En la anterior entrada de esta serie sobre el último cuarto del Siglo XIX, veíamos como, en octubre de 1897, el Municipio de Getxo carecía de material antincendios para los barrios de Algorta y Las Arenas.
Continuaba el pleno del 4 de noviembre de 1897 en el, entre otras cosas, se trataba sobre un aumento de sueldo a los guardias municipales y camineros: “...Se da cuenta de dos instancias, una del guardia municipal D. Lorenzo Aguirre, y la otra de los camineros D. Ignacio Bilbao y D. Manuel Gómez, solicitando se les aumente sus respectivos sueldos...” Tras las frases de rigor, que en todas las actas incluía el escribano de turno, el Ayuntamiento de Getxo acordaba: “...Aumentar los sueldos del Guardia Municipal y del caminero D. Ignacio Bilbao por ser este cantero hasta 912 pesetas, y al otro caminero hasta 866 pesetas anuales. Así como formar un reglamento de sueldos de todos los empleados municipales...”
Parece que era costumbre, en algunas festividades, como en este caso las de San Nicolás de agosto, servir algunos refrescos en el Ayuntamiento, al menos eso se desprende de las cuentas de gastos, del pleno mencionado anteriormente: “...Se abonen a D. Manuel Eguia 20 pesetas por los refrescos servidos en esta Casa Consistorial, después de la misa mayor del 11 de agosto último, festividad de San Nicolás...”
La vacunación de la viruela, enfermedad temida en aquellos años, se realizaba por el viejo método de su inventor, el médico rural inglés Edward Jenner. El ayuntamiento de Getxo, como todos los años, al llegar la temporada de vacunas decidía realizar esta inoculación a los vecinos: “...Por último acuerda este Ayuntamiento proceder a la mayor brevedad a la practica de la vacuna y revacuna de las personas del vecindario, proporcionado para el efecto las terneras necesarias, y verificando las operaciones lo mismo que en años anteriores, pero pudiéndolo hacer para mayor comodidad en las tres barriadas principales, Santa María, Algorta y Las Arenas...” En el siglo XVIII, un médico rural inglés llamado Edward Jenner creó un método para prevenir la viruela que permitió salvar millones de vidas. El 14 de mayo de 1796, Jenner dio el paso decisivo: extrajo pus de las ampollas de viruela bovina de Sarah Nelme, una campesina, y se lo inoculó a un niño llamado James Phipps, el hijo de su jardinero. Éste, al cabo de una semana, cayó levemente enfermo durante un par de días, pero luego se recuperó. Seis semanas después, Jenner le infectó deliberadamente con viruela humana, sin que se produjera efecto visible alguno.
Leyendo la prensa bilbaína algunas veces se podían encontrar estadísticas sanitarias y otros datos de interés, pero me ha llamado la atención un apartado dedicado a los “Suplicios Antiguos”: “...Registrando algunos documentos sobre los suplicios de antaño, hemos encontrado (datos interesantísimos acerca de las diferentes torturas infligidas en la Antigüedad y en la Edad media, en diversos países. He aquí un resumen sucinto. ¡Qué barbarie y que refinamientos de crueldad!.
Los suplicios mortales comprendían: la degollación o decapitación, la sumersión, la sofocación, la hoguera, la crucifixión, el colgamiento, el palo, el descuartizamiento, el precipicio, el enterrar vivo, la lapidación y la rueda.
Entre los hebreos, al culpable condenado a morir por la espada, se le atravesaba el corazón. Su cadáver era colgado de un árbol o echado sobre un montón de piedras. Otras veces estrangulaban al criminal, después de verterle plomo derretido en la boca, o bien lo aserraban vivó. Entre los egipcios y entre los persas, el paciente era a veces cortado en pedazos o descuartizado. En Roma lo precipitaban desde lo alto de un peñasco: ¿hay que recordar la roca Tarpeya?
Leese en la Biblia otros géneros de muerte, pero que sólo se aplicaron accidentalmente. Es así que, en tiempos de Chardin, se vio en Persia a condenados, ya sea quemados vivos en un horno calentado al Blanco, ya echados a un hoyo lleno de feroces alimañas.
Entre los suplicios usados por las diversas naciones, los que se aplicaban en la antigua Persia llevaban un sello de crueldad ingeniosa que horripilante.
No insistimos sobre el desollamiento, que consistía en arrancar, a tiras, la piel del condenado. Si el reo sobrevivía, lo sumergían en una caldera llena de agua hirviendo. El descuartizamiento se practicaba de la siguiente manera: aproximaban en lo posible, y acostaban, por decirlo así, dos árboles, por medio de cuerdas y máquinas; ataban de las ramas al reo por los pies y por las manos. Rompían los lazos que juntaban los dos árboles, y las ramas, al enderezarse, se llevaban cada una una mitad del cuerpo.
