Los
veranos e inviernos de principios del Siglo XX tenían varios
elementos que marcaban las formas de diversión, algunos dependiendo
de las clases social a las que se perteneciera. La afición a la
ópera y zarzuela, por parte de las clases altas de Getxo, parece que
fue notoria a principios del XX. Esos espacios líricos, no eran
concebidos solamente para la representación de operas y obras
dramáticas. En ellos se interpretaban otros géneros, comedias,
sainetes, vodeviles, óperas y zarzuelas. Eran por otra parte,
lugares para la exhibición del nivel económico de las familias, y
lugar de citas y negocios.
Eran
también otros los lugares elegidos por los amantes del genero
lírico, algunos de ellos enclavados en Bilbao (Teatro Arriaga y
Teatro Campos Elíseos). Escenarios en los que cantaron algunas
figuras locales como el tenor algorteño Cándido Menchaca y el
recordado Florencio Constantino. Teatros a los que acudían las
mejores compañías del momento. Voy a referirme al situado en el
Arenal bilbaino el “Teatro
de la Villa”,
que en 1.890 era conocido popularmente como “Teatro
Arriaga”.
Este
lugar de culto para los amante de la ópera, sufrió un incendio en
la madrugada del 22 de diciembre de 1914, quedando totalmente
arrasado. A pesar de la pérdida de parte de la documentación de sus
representaciones ha llegado a mis manos, gracias a mi buen amigo
Javier
Muro,
algunos de los trípticos de las representaciones que se celebraron
durante los años 1904 al 1908.
Entre
las empresas teatrales, que acudían al Arriaga, destacaban la
Compañía Dramática formada por el matrimonio Maria Guerrero y
Fernando Diaz de Mendoza, que abrieron la temporada de verano de
1904, el 14 de agosto, representando las obras “El
Vergonzoso en Palacio”
de Tirso de Molina y la Comedia “A
Cadena Perpetua”,
bajo arreglo de José María García, por la tarde; y en su función
de noche presentó “La
Desequilibrada”
de José Echegaray. Los precios de las localidades aparecen en la
fotografía superior. La prensa local decía: “...El
público en plateas, palcos y butacas no era numeroso, pero sí
distinguido...”
Otros de los lugares de representaciones teatrales fueron el “Campos
Eliseos”
y el “Circo
del Ensanche”.
Mientras,
otros vecinos elegían para su asueto otras formas de diversión. El
diario “El
Nervión”
de los días 11 al 14 de agosto de 1904 informaba que los vecinos de
Getxo disfrutaban de sus fiestas en la plaza de San Ignacio de
Algorta con aurrekularis e inocentes juegos como el que llamaban
“Blanco
y Negro”.
Y en la Plaza de las Escuelas de Las Arenas, en los salones de las
mismas, se inauguraba una sesión de cinematógrafo, artilugio
propiedad de monsieur Amadee Brisac; entretanto en la misma plazuela,
que el diario llamaba de “Las
Mercedes”,
una ambulante compañía cómico-lírica conseguía hacer pasar un
buen rato a los vecinos del barrio.
En
los trípticos que se editaban sobre las representaciones teatrales
aparecía impreso ya desde la temporada de verano de 1905 el
siguiente mensaje dirigido a un público especial: “...todas
las noches quince minutos después de terminada la función del
Teatro Arriaga saldrá un tren de viajeros de la estación de Las
Arenas...”
Ya desde 1907 la “Compañía
Vizcaína de Electricidad”
establecía un servicio de tranvias que realizaba el recorrido entre
Santurce y Las Arenas. En las funciones de teatro se remarcaba que:
“...La
empresa, atendiendo a indicaciones de personas habitualmente
concurrentes a la localidad de butacas, se permite rogar a las
señoras que concurran a esa misma localidad se abstengan de llevar
sombrero...”.
Por
el contrario, en Algorta se celebraban con gran boato las fiestas de
“San
Nicolas”.
Por la mañana, tuvo lugar en la Casa Consistorial el acto de
distribución de premios a los niños de las Escuelas Públicas y
alumnos de las de Artes y Oficios y Solfeo, con Exposición de sus
labores. A las cuatro, se celebro una romería en el paseo de la
Avanzada, quemándose en el Puerto, a las diez de la noche, una
vistosa colección de fuegos artificiales elaborados por la
pirotécnica de Juan de Anta. Como asunto novedoso la prensa local
comentaba que: “...En
el banquete con que el Club Marítimo del Abra obsequió ayer al
monarca, figuró entre los diversos licores que se sirvieron, el
cognac del Marqués de Barambio...”
Las
representaciones se sucedían en diferentes fechas y escenarios.
