable de aquella estación.
Disponía además de un pequeño huerto en el que sembraba vainas y
patatas. La distribución de aquel edificio era la siguiente: en su
frontal lucía un cartel anunciador, donde figuraba orgulloso el
nombre del pueblo “Guecho”; en la parte inferior
tenia la oficina desde la que expedía los billetes y recibía los
avisos, la ventana del despacho de
billetes, que estaba a la izquierda según se entraba, tenía una
pequeña placa de madera que corría por unos pequeños raíles,
permitiendo saber si estaba en servicio o no; la ventana desde la que
se expedían los billetes, exteriormente era pequeña, con su parte
superior semicircular, en la base disponía de una pequeña repisa
(balda) de madera, estaba protegida por una tejavana, disponía de un
pequeño banco frontal en el que podían descansar los viajeros
mientras esperaban la llegada del tren y a su vez guarecerse de la
lluvia. Junto a la ventanilla, a su derecha había un compartimento,
desde la cual el guarda barreras realizaba su trabajo. El
compartimento también servía como sala de espera para los viajeros.
En su interior, tras un pasillo por el que se accedía a la vivienda,
se llegaba a la cocina. En la plata baja había una o dos
habitaciones: a la derecha, por una escalera se accedía a la planta
superior, a lo que era propiamente la vivienda familiar. Por un
pequeño canal que discurría a lo largo de la vía iba el cable que
servía para accionar las barreras. A lo largo de la vía, marcando
un pequeño huerto corría una fila de plátanos.
El
tráfico por la calle Maidagan estaba sujeto al funcionamiento de
unas barreras que atravesaban dicha calle. El funcionamiento de las
misma era absolutamente manual, mediante una manivela. Se accionaban
desde una pequeña garita que se puede ver en dicha fotografía, con
una pequeña puerta lateral. La responsabilidad del accionamiento de
las mismas corría a cargo de un guardabarreras a quien solía ayudar
Begoña Arzadun, prima de Angelita. Los avisos de llegada de tren se
hacían prácticamente innecesarios ya que una pequeña alarma
acústica, era accionada a la salida de las unidades desde Algorta o
Berango. Cuando aquellas berreras decidían dejar de funcionar, era
Angelita la que con una banderola roja en la mano se veía obligada a
parar la circulación en Maidagan, no sin quejarse a los responsables
de la línea “..!Esta nevando, lloviendo, que pasa con estas
barreras, para cuándo!...”; así, hiciera sol o nevara,
ella era quien tenia que realizar aquella función. El primer tren de
la mañana llegaba a las seis y diez dirección Bilbao, el último
tren del día, conocido como “el Pirata”, dormía
en Plentzia. En la estación, tras una verja metálica, cerrada con
un candado, estaba el despacho de billetes.
La
estación disponía de un cuadro con un teléfono de llamada, un
sistema de tipo morse, en el que los sonidos servían para los avisos
a otras estaciones. Disponía de un auricular, mediante el cual se
recibían las notificaciones, en caso de que sucediera algo fuera de
lo habitual, retrasos o llegada de algún tren de mercancías, este
último circulaba entre Bilbao y Plentzia por la mañanas. Cada
estación tenía un código morse, las correspondientes a Getxo eran
cinco puntos, y las de Algorta raya dos puntos, cada estación
descolgaba el auricular cuando a ellos se refería la señal. Aquel
teléfono acompañó a Angelita hasta su jubilación.
Era una
mujer muy apreciada por los servicios extras que realizaba y por la
amabilidad con la que los hacía. Era frecuente que muchos
trabajadores, que acudían a trabajar a Getxo, así como los
estudiantes que se dirigían a Deusto o Bilbao, por descuido se
dejaran, bien los buzos, la comida o los libros de estudios en las
baldas que aquellas unidades de tren tenían en los laterales
superiores, sobre las ventanillas. Con su genio característico,
cuando los estudiantes le tocaban la ventanilla para decirle
“...Angelita me he dejado los libros en el tren...”,
ella les respondía “...en que vagón...”, cuando
ellos le decían “...no sé, creo que en el primero...”,
ella les replicaba abroncándoles “...!Qué creo, no sabes en
cuál!....”, a pesar de ello les trataba como si fueran
hijos propios. A continuación avisaba a la estación más próxima
para que el jefe de estación recogiera aquellos objetos, y al volver
a Getxo el tren,( solo tenía una vía en aquel tramo,) ella se
encargaba de recogerlos. Con el tendido de la doble vía dejó de
poder realizar aquel servicio, que terminó siendo atendido en otras
estaciones.
