En la anterior entrada de esta serie sobre el último cuarto del Siglo XIX, veíamos como se publicaba un libro sobre al Viruela.
En el pleno municipal de Getxo del 17 de febrero de 1898, el rematante de los terrenos comunales de Aiboa, ofrecía una propuesta al Consistorio por el terreno vivero del municipio, existente en el punto de Iturribarri, para que se le reconociera como propietario de aquellos terrenos: “...La Comisión designada en enero pasado próximo, manifestó que de la conferencia tenida con D. Ignacio Ituarte, este señor había hecho las siguientes proposiciones: La primera, que sele reconozca como dueño propietario que ocupa el terreno del vivero del Municipio en el punto de Iturribarri pagándole el Municipio una peseta de renta al año: la segunda, que en su defecto se ponga la cuestión a decisión de de arbitradores. Tras discutir ambas propuestas decidió el Ayuntamiento: Se consulte el caso con el abogado del Municipio para adoptar la resolución que proceda...”
Seguía el pleno municipal tratando otro asunto del Sr. Ituarte: “...Se da cuenta de una instancia de D. Ignacio Ituarte, vecino de Bilbao, solicitando se señale día y hora para fijar caminos en el terreno que ha comprado en el punto de Aiboa. Tras una razonada discusión acuerda este Ayuntamiento: Se consulte el caso con el abogado del Municipio para resolver lo que proceda, por hallarse pendiente de recurso, promovido por esta Corporación, contra la venta de los terrenos de que se trata...”
En aquel pleno municipal, además, se daba cuenta de que un nuevo propietario pensaba instalar su residencia en el barrio de Las Arenas: “...Se da cuenta de una instancia de D. José Amann, propietario de esta, quien manifiesta que como dueño trata de edificar en el solar contiguo a la propiedad de D. Juan Barrueta, por lo que suplica se señale o marque la alineación y deslinde de dicho solar con las otras vías públicas, y se le conceda permiso para para conducir las aguas de la casa que piensa edificar a la alcantarilla del Municipio...”
Eran tiempos de crecimiento y las obras en el municipio se sucedían, alguna de las cuales se estaba realizando en Algorta, y afectaba a un importante hombre del barrio. Para quien más tarde se construiría uno de los monumentos escultóricos más originales del patrimonio funerario del País Vasco en el cementerio de Bostgarrena: “...Se da cuenta de una instancia de D. Emilio Basagoiti, de esta vecindad, suplicando se trate de arreglar y evitar los daños que le originan las obras de reposición que están ejecutándose en la calle de la “Carretera”, contra la casa en la que habita...”
Seguía el pleno municipal, del 17 de febrero de 1898, y en otro de los puntos del mismo, se trataba sobre algunos soldados del municipio que habían vuelto enfermos de la Isla de Cuba: “...Se da cuenta de las instancias presentadas por D. Juan Aldecoa Icaza, y Alejo Ayo, ambos residentes en esta Anteiglesia, solicitando se les haga algún socorro por ser soldados procedentes de este Pueblo, y que habiendo permanecido en la Guerra en la Isla de Cuba han vuelto a casa de sus padres enfermos y sin recursos para atender el restablecimiento de su salud. El Ayuntamiento de Guecho en vista del mal estado en que se encuentran ambos soldados acordó: Hacerse cargo con cuenta a al Capítulo V Artículo 2º del presupuesto, se de por una sola vez a los citados soldados, 50 pesetas de socorro...”
La prensa local ilustraba sobre la longevidad en aquellos años, según un estudio realizado por un galeno Italiano, quien afirmaba la misma se debía a hábitos alimenticios y forma de vida: “...El afán de prolongar todo lo posible la existencia incita al hombre a pensar en los medios de conservar se fuerte y robusto el mayor tiempo posible, y en este deseo que constituye una de las preocupaciones más generales, se afana en estudiar los climas y los alimentos, como si de ellos exclusivamente dependiera la longevidad. Es uno de tantos errores como extravían a la imaginación; el secreto de la vida está en la costumbres del individuo.
Allí donde los faltos de placeres, o rendidos por la fatiga del trabajo, los hombres buscan el reposo en su lecho a una hora no muy avanzada de la noche, para levantarse a la salida del sol; donde no se abusa de los excitantes, de la comida o la bebida, y se tiene en constante equilibrio el esfuerzo del musculo y el cerebro; donde las costumbres son más puras y los pasatiempos más inocentes; allí se vive más y mejor que entre el vicio de las ciudades.
El Doctor Samboni de Roma, acaba de publicar una nota explicativa de sus numerosas observaciones respecto a la longevidad. Protesta en ella de la vulgar creencia de que la vida es menos larga en los países cálidos que en los fríos, y aduce en ella que las estadísticas no dejan lugar a dudas.
La media edad de dos pueblos colocados en los extremos de un eje, es decir en las antípodas uno de otro, los árabes y los esquimales, no excede de los veinticinco años. En cambio los habitantes de las inhospitalarias costas de la Tierra del Fuego y la Patagonia, en la América del Sur, viven tanto o más tiempo que los que moran en las altas cordilleras de los Andes; los indios o indostánicos entran a los nueve años en la pubertad, y, sin embargo alcanzan edades muy respetables.
¿Qué prueban estos datos? Que la situación geográfica en que el hombre vive, no influye o tiene escasa influencia, en que sea más o menos larga su existencia...”
A partir de hay dejaba una estadística a cerca de las personas centenarias en los distintos Países: “...En Inglaterra, país frío en casi su totalidad, con un censo de 27 millones de habitantes, no llegan a 150 los centenarios. Mientras que en España, con 17 millones de habitantes, país templado con zonas muy cálidas, registra 401 centenarios.
El termino medio de personas de más de los sesenta años es: En Inglaterra 102 por cada mil habitantes; Francia 127; Alemania y Holanda 77; Dinamarca 84; Suecia 88; Noruega 97; Austria y Portugal 71; España 58; Grecia 56. En América oscila entre 46 y 50 por 100; en la India no llegan a 40.
Notase en estas estadísticas que la mayor mortalidad se registra en las ciudades. Paris, Londres, Berlín, Viena, Madrid, dan más contingente de fallecimientos que igual número de habitantes establecidos en centros menores de población. Hay que advertir que este exceso de óbitos tienen que ver con la higiene pública y privada.
Finalmente llegaba a la conclusión de que: La alimentación más conveniente para prolongar la existencia es la más sobria. Comer carnes en exceso, hacer de la fibra único alimento del hombre, es tan peligroso para este fin como someterse a un régimen exclusivamente vegetal. Es preciso comer para vivir , huyendo de la costumbre de vivir para comer...” (El Noticiero Bilbaíno del 18 de febrero de 1898).
En la próxima entrada veremos como el carnaval ya estaba a las puertas y los comercios preparaban sus ofertas para los tiempos del dios Momo y el triste tiempo del “carnem levare”.
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