La
Grúa Titán, mejor las Grúas Titán, pues fueron dos, situadas una
en cada espigón, de las que ya hablé en mis entradas del 5 de enero
en “La Grúa Titán, un emblema de ingeniería desperdiciado”
y el 24 de octubre del 2012 en “Los Contramuelles”,
se utilizaron para reforzar los contramuelles con bloques de 60
toneladas. La construcción del puerto se realizó entre 1873 a 1902, y vio colocar el último de esos ciclópeos cubos de
hormigón el día 7 de septiembre de 1902 en la punta del morro del
espigón de Santurce.
El
acto contó con una ostentosa presencia de ornamentos y autoridades,
incluida la presencia real. De hecho, ya desde día 30 de agosto, el
Puente Bizkaia, aparecía decorado con letreros de bienvenida en las
poleas del transbordador con letras de casi cuatro metros de altura y
una majestuosa iluminación de 7.500 lámparas. El estado de la mar
durante los últimos ocho días había impedido que su inauguración
se realizara el 2 de septiembre como estaba previsto. La víspera se
anunciaba en toda la prensa local el acto de colocación del último
bloque de las obras del rompeolas de nuestro puerto exterior.
Para
la asistencia al acto se dispusieron las siguientes medidas: a las
dos de la tarde iba a salir del muelle de la Sendeja el vapor
“Elcano”, conduciendo a las primeras autoridades
civiles y militares, presidentes de las Corporaciones provincial y
municipal, obispo de la diócesis, representantes de la provincia en
las Cortes y representantes de la Junta de Obras del Puerto. A las
dos y cuarto lo iban a hacer, a bordo de los gánguiles de la Junta
de Obras, el resto de invitados al acto que no ostentaran
representación oficial. La víspera, en Portugalete llamaba la
atención la iluminación del palacio del conde de Rodas y algunas
otras fincas. También lo hacían en Las Arenas la estación del
tranvía y otros edificios. Los rompeolas de Santurce y Algorta
también estaban perfectamente iluminados.
A
las cuatro y media de la tarde del día 7 comenzó la ceremonia dé
colocación del último bloque en el rompeolas. El obispo de la
diócesis, vestido de pontifical al frente del clero de Santurce,
bendijo la última piedra. El presidente de la Junta de Obras del
puerto D. Eduardo Coste y Vildosola leyó un discurso en el que
hacía referencia a que: “...tras largo tiempo de
preparación, la primera idea surgió de la Junta de Comercio de
Bizkaia en el año 1872, por fin se hace realidad la consecución de
un gran puerto comercial de primer orden en el Abra. Tras la segunda
guerra Carlista en 1876, se retomó el proyecto. Por reales ordenes
de julio y septiembre de 1877 fueron aprobados, tanto el reglamento
como las tarifas, y en Octubre del mismo año fue nombrado por el
Ministro de Fomento, ingeniero director de las obras, D. Evaristo de
Churruca. Por la ría, que en bajamar apenas podía
subir a Bilbao un bote; y en pleamar un buque con ocho pies de
calado, suben hoy a sus muelles vapores de cinco mil toneladas...”.
El importé de las obras de la ría, barra y puerto ascendieron a la
respetable suma de cincuenta millones de pesetas.
Al
pulsar el botón que hizo bajar el último bloque fueron lanzados una
salva de cohetes y ruidosas bombas, que junto al ensordecedor sonido
de las sirenas de los barcos de vapor, dieron al acto un colofón
memorable. Tras la firma del acta los vapores emprendieron camino
hacia sus bases, entre aquellos vapores estaban el “Algorta”,
“Laurac-bat”, “Nervión” y
“Vizcaya”. Cuando se extendían sobre el Abra las
primeras sombras de la noche, la concurrencia en Portugalete, Las
Arenas, Santurce y Algorta era extraordinaria. En las plazas de
Portugalete y Las Arenas las bandas de música amenizaban la tarde.
Una
crítica surgió en la prensa local acerca de la actitud de la prensa
de la Corte: “...Bien podían los periódicos madrileños de
gran circulación “El Imparcial”, “El Heraldo”, “La
Correspondencia”, ocuparse de la obra, no como fiesta regia, sino
como obra hidráulica, donde la inteligencia humana ha sabido vencer
a un elemento tan terrible como el mar...” Aquella obra
fue el principio de la transformación de un paisaje hasta entonces
salvaje, en el que las mareas y la barra resultaban casi imposible de
sortear, provocando innumerables naufragios.
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