En la anterior entrada de esta serie sobre el último cuarto del Siglo XIX, veíamos como un navegante avezado en cuestiones marítimas, dejaba sus opiniones a cerca de un proyecto que se pretendía llevar a cabo en la llamada “Playa de Sestao”.
A finales de diciembre de 1895, según la prensa bilbaína, el 29 de ese mismo mes, en el barrio de Las Arenas (Getxo), se celebraba una especie de feria de Almoneda: “...Almoneda.- Se hace de muebles y ropa blanca de una casa. Marcos Zamacona, Las Arenas...” (“El Noticiero Bilbaíno” del 29 de diciembre de 1895).
El día 30 de diciembre de 1895, en una carta enviada y publicada en uno de los diarios bilbaínos, por el corresponsal D. Francisco Ruiz de la Peña, daba un repaso a las necesidades de mejoras en la zona correspondiente al barrio de Algorta: “...Obras de Reparación.- Habrán de serlo, a beneficio de la barriada de Algorta, y de todo el Ayuntamiento de Guecho, las que a indicar voy, y cuya urgencia y condiciones de ley razonar pretendo:
Para determinar los sitios que reclaman la ejecución de las obras, bajo al puerto, me encamino después a la playa de Ereaga, desde donde paso a las dunas de la playa de Las Arenas; y, en llegando allí, me detengo en el punto que dicen La Avanzada.
El puerto, apenas conserva condiciones de tal. Las arenas lo invaden en cantidades cada vez mayores, y los oleajes le azotan con ímpetus que de día en día se recrudecen. Ni aún suspendidas las barcas de lo más elevado de los muros de defensa y abrigo, encuentran seguro de verdad en los días de temporal bravío. De donde resultan estos dos males de gravedad creciente: El de las penalidades de la entrada, y el de lo azaroso del estadio. Es un un hecho, sí, que a medida que las obras del rompeolas avanzan, los favores del puerto disminuyen, y con lentitud se truecan en riesgos más temibles y probables que los de tiempos atrás se corrían en las arribadas que se efectuaban por sus bocas y en los reposos que tenían lugar en sus senos.
Los embates de las olas se suman hoy las que de ordinariamente tenían aquellos, las encrespadas fuerzas y las urgentes balumbas que los muros del dique arrojan la deslizarse, como de rechazo y con furia, contra ese apostadero tan crecido ayer en auxilios y hoy tan menguado.
Y esos muros suben; y al compás de su alzada crecen las energías de los golpes, porque los tumbos de refracción se abultan más y más por esa causa.
De ese refugio, construido a tanta costa y sostenido a fuerza de vejámenes que han cercenado el pan de muchas familias, quedarán tan solo los vestigios, que muevan a duelos hondos. Que eso ha de suceder los más miopes lo advierten, los menos avisados lo comprenden, y los Señores Churruca y Lequerica lo saben se sobra, puesto que con antelación lo tenían por de consecuencia forzosa.
Aquel grupo de casas, de construcción sencilla y de interior reducido todas ellas, han costado sacrificios sin cuento. El ahorro, venido de las más duras privaciones, trazó sus cimientos y alzó sus muros. El sudor, copioso y arriesgado como ningún otro en lo humano, amasó los cementos. Chozas hechas de empalizada, y cubiertas de césped o de carrizo, precedieron a esas viviendas de piedra. El remo sustituyendo a la laya, hizo la labor del tosco aduar, y la del caserío en reglas de mayor seguridad, decencia y abrigo.
La Cofradía se vera precisada a abandonar esos lares...
¡Preguntar a los abismos del Abra cuántas victimas costaron ellos!
Poner a esos heroicos trabajadores del mar en la urgencia de una emigración, sería un acto de desprecio inclemente y de incuria injusta.
Tan pequeñas son esa casas, y tan escasas de artesanos y de obreros esta la barriada, que, verse sus dueños forzados a abandonarlas, dudo que haya quien las tome en arriendo. Quedaran desiertas: es probable. Más tarde, se las verá en estado ruinoso; y después reducidas a escombros. La soledad sombría y el medroso silencio verán tomar posesión de sus solares y de sus ruinas.
Guecho vería, en tal caso, disminuido su censo, y mermados en no poco sus ingresos.
