Dos
tradiciones asociadas a la navidad, los Paveros y el Aguinaldo, con
un primer protagonista: El pavo, majestuoso animal del que Plutarco
nos habla de la danza que Teseo bailó ante el altar de Afrodita y de
Apolo, en Delfos, tras vencer al minotauro en Creta. En algunos años
fue todo un símbolo de la llegada de las Navidades en Las Arenas y
otros barrios de Getxo.
Al
acercarse estas fiestas, ya desde la víspera, era frecuente ver la
presencia de unos campesinos que provistos de un largo cayado, caña
con la que conducían una colorida piara de plumíferos, de cabeza
despejada con roja y larga papada colgante, piel rugosa que se extiende debajo del cuello,
cual mocos tiesos, luciendo una poblada cola de brillantes colores.
La
imagen del pastor a algunos se nos antojaba revestida de cierto aire
casi marcial. Eran
los Paveros que venían a Las Arenas en el Ferrocarril, desde Bilbao.
Su ruidoso recorrido se iniciaba desde la estación, que entonces se
encontraba en la confluencia de las calles Santa Ana, Mayor y Andrés
Larrazabal, en plena Calle Mayor. Al salir de ella, iniciaban el
cortejo por medio de dicha calle, hasta llegar a unos terrenos
cercanos al Castillo del Marqués de Mac Mahon, a una finca situada
cerca de la calle Novia Salcedo, cercana a la ría. El paraje,
entonces abandonado, era un campa donde dejaban el rebaño para
proceder posteriormente a su venta en las plazas de Portugalete y de
Las Arenas. Los compradores, fundamentalmente eran familias pudientes
y de Neguri, ya que el resto difícilmente podían adquirir esos
manjares en la época que tenían que conformarse con el también
navideño pollo, ya que este, entonces manjar, era servido en las
casas en esas fechas y en celebraciones muy especiales.
Ver
el desfile de los pavos por nuestras calles, era, como alguien decía
al referirse a los solterones: “...!Vedlos...ahí
van...siempre
en manadas!...”
No era de extrañar que a algún maestro local, extremadamente
delgado, de aguileña nariz, alto y cari circunspecto, algunos
mozalbetes le denominaran “El Pavero”, ya que los primeros y este
último, blandían sus largas y duras cañas, uno para guiar a los
pavos por las calles, otro para “guiar” a los distraídos alumnos
en aquel frío jardín de la infancia, que eran nuestras escuelas en
los años 50 del Siglo XX. Quizá, la denominación de “la edad del
pavo”, no estuviera reñida con aquellos recuerdos de la infancia,
ya que poco a poco íbamos viendo cómo, aquellos desfiles
desaparecían de nuestras calles a la misma velocidad que nuestros
cuerpos dejaban los rasgos infantiles para dar paso a ese desgarbo,
todavía sin definir de la pubertad.
El
pavo que ya aparecía en las mesas reales de Enrique VIII de
Inglaterra en el Siglo XVI, no pertenecía a los alimentos que
adornaban las mesas de los humildes de mediados del Siglo XX. En la
tradición vasca era más frecuente la presencia de la berza,
acompañada del pollo o capón, también del bacalao o besugo asado,
aunque este último dependía de las posibilidades económicas, quizá
por eso en algunas mesas se celebraba con canciones como:
“Aza-olioak pil-pil
Bisigua zirt-zart
Gaztaiña erriak pin-pan!
Aia goxo-goxo, epel-epel”.
“Berza en aceite al pil-pil
Besugo asado
Castañas asadas
Papilla dulce-dulce templadas”
En
el Hospital Hospicio, las comidas tradicionales de navidad consistían
en: En
la Nochebuena
se servía en la cena berza con aceite, estofado de carne, merluza
albardada, compota de manzanas, postre de turrón y a los ancianos
café, copa y puro. Mientras que en la
comida del día siguiente,
se servía a los acogidos los siguientes platos: sopa de arroz,
cocido de garbanzo y berza, carne, principio de chorizos y postre de
turrón.
A
pesar de que el consumo del pavo estaba limitado a familias
pudientes, entre los dichos populares estaba la apreciación de que:
“...El
pavo vale a 5 pesetas, por eso el canto de un pavo es como el canto
de un duro...”
Durante algunos días aquellos animales eran cuidados con esmero !Qué
poco imaginaban su triste final!, que cual leyenda de “Argos”
iban a terminar decapitados. Y nuevamente había de transcurrir un
año hasta la llegada de la glugluteante manada. La prensa local
también anunciaba en sus páginas: “...la
venta de una partida de pavos y pavas cebados y un reclamo de perdiz
vivo...”