Durante los apretados días del estío veraniego de 1906 se
aprovechaban las suaves temperaturas nocturnas a la orilla del mar
para representar trozos de afamadas obras en el entonces incomparable
establecimiento, que había venido a suceder al Balneario de los
Aguirre, el Club
Marítimo del Abra.
El
13 de agosto de 1906, por la noche, en el concierto que se ofrecía a
los socios de forma diaria, al finalizar el mismo, el director del
sexteto actuante, a petición del auditorio, ofreció una sesión de
gramófono, con la participación de los músicos de dicha agrupación
en la que ofrecieron trozos de las operas: “Pagliacci”,
“Iris”,
“Cavallería
Rusticana”
y la “Mattinata”.
La
“Compañía
Cómico-Dramática del Teatro de la Comedia de Madrid”,
presentaba en septiembre de 1906, las obras “El
Alcalde de Zalamea”
de Pedro Calderón de la Barca, la “Loca
de la Casa”
de Benito Pérez Galdós y “Las
Cigarras Hormigas”,
juguete cómico en tres actos, también de este último autor.
Mientras,
en Las Arenas, uno de los lugares de reunión de la aristocracia de
Neguri, el “Club
Marítimo del Abra”,
iluminaba con bombillas eléctricas la terraza que miraba al mar, y
la que daba a la carretera de Las Arenas a Algorta. También
decoraban con luminarias a la veneciana los jardincillos colindantes
con la carretera, siendo todos los faroles de color blanco. Parece
que este color se debía a un acuerdo del presidente de la Diputación
y alcaldes de Portugalete, Getxo y Santurtzi.
En
1908 la “Compañía
de Ópera Italiana”
de Raffaele Bracale-Lorenzo Molajoli, abría la temporada de invierno
con la obra “Hänsel
e Gretel”
del maestro Humperdinck, obra que se estreno en 1901 en el Teatro
Real de Madrid.
Ese
mismo verano, en la playa de Las Arenas, los visitantes, ansiosos de
refrescar su atribulado cuerpo, nadaban en medio de una gran resaca
que estuvo a punto de acabar con la vida del pelotari Aguirre. Para
llamar la atención de los bañistas, se habían colocado en las
últimas estacas de la playa, clavadas en la arena, desde la cuales
partían las “maromas”,
especie de cuerdas que constituían un medio de seguridad para los
aficionados al agua de mar. Se avisaba a los bañistas mediante unos
cartelones en los que con grandes letras se podía leer: “...Es
muy peligroso ir más allá...”.
Lo cual daba cancha para que algunos amantes de la moral y el recato
dijeran: “...Acostumbran
algunos a bañarse marchando en botes en los que se desnudan y desde
los cuales se arrojan al agua, volviendo después a ellos para
vestirse...,
el
espectáculo resulta perfectamente incompatible con la cultura y con
la decencia...
Contrastan
estas libertades con el laudable celo que se observa en la playa de
Algorta para obligar a los bañistas que, aún llevando como llevan
traje de baño, recorran cubiertos con capas o sabanas la distancia
que media entre el agua y las casetas...”
Es muy probable que fuera más fruto de la calenturienta imaginación
de los moralistas, lo que se pudiera divisar a esas distancias, que
lo que realmente percibieran desde la playa.
Volviendo
a la lírica, fueron muchas la obras representadas entre esos años:
En
1905,
en la temporada de verano se representaban “La
Dama Boba”
de Lope de Vega, “Un
Cuento Inmoral”
de Jacinto Benavente y “Locura
de Amor”
de Manuel Tamayo.
En
1906
se representaron comedias como “Las
Urracas”
de Ignacio Iglesias, “Buena
Gente”
de Santiago Ruiseñol y los dramas “La
Retreta”
con arreglos de Julio Brouta y Jiménez Quirós y “D.
Pedro Caruso”
con arreglos de Joaquín Arimón.
En
1907
se representaban: “Mefistofele”
de Arrigo Botio, actuando en el papel de Fausto el tenor bilbaino
Eguileor. Además de obras de Ricardo Wagner como “El
Buque Fantasma”,
“Lohengrin”,
“Tristan
é Isolda”,
“El
Oro del Rhin”,
“La
Walkiria”
y “Parsifal”.
Algunos
de nuestros vecinos también visitaron en aquellos días las barracas
que se instalaban en el Campo Volantín de Bilbao con atracciones de
época, quincallería, mercería y juguetería, cuyos precios
oscilaban entre quince céntimos y peseta la pieza. O acudían a ver
los espectáculos del Teatro de Guiñol, donde se exhibía una
cabra-ciervo; el Cinematógrafo de Sanchís o el Palacio de la Magia,
donde la atracción era una ingeniosa transmutación mental del “Niño
Dios”.
Así transcurrían aquellos tiempos entre la lírica y el mar.
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