Cúmplase a tiempo con el precepto legal de subsanar perjuicios de terceros, al par que con humanitario sentir propio de pueblos cultos y bien regidos, y quedará remediado todo el daño que a la barriada se le viene encima a pasos precipitados.
Desde la playa de Ereaga observo con fijeza, saturado del terror que mi ánimo en lontananza divisa, que arrecian de continuo los embates, que socavan y desmoronan las bases de la loma sobre la que asientan edificios vistosos y amenas huertas. El estrago se anunció tiempo ha, en grietas de muros y viviendas, y en movimientos de tierras. Hay que poner coto a esa labor devastadora. A los bordes, que demuele la pertinaz sacudida de las aguas, llegan llegan ellas por intervalos cortos. El lecho de la playa es roquizo; la longitud no mucha que digamos; los acarreos del material fáciles como nunca y relativamente baratas las argamasas.
Venga la construcción de ese muro de contención y defensa. El Ayuntamiento subvencionará la obra cuando le permitan sus recursos; y aun algo más, si cabe.
Sí en tiempos pasados, y cuando las obras del puerto exterior no estaban quizá en proyecto serio, no solo se pensó en construir por cuenta del Municipio el muro en cuestión, sino que se le dieron comienzos, y se acordó continuarlas consignando al efecto, lo que en breve vino a quedar en suspenso, no hay por que recordarlo, en apoyo de la gestión que se impone. Pasó y feneció aquello por pecadores de negligencia; y paz a los propósitos incoados y a los alardes muertos.
Que por que no se pidió entonces auxilio al gobierno argüirán algunos. La respuesta a la objeción es bien obvia. No habiendo, por parte del Estado, empresa de perturbación y ofensa que acrecentara los golpes de mar, venidos de libre, y naturales agitaciones, mal podía solicifarse para semejantes fines. En las dunas de La Avanzada se están llevando a vías de hecho los medios de evitar el coste de las dos carreteras que sobre aquellas se asientan, y la inundación de los terrenos hondos que se extienden allende la playa. En ese empeño último, además del pueblo de Guecho, están interesados la Diputación Provincial, la Sociedad de los tranvías eléctricos, y hasta la Junta de Obras del Puerto...” (“El Noticiero Bilbaíno” del 30 de diciembre de 1895). Aquella carta, aparte de su lírica, encerraba algunas observaciones que en los plenos se venían haciendo sobre el estado de la Avanzada y la ladera de del monte en la zona de Satistegi.
Eran días aquellos de la navidad, en los que algunos arreciaban en sus intentos de llevar a la mesa majares que llegaban a nuestras latitudes desde las tierras del norte: “...Un individuo se hallaba anteayer junto una lancha, en Portugalete, cazando patos; disparó la escopeta y la perdigonada fue a parar en las espaldas de Casimiro Egusquiza, patrón de una pequeña embarcación que pasaba por aquel puto. Afortunadamente las heridas que recibió no resultaron de gravedad...” (“El Noticiero Bilbaíno” del 30 de diciembre de 1895).
También la prensa hablaba sobre la construcción de viviendas para los obreros: “...En la reunión celebrada ayer en el Café Inglés por la sociedad para la construcción de casas para obreros; después de dar lectura al reglamento y bases para la organización de la Sociedad, se acordó celebrara una nueva reunión. Algunas personas que han simpatizado con la idea de la nueva Sociedad han ofrecido terrenos gratis en Las Arenas y Begoña...” (“El Noticiero Bilbaíno” del 30 de diciembre de 1895).
Y así, sin apenas noticias de prensa acababa el año 1895, recordando que seguía la guerra de Cuba. Solo que la prensa, cuando valoraba el año que se iba decía: “...Del año 1895, no podemos ni debemos tener más que palabras de condena y de oprobio. Ha sido un año malo, fatal, y al marcharse, deja en pie las crisis de la agricultura, de la Industria, del comercio. Que al fenecer deja la triste herencia de la Guerra de Cuba, que sabe Dios cuando y cómo terminará. ¡Maldito año, que tantos y tan amargos recuerdos deja en pos de sí!...” Solo había alegría, para algunos, entorno a la mesa.
En la próxima entrada de esta serie veremos como, con la llega del nuevo año, volvían las quejas de los vecinos que temían por la estabilidad de las laderas de Ereaga.
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