miércoles, 4 de diciembre de 2013

EL RACIONAMIENTO Y EL ESTRAPERLO


La década de los cuarenta, tras el golpe de estado de Franco, estuvo marcada, por la represión y el exilio. Pero una de las cosas que afectó a la mayoría de la población fue la situación de miseria en que vivió sumida. Aquellos años quedaron grabados en la memoria colectiva como momentos de escasez, penuria y en definitiva, de miseria generalizada. 
 
Poder asegurase la subsistencia exigió un esfuerzo extraordinario de recursos, de tiempo e imaginación que los sectores más desfavorecidos (la mayoría), apenas pudieron conseguirlo. Las largas colas en los escasos y mal abastecidos establecimientos, denominados en aquella época “coloniales” (ultramarinos), constituyen una realidad insoslayable. 
 
Con los salarios reducidos y estancados, la escasez y carestía de los alimentos, adquirió tintes dramáticos. El 14 de Mayo de 1939 se establecía un sistema de racionamiento de artículos de primera necesidad para asegurar el abastecimiento a la población. Mediante una política de intervención general, el decreto del 28 de Junio de 1939, se fijaban las cantidades que serían entregadas a precio de tasa. 
 
Las raciones variaban si se trataba de mujeres, de mayores de 70 o de menores de 14 años. Para los dos primeros, la ración era el 80% de la de un hombre adulto, mientras que para los menores era del 50 o 60% del mismo. El racionamiento que se estableció en un principio fue de carácter familiar, pasando mas tarde a ser individual. 

 
Para tener derecho a la adquisición de aquellos artículos de primera necesidad era imprescindible estar en posesión de una cartilla denominada “Cartilla de Racionamiento”. Se establecían tres tipos de clasificaciones: 
 
La de primera, la de segunda y la de tercera, que correspondía a sectores de mayor a menor poder adquisitivo. Había un aporte especial de suplementos de cupones para quienes por su trabajo (principalmente minero), lo precisasen y entonces la venta se hacía en economatos. Pero en situaciones de empeoramiento, se pedía que las raciones se cediesen a éstas personas. 
 
Para ello, mediante un Decreto del Ministerio de Industria y Comercio del 28 de Junio de 1939, se fijaban las raciones. Por ejemplo, para un hombre adulto se establecían en ”...400 gramos diarios de pan, 250 gramos de patatas, 100 gramos de legumbres secas (arroz, alubias, garbanzos o lentejas); 5 decílitros de aceite, 10 gramos de café, 30 gramos de azúcar, 125 gramos de carne, 25 gramos de tocino, 75 gramos de bacalao y 200 gramos de pescado fresco...”. 

 
Para la mayor parte de los productos y en particular para el pan, leche en polvo, carne (que era sustituida principalmente por tocino), chocolate y la sal, se impuso un nuevo sistema de racionamiento en el año 1941. La política de distribución de raciones por persona fue claramente insuficiente. La población pasaba hambre. 
 
En aquellas condiciones, la población se vio obligada a recurrir al mercado negro “estraperlo” (comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa), la picaresca (la venta o reventa), para proveerse de alimentos básicos. Los precios en dicho mercado eran desorbitados. Adquirían unos niveles imposibles de alcanzar para la mayor parte de la población. El estraperlo, aunque ilegal, estaba tolerado y era una salida a la crisis de alimentación de la época. 
 
También el estraperlo afectaba a algo tan básico como la salud. En la posguerra, la penicilina se conseguía muchas veces pagando cantidades inimaginables por unas dosis de esperanza. 
 
Se hacía estraperlo en los barcos que entraban a puerto; comprando en zonas rurales para vender el género en las ciudades. Para burlar los controles de fielatos y carabineros se arrojaba el género comprado desde el tren antes de llegar al punto de destino. Otros iban por el monte a las provincias limítrofes de Burgos o Santander. Fue famoso el tren llamado “el hullero”, de La Robla. Los alimentos adquiridos los traían bajo los asientos. 

 
El censo del racionamiento superaba al de los habitantes del país en un millón de personas, debido al fraude de tener varias cartillas y a la inclusión de difuntos. En 1943 la cartilla empezó a ser individual. Así todo, el número de consumidores del racionamiento superó en 100.000 personas al del censo de población. 
 
Además de las restricciones alimentarias existía otra que afectaba a los fumadores: la cartilla de racionamiento para el tabaco. Los mayores de 18 años podían adquirir la “cartilla de fumador” con sus correspondientes cupones. Se decía que “...como los certificados de defunción tardaban en llegar a los estancos, fumaban hasta los difuntos...” También la picaresca existía con el tabaco “...algunos que no fumaban, compraban un cuarterón o tres capachas (tabaco de liar con palos que rompían el papel de fumar) o varios paquetes de “caldo de gallina” y los cambiaba por una hogaza de pan de estraperlo en el mercado negro...”. 
 
