lunes, 6 de noviembre de 2017

EL CATAFALCO DE DIFUNTOS DE ÁNIMAS



El catafalco de “Difuntos de Animas” de Getxo era un mueble destinado a rezar por los difuntos, que en algunos lares llevaba dibujada la llamada “Danza de la Muerte”, representada en la parte superior por un esqueleto pintado portando una guadaña, y en el paño frontal una calavera con un bonete de tres picos. El túmulo iba cubierto por un manto de seda negra, armazón funerario que representaba el féretro de un difunto. Una vieja tradición del barrio de Getxo (Andra Mari), perdida y ya casi olvidada.

Pero antes de pasar a esta celebración, hacer un pequeño resumen de otras, anteriores:

Hay fiestas cuyo origen se remontan al origen de los tiempos, una de ellas es el “Día de difuntos”, también llamada popularmente como “Todos los Santos”. Las tradiciones ligadas a las misma llegan desde ceremonias de los druidas en tiempos anteriores al cristianismo. Muchas son las tradiciones que se celebraban en otros lugares, los celtas lo hacían al dios de los muertos llamado Samhain, fiesta que coincidía con el día primero de noviembre.

Pero no iremos hasta la época de las persecuciones de Diocleciano. Ni a los distintos cambios de fecha en su celebración, acaecida por primera vez, en tiempos del Abad del monasterio de Cluny (998 d.C.), que la instauró el 2 de noviembre para honrar a los difuntos. La fiesta de “Todos los Santos” en sus comienzos se celebraba en mayo, hasta que el Papa Gregorio-III la traslado al 1 de noviembre, fecha que ha venido celebrándose hasta nuestros días.


De sus costumbres nos llega como acto de ceremonial religioso-mundano, el acudir a los camposanto para adecentar las tumbas y llevar flores a los familiares fallecidos. Pero existen distintas formas de celebrar el día de difuntos con distintas tradiciones a lo largo del Pueblo Vasco. En la provincia de Bizkaia, en Beriz era costumbre colocar una calabaza, a la que se daba forma con ojos y boca, en la torre del campanario al anochecer. Esa costumbre estaba bastante extendida por toda la geografía vasca, y no pocos niños de los años 40-50 recordarán tradiciones similares.

Pero respecto de ceremonias, sobre todo religiosas, me gustaría recordar una tradición muy peculiar relacionada con los rituales de recuerdo a los difuntos, que como casi todas, por transmisión oral, me la ha contado un buen amigo, ya entrado en años, que la vivió. Esa celebración era un ritual que en los años 40-50 se realizaba en la Iglesia de Andra Mari de Getxo el día 2 de noviembre.


A la misa de difuntos, que se celebraba el día 2, acudían todos los feligreses de getxo (Andra Mari), siguiendo una costumbre que aún hoy se mantiene, los de la zona de arriba (Goierri) lo hacían por el pequeño pórtico que da al actual Batzoki, y los de la zona de abajo (Bearri) por el pórtico que da a la campa de la iglesia. Todas las señoras iban vestidas de negro, cubiertas con mantillas largas del mismo color; los señores con chaqueta y boina negra. Durante la misa de difuntos del mes de noviembre, misa mayor de las 10 de la mañana. Entonces las mujeres se colocaban en la parte trasera del templo, que era el lugar donde, en el XVIII estuvieron las sepulturas de los difuntos. Allí, guardando el mismo sitio que de forma oral se transmitía de padres a hijos, las etxekoandres colocaban un paño negro con cuatro candelabros en las cuatro puntas del paño. Familia y amigos acudían a las “sepulturas” y depositaban en los paños un puñado de monedas que después de contarlas las dejaban en el bonete que el párroco llevaba en una mano. El párroco rezaba “in situ” un Pater Noster por cada tantas pesetas. Después asperjaba con el hisopo en la falsa sepultura. Había un grupo de chirenes que decía invariablemente: “...Hoy en casa del párroco comen chuleta...”. También era tradicional colocar un enlutado catafalco, de forma rectangular, bajo el cual llevaba unas ruedas que permitían su desplazamiento. El túmulo iba cubierto por un manto de seda negra con diferentes grabados relacionados con la muerte, a ambos lados se alzaban unos imponentes candelabros (tres en cada lado); en su frente se colocaba un banco-sillón para tres en el que se sentaban los celebrantes. Este armazón era colocado en el pasillo central de la nave, frente al altar. Junto a él se cantaba el “Liberame Domine de viis inferni”.

En un momento de la ceremonia religiosa, los celebrantes, junto a los asistentes y los monaguillos salían por la puerta que da a la campa de la iglesia, por Bearri; se desplazaban en procesión hasta la parte posterior de la iglesia (detrás del altar mayor), junto a la calle Maidagan, allí, en el centro del la pared, en una hendidura de la misma, existía una especie de pequeña sepultura, coronada por césped, de unos dos metros de altura, en la que decía la tradición que era una antigua huesera. Tras realizar una breve ceremonia con cánticos en latín, el celebrante provisto de acetre e hisopo bendecía los restos. La comitiva regresaba al interior de la iglesia, esta vez por la puerta de acceso de Goierri, junto al Batzoki, donde continuaba la misa de difuntos hasta su finalización.


Parece que la prohibición de introducir cuerpos de difuntos en la iglesia durante las exequias, en algunos tiempos, dio origen a una práctica de carácter formalista, que consistía en colocar en el centro de la iglesia y ante las gradas del presbiterio un armazón funerario que representaba el féretro del difunto.


Esta tradición, quizá con aportaciones de mayores que vivieron aquellos días, más adelante pueda ser completada. Pero quede esta referencia de una tradición funeraria de nuestro Pueblo.

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