He aquí ahora al suplicio de la ceniza. Llenaban de ceniza una gran caldera, Y en ella introducían al reo cabeza abajo; después, con una rueda, removían la ceniza hasta que el infeliz quedaba sofocado. No olvidemos el suplicio de la artesa. Encerraban al reo entre dos artesas de piedra, dejando que saliera únicamente la cabeza. Le untaban el rostro de leche y miel, y luego lo exponían a los rayos del sol. Su rostro era devorado lentamente por toda suerte de insectos. Otro suplicio usado en Persia consistía en arrancar los cabellos de un condenado, y cubrirlo enseguida el cráneo pelado con cenizas ardiendo. Un suplicio muy en boga entre los cartagineses era encerrar al reo en una caja erizada interiormente de agudos clavos y hojas cortantes. El mísero no podía hacer movimiento alguno sin herirse atrozmente, y moría entre tormentos horribles. La cruz fue uno de los suplicios más antiguos. La emplearon largo tiempo los persas, los cartagineses y los romanos. En Roma no se abolió hasta el imperio de Constantino. El reo, en la cruz, moría de hambre. La atrocidad particular de éste suplicio, era que se podía vivir tres o cuatro días en tan horrible estado, en el escabel de dolor. La decapitación o degollación se practicaba en Roma por medio de un hacha. En Oriente y en Occidente, durante, la Edad Media, se servían para ello de sables o de espadas, Parecer que el ahorcamiento fue poco usado en la antigüedad. Colgaban al reo, ingiriendo en su cabeza entre los dos brazos de una horquilla. Las horcas patibularias fueron muy utilizadas, en la Edad Media, por los señores feudales, hasta el año 1789, el colgamiento por medio de la cuerda fue en Francia, o en Inglaterra y en Alemania, el medio más ordinario de ejecutar a los condenados a muerte. Hoy día es el modo único que se emplea en Inglaterra y en los Estados Unidos. El empalamiento, suplicio casi universalmente abandonado hoy, ha sido largo tiempo usado en Turquía, en Marruecos, en Argel antes de la conquista francesa, y en Rusia hasta el siglo pasado. Consistía en sentar al paciente sobre una estaca, más o menos aguda, que le atravesaba poco a poco todo el cuerpo dejándole morir así. Es el suplicio que sufrió en el Cairo el asesino del general Kleber. El suplicio de la rueda, conocido de los romanos, se aplicó en Alemania y en Francia hasta la Revolución. He aquí en que consistía: La pena de la rueda se ejecuta sobre un tablado levantado en plaza plaza pública, dónde, después de, atar al condenado a dos piezas de madera en forma de cruz de San Andrés, el verdugo le da repetidos y vigorosos golpes de barra de hierro en los brazos, las piernas, los muslos y el pecho hecho lo cual lo coloca sobre una rueda de carro suspendida en alto sobre un eje, atadas manos y piernas, detrás de la espalda, y de cara al cielo, para que expire en esta situación. No menos atroces eran los suplicios no mortales. El cegamiento se efectuaba por medio de una barra de hierro enrojecida, que se pasaba por delante de los ojos de la víctima hasta que quedaban cocidos, o bien hundiendo en sus ojos una punta de acero. Se arrancaba la lengua, mediante unas tenazas de ramas punzantes. El desorejamiento consistía en cortar tas orejas del culpable; se practicaba la operación con un cuchillo muy afilado. La extracción de dientes, la mutilación de muñecas y pies, fueron también suplicios largo tiempo utilizados...” (El Nervión del 10 de noviembre de 1897). Estas y otras practicas fueron desarrolladas por gentes que se llamaban a si mismo humanos. Algunas de ellas acontecieron en el pasado siglo XX.
En el pleno del 11 de noviembre de 1897 se trataba sobre una petición de la Junta de Caridad del Hospital Hospicio, referido a la posibilidad de instalar una cuadra anexa a dicho edificio: “...Se da cuenta de una instancia que la Junta de Caridad del Hospital Hospicio Municipal dirige a la Junta Local de Sanidad, solicitando su informe acerca de las condiciones higiénicas que deberán observarse para construir la cuadra para colocar una vaca en la planta baja del citado edificio...”
En la próxima entrada veremos como, un vecino de Alango solicitaba se realizaran reformas en el Fuerte las Canteras, lugar en el que dicho vecino vivía.
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