El 20 de Mayo de 1943 se publicaba en la prensa de todo el territorio que “...Durante la tercera decena del mes...,...se procederá a la entrega de cartillas individuales de racionamiento...” Se daba a conocer a la población los requisitos necesarios para obtener las cartillas. Respecto a los lugares para adquirirlas se especificaba que serian las tiendas de ultramarinos, economatos, cooperativas y panaderías. 
 
También el sexo estuvo comandado por el hambre. En algunas zonas de “vida alegre” de Bilbao, los falangistas que se dedicaban al estraperlo se enriquecieron obligando a prostituirse a las esposas de los presos a cambio de un puñado de comida. 

 
Pero la cartilla de racionamiento fue, sobre todo, una ofensa al más humilde. No había suficiente información para usarla, y lo que aún era peor, no había dinero para adquirir los alimentos más elementales como podían ser el pan, aceite, azúcar o sal. 
 
Tanta era la necesidad y el hambre, que algunos sectores de la población, se vieron en la imperiosa necesidad de revivir a los muertos. Así en 1951 se realizaban algunas advertencias a la población: “...Si el titular de una colección de cupones fallece, sus familiares, derecho-habientes o personas que soliciten la transcripción de la defunción, vendrán obligadas a entregar la colección de cupones, con los boletines de baja de los establecimientos en que estaba inscrita y la Tarjeta de Abastecimiento, en la Delegación de Abastecimientos y Transportes de la localidad en que el fallecimiento ocurrió...”. 
 
En Getxo, uno de aquellos lugares en donde se podían comprar los artículos de primera necesidad, mediante aquellas cartillas y cupones, fue en “La tienda de ultramarinos de Paco Endémaño”. Este comercio, situado en la esquina del cruce de la Avenida del Angel con Maidagan, en lo que hoy es “La Taberna de Santi”, era una mezcla de ultramarinos y tasca. Era la tienda de Getxo. 

 
Se accedía por la calle Maidagan. En primer lugar estaba la tienda y a través de una pequeña puerta se pasaba a la tasca. Aquel comercio de ultramarinos tenía, enfrente, nada más entrar, un viejo mostrador alargado en donde reinaba la balanza.
 
Toda la tienda, por el interior, estaba rodeada por una hilera de sacos, en donde se almacenaban las legumbres, patatas y azúcar. Tenia un escaparate que daba al edificio de la Venta. Junto a su fachada, bajo aquella ventana, se dejaban las piedras del probadero, porque en aquella época el carrejo estaba junto a la Venta. 
 
En ella se podía ver -!casi te llamaba!-, aquel instrumento aparentemente de origen antidiluviano, que no era otra cosa que el bidón para servir el aceite. El mismo estaba sobre el mostrador, y consistía en una vasija de cristal, la cual, al llenarse mediante una ruleta, que había que hacer girar manualmente, provocaba el vacío, y hacía que surgiera el líquido verdoso. 
 
Colgaban de una barra que estaba encima del mostrador chorizos, morcillas y el apetitoso trozo de tocino para las alubias. Sobre su mostrador se apilaba el papel de estraza, que serviría para envolver los artículos; sobre sus estanterías se juntaban las velas de cera, con la botellas y alpargatas. En los mostradores de todas las tiendas de ultramarinos nunca faltaba un atabal con sardinas viejas (el pescado del pobre) ¡Cuántas veces se repartía para cenar una sardina gallega entre tres o cuatro comensales! Tampoco faltaba durante todo el año la caja de higos pasos a perra gorda la unidad. Y los Manises. 
 
El tendero era un hombre delgado, de rostro alargado. Vestía al igual que casi todos los tenderos de entonces con una bata de color gris. Estaba casado con Aurora del Toro. Las familias, al realizar la compra, llevaban siempre la preceptiva libreta; en ellas, el comerciante pegaba los sellos, con los artículos que dispensaba. 

  
En alguno de aquellos establecimientos se realizaba a escondidas el “estraperlo”. Los precios de alguno de aquellos artículos que, por ejemplo, no subía de 50 pesetas, te lo llegaban a vender a 100 pesetas. 
 
El final de aquella hambruna llegaría 13 años después de aquel sangriento Golpe de Estado. Pero en la memoria de muchos de los que la sufrieron y de las generaciones posteriores, quedarían aquellos días, en que por las noches, el mayor ruido que se oía en las casas, era el de los afligidos y famélicos estómagos engañados de mala manera con unos pocos cacahuetes.

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