Aquella
estación desapareció dando paso a una de moderno diseño. Pero
perdió el encanto de pueblo. Y perdió el nombre de GETXO. La nueva,
más moderna, todo cemento, era más fría y distante, hasta los
bancos eran fríos y oscos. Sus muros, también de hormigón, eran
fuente de inspiración de grafiteros, que por todo el pueblo, sprai
en mano, dejan su impronta. Los accionamientos de barreras y
comunicaciones, modernos, ya no requerían del trabajo de aquel
guarda barreras Eran tiempo modernos Algunos puestos de trabajo se
estaban amortizando.
A pesar
de aquellos rudimentarios medios no se puede considerar que
sucedieran incidentes de gravedad en la estación de Getxo. Salvo uno
acontecido a mediados de los 70, que pude observar en primera línea.
Yo iba en aquella unidad. Un fallo en las barreras, en la alarma o un
simple problema de reflejos, hizo que un pequeño utilitario se
saltase la señal, siendo arrollado por el tren que llegaba de
Algorta, fue desplazado a lo largo de la vía, hasta casi media
estación, quedando la conductora, en medio de un amasijo de chapa,
en el morro del convoy. El espectáculo era dantesco, la gente que
venía en el tren, saltó enseguida, nada más parar, fuera del
mismo, dirigiendo todas las miradas a aquel, aparente, mortal
accidente. No obstante, de entre aquel amasijo se oía la voz,
asustada de la persona atrapada, pidiendo ayuda.
Transcurrió
un tiempo que se hizo interminable, el primero en llegar, como ayuda
“espiritual”, fue el párroco de Getxo D. Francisco Antxustegi.
Yo no sé si su conversación ayudaría a la infortunada, pero oírle
rezar en aquellas circunstancias, yo pensaba “...!!Cuanto
mejor sería si llegan los bomberos!!...”. Estos tardaron
un tiempo que se antojaba eterno, “...!!Por fín
aparecieron!!...”, todos respiramos con cierto alivio,
empezaron las labores de rescate, llegaron acompañados de una grúa,
cuyos estribos amarraron en la delantera del convoy, !!se oía el
crujir de las chapas!!, la pasajera aprisionada gritaba, con voz
tenue, entrecortada por el miedo “...!!tened cuidado, que me
hacen daño las chapas!!...”, seguro que al sentir como las
del coche se retorcían y apretaban, aunque fuera ligeramente sus
miembros aprisionados, sufriría más de un momento de pánico.
Finalmente gracias a la habilidad de los bomberos pudo ser extraída
de entre aquel amasijo de hierros, con algunas contusiones y heridas,
pero afortunadamente sana y salva, por lo que no se hizo necesaria
una nueva intervención, del bien intencionado párroco.
Angelita
y su familia vivieron en aquella estación hasta 1971. Su horario de
trabajo era de 6 de la mañana a seis de la tarde, con la
implantación de los turnos de 8 horas contó con la ayuda de nuevos
compañeros de trabajo. Se jubiló en 1977. En
cuanto a los personajes más relevantes que pasaron por aquella
estación, en opinión de alguno de los hijos de Angelita, fue el
escritor getxotarra D. Ramiro Pinilla, que más tarde dedicaría un
libro a la infortunada y desaparecida estación de Getxo.
Algunos
años más tarde, en 1995, aquella histórica estación, que daba
nombre al barrio, desaparecería bajo el martillo neumático, de
madrugada, con nocturnidad, con vergüenza, pretendiendo que fuera
sin testigos, a pesar del deseo expresado por muchos vecinos de Andra
Mari, que afrontaron una larga lucha, día a día, durante mas de un
año, de presencia continuada en la barreas del paso a nivel, con
huelgas de hambre, reivindicando el mantenimiento de la estación y
el soterramiento de las vías. Aún suena el eco de alguna de las
imaginativas canciones que dedicaron a aquella deseada estación,
alguna terminaba con el clásico soniquete ferroviario
“...Ding-Dong...Proxima estación Getxo. ¿Por qué no?...”,
solo esto último, años mas tarde, lograrían tras su larga lucha.
Hasta
aquí una pequeña historia relativa a la última taquillera y jefa
de estación de Getxo, estación que en su día recibió el nombre
del núcleo urbano más antiguo de nuestro municipio. Y que tras una
vida centenaria desapareció, perdiendo el barrio una de sus señas
históricas, su nombre en el ferrocarril de Bilbao a Plentzia Y que a
lo largo de 36 años una mujer, Angelita, Ángeles Escuza Learra,
atendió durante largas y tediosas jornadas.
Bonita historia. Me ha gustado tanto la historia como tal como se ha relatado.
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