Viajar
a Areeta-Las Arenas en 1900, fantástico viaje en el tiempo, que nos
permitiría tener una visión de nuestro barrio diferente a la
actual, y apreciar algunas cosas ya desaparecidas, y quizá repensar
otras que hicimos mal.
De
Las Arenas en 1900 un sagaz escritor bilbaíno decía: “...He
aquí una anexión de terreno cuya conquista no nos costó la más
insignificante gota de sangre, y cuyo mantenimiento no nos llevará
nunca al sacrificio, y menos a la vergüenza, como nos han llevado
otras anexiones de amarga memoria…,
hace
30 años Las Arenas no era independiente, ni era de nadie, porque no
existía; el mar la cubría con su oleaje, los barcos la araban con
sus quillas, y en lo que hoy es bosque se tendían las redes de
pesca, era aquello una marisma extensa, que en las pleamares
desaparecía bajo las aguas, y en las resacas quedaba reducida a
pantanos infectos…,
desecadas
las marismas, surgió allí un hermoso valle, de una gran fecundidad
por su riqueza orgánica, levantándose casas de labranza y pequeñas
alquerías…,
las
personas adineradas edificaron allí preciosas quintas y bellos
hoteles, villas donde vivir lejos del ambiente enrarecido de la
capital, buscaban un lugar donde descansar los días festivos...”
Era casi una descripción de la evolución que nuestro barrio había
tenido en ese cuarto de siglo.
Así
que viajar a Las Arenas en 1900 era lo que se recomendaba en la
prensa local, decían que era uno de los puntos más bonitos de la
costa Cantábrica. Lo recomendaban por su espaciosa playa, y no era
para menos, entonces iba desde Churruca hasta la Bola; el sin numero
de palacetes, chalets y villas, sus Balnearios de agua caliente y
fría que hacían de la población un lugar tranquilo de una belleza
sin par. Otro de sus atractivos eran sus extensos poblados de pinares
(hoy tan solo quedan unos pocos ejemplares entre las calles Lertegi y
Cristonal Valdes), que iban desde el borde del mar hasta Santa Ana. Y
como no, las entonces cómodas y decían rápidas comunicaciones, con
Bilbao, Portugalete y Algorta. Todo ello hacía de nuestro barrio un
lugar idílico al que acudir, sobre todo en los veranos. Tal es así
que numerosas familias, del centro peninsular, acudían durante los
tres meses del estío para disfrutar de su delicioso y suave clima.
El
ferrocarril de Bilbao a Las Arenas funcionaba desde las seis de la
mañana hasta las ocho de la noche, poniendo en comunicación ambas
poblaciones 11 veces al día. El tranvía, que paraba en la Plazuela
de Las Arenas (actual Puente Bizkaia) lo hacía 59 veces. Esos
servicios eran durante el invierno y en verano casi se doblaban.
Advertían también que otra de las opciones para venir desde Bilbao
era utilizar el ferrocarril de la margen izquierda, que llegaba hasta
Portugalete. Por comparar las prestaciones que daban ambas compañías,
el de Portugalete disponía de una maquina seis coches y el furgón,
mientras que el de Las Arenas tenía una maquina tres coches y
furgón. El servicio de tranvías tenía motor y remolque para el de
Las Arenas, mientras que el de Santurce tan solo tenía motor.
Pero
había algo que dificultaba el que la elección de nuestra playa y
sus establecimientos hoteleros tuvieran mayor aceptación, el
servicio de correos. Y eso a pesar de que numerosas familias de
Madrid y provincias acudían a nuestra localidad, de que fuera el
punto de recreo de todos los bilbaínos, a pesar de vivir en ella
todo el año importantes personajes, políticos, industriales y
comerciantes, una carta depositada a las once de la mañana en la
administración de correos de Bilbao, no llegaba a Las Arenas hasta
las cinco de la tarde del día siguiente. Se criticaba que a un
vecino de nuestro barrio, una carta de papel comercial regular, con
sello de franqueo, puente Bizkaia incluido para hacerlo más rápido
le costaba 0,45 pesetas; ni que decir que el servicio de telégrafos
era algo prohibitivo, así que el poder mantener aquella
correspondencia era algo limitado a los “capitalistas” de la
época.
No
es por lo tanto extraño que a aquel mes de junio a la belleza del
pueblo, sus conciertos, baños de mar y paseos por el bosque de
pinos, se le uniera un acontecimiento que se da dos veces al año, el
Ecilpse solar. El domingo 27 de mayo, lejos ya del miedo de la edad
media, cuando eran considerados como la cólera de los cielos, las
gentes del barrio se lanzaron a la calle a ver aquel espectáculo
!pocas veces se puede ver uno total!, !Por
fin el Eclipse llegó!,
desde las doce del medio día un gran número de curiosos observaban
el firmamento provistos de cristales ahumados, que algunos chiquillos
vendían, a las tres de la tarde el gentío llenaba las inmediaciones
de la playa, también las ocurrencias pasaron sus peajes: “...algunos
más provisto de deseo que de inteligencia llevaron desde sus hogares
cristales ahumados en el hornillo de la cocina, saliendo al final de
sus observaciones con su cara tiznada...”
Por la mañana los maestros de las escuelas dieron a los alumnos
algunas explicaciones del fenómeno, dejándoles la tarde libre para
disfrutar del evento, para las cuatro de la tarde el espectáculo
había concluido.
Aquel
mismo verano se sacaba a concurso la construcción de las escuelas y
en sus bajos el mercado de Las Arenas, se trataba de la Plaza de las
Escuelas de Paulino Mendivil !El pueblo crecía!.
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