A
principios del Siglo XX, el precio de alguno de aquellos alimentos
causaría la envidia de los presentes: En 1931 en el Mercado de la
Ribera, durante el tradicional mercado de Nochevieja, los precios
fueron: Pareja de pollos, de 12 a 35 pesetas; conejos, de 9 a 20;
pichones, 4,50; gallinas, de 20 a 22; kilo de costilla, a 1,75; de
lomo, a 4,50; docena de chorizos, de 9 a 10; kilo de angulas de la
Isla, a 40 y el besugo, de 4 a 4,75. !Quien los cogiera hoy en día!
Otra
de las tradiciones era la del Aguinaldo que venía de épocas
anteriores. Se atribuía a los tiempos de Rómulo y Tacio rey de los
Sabinos en la antigua Roma de quien dicen que en el año 747, tras
haber tomado un manojo de ramas en el bosque consagrado a la diosa
“Strenia”,
el primer día del año, autorizó esa costumbre, de la que partiría
la costumbre del Aguinaldo. La palabra latina “Strenna”,
derivada de la anterior, que significaba presagio, pasó tras la
costumbre de simbolizar los presagios en regalos a celebrar al inicio
del año una fiesta, en la que los pequeños romanos recibían de sus
mayores unas serpientes de mazapán introducidas en pequeñas cajas
que los niños utilizaban para guardar sus pequeños tesoros.
Tradición
que tiene raíces en Francia bajo el nombre de
“A
gui l'an neuf”,
relacionada con el muérdago navideño. En
la Edad Media la palabra se gritaba por las calles el primero de
enero, fue utilizada para marcar la alegría de la población en el
momento de la renovación del año. Por extensión el término
“aguilaneuf” se aplicó a los regalos de un Año Nuevo.
Entre
nosotros la voz en castellano de “Aguinaldo”, “aguilandos” o
“estrenas” se vincula a obsequio o regalo y es asociada a
estrenar, esta palabra tiene paralelismo con las del euskera
“gabonkariak”,
“gabonsariak”,
“urtats”
(primer
día del año) y “urtets”.
Todos ellas sinónimos de regalo de Navidad o del regalo que los
acompañaba.
Años
más tarde, durante las navidades, los peregrinos, mendigos, viajeros
y menestrales ambulantes, tocaban a las puertas de las casas pidiendo
hospitalidad y llamaron aguinaldo a los obsequios que recibían. Los
niños y los adultos solicitantes del aguinaldo solían ir cantando
de casa en casa, durante el siglo XIX y hasta mediados del XX,
formando pequeños grupos que recorrían las casas de familiares,
conocidos o adinerados, solicitando el denominado “Aguinaldo”.
Las guitarras, zambombas, tamboriles y demás instrumentos, alegría
de pequeños y tortura de grandes, daban aires con sus armonías a
ecos que anunciaban los bailes y las canciones de la navidad. Tengo
de esa celebración una de las historias que me contaba mi ama cuando
era pequeño, con canciones, que una de las estrofas que cantaba
decía:
“...Aguinaldo
rechilé
por la amor de San Miguel
San Miguel está en la puerta
con su carterita puesta.
por la amor de San Miguel
San Miguel está en la puerta
con su carterita puesta.
Si
nos dan o nos dan,
las puertas se le caerán...”
las puertas se le caerán...”
Hay
quien aseveraba que algún adinerado, poco amigo de dádivas, solía
mascullar entre dientes, tras el paso de los pequeños por su casa,
mientras acariciaba su preciada bolsa: “...juro
no volver a dar mas aguinaldos...”
pero asentía a continuación, probablemente deseoso de oír
nuevamente a los pequeños cantantes: “...hasta
el año que viene...”
La
palabra “Richelet” quizá estuvo ligada entre nosotros, a los
depurativos que a principios del siglo XX se daba a los niños, que
según decían en los anuncios ayudaba al crecimiento de los huesos;
que decían podía suplir a aquel horrible brebaje, que era el aceite
de hígado de bacalao.
Aunque
quizá la letra más tradicional en nuestros lares de año nuevo sea
la de:
“...Urte
barri-barri,
dekonak
eztekonari,
nik
ezteko-eta-niri,
ezpa-bere
txarri-belarri...”
“...Año
nuevo-nuevo,
el
que tiene al que no tiene,
yo
no tengo y a mí,
si
no oreja de cerdo...”
En
los años 50-60 era frecuente ver, durante las navidades, a los
guardias municipales que hacían servicio en la carretera general,
junto al Puente Bizkaia, subidos sobre una pequeña plataforma,
rodeados de regalos navideños que algunos donantes iban dejando
junto a ella. También el Ayuntamiento repartía regalos a los niños
de familias con escasos recursos económicos. Hasta aquí un paseo
por los recuerdos de otras navidades.
Le he leído a mí Amama el post y se ha puesto a recordar y a cantar. Me encanta tu trabajo. Para cuando recopilación en libro?
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