Los
bertsos de los coros de Santa Águeda a lo largo de los tiempos han
sido de lo más variados. En todas las zonas las estrofas cambiaban
su versión, pero casi todas tenían como trasfondo, en general, la
petición a la dueña de la casa de alguna dádiva. Estrofas llenas
de graciosas ocurrencias, en las que unas veces se pedían alimentos,
otras dinero, muchas veces para terminar con un pícaro:
“...Goazen,
goazen hemendik,
hemen
ezduk xingarrik,
etxe
hontako gazitegian,
saguak
umeak egintik...”
“...Vámonos,
vámonos de aquí,
aquí
no hay tocino;
en
el saladero de esta casa,
Que
al igual que en otras, reflejaba la pobreza de los habitantes de la
casa. En todas pedían pero no siempre encontraban la esperada
respuesta, por lo que en ocasiones, advertían en sus bertsos, con
aseveraciones no exentas de machismo: “...piense la dueña de
la casa las dificultades en que verán sus hijas casaderas, de no
abrirse algo más a la generosidad...”. Otras veces, con
alabanzas y bendiciones, en este caso para el señor de la casa:
“...Bedeinkatua
izan dedilla
etxe
hontako jendia,
pobre
ta umil dabillenentzat
badute
borondatea;
Libertatea
eskatzen diot
etxeko
printzipalari
Santa
yagedaren alabantzak
kantautzera
noa ni...”
“...Sea
bendita la gente de esta casa,
tienen
voluntad para los que andan
pobres y humildes.
Pido
licencia al amo de casa.
Voy
yo a cantar
las alabanzas de Santa Agueda...”.
Aquellas
rondas nocturnas de mendicantes que recorrían calles y baserris,
según las épocas, entonaban otras estrofas en las que narraban las
holguras de otros tiempos, solicitando a la etxekoandre que: “...no
ande con vacilaciones y medidas en el corte del lomo con el que se ha
de nutrir el saco de los donativos...”.
Recuerdo
con cariño alguna estrofa que oí en mi niñez, en Areeta-Las
Arenas. Siempre vuelve a mis oídos, suena como algo muy querido, me
la cantaba mi ama, quien recordaba haberla entonado cuando era
pequeña, se la enseñaron sus aitas:
emakume
santua da,
baina
holier izango litzateke,
bi
erreal eman badugu...”
“...la
señora de esta casa,
es
una santa mujer,
pero
más santa sería,
si
nos diera dos reales...”.
En
los años 50, todas las cuadrillas de los barrios, sobre todo los
niños de Romo, recorríamos todas las calles, entonado los bertsos,
tocando los timbres de las casas, pidiendo la voluntad de nuestros
vecinos. Más tarde nos desplazábamos hacia los chalets de
Zugatzarte, quizá pensando que allí las propinas podían ser más
espléndidas, no siempre era así. Solíamos cantar una estrofa que
por entonces era la más popularizada:
“Aintzaldu
daigun Agate deuna,
bihar
da, ba, Deun-Agate;
etxe
onetan zorijon utza
betiko
euko al dabe ...”.
“Alabemos
a Santa Águeda.
Mañana
es el día de Santa Águeda;
deseamos
a todos los de esta familia
pura
felicidad para siempre...”.
A
pesar de que al igual que ahora, no eran tiempos de bonanza, y de que
nuestros rudimentarios bastones golpeaban de forma desacompasada el
suelo de los portales, en la mayor parte de las puertas recibíamos
algunos céntimos, que nos animaban para llegar alegres a casa,
enseñando nuestro botín a nuestras amas, con ganas de repetir la
experiencia al siguiente año.
Y
aunque en los últimos años se puede afirmar que es una santa
mojada, no es novedad en esta época del año. Algún diario en
1953-54 decía: “...la crudeza del tiempo no arredró a los
coros de santa Águeda, recorrieron las calles poniendo una nota
alegre en una noche fría y destemplada...”, las nevadas
fueron copiosas, duraron cinco días, y los ferrocarriles entre
Bilbao y Areeta-Las Arenas, aún el día 5 de febrero, tenían un
servicio restringido, con lo que el transito por las calles era
penoso. Un avispado columnista, de un diario local titulaba y decía:
“...Los que juegan con la nieve pueden ser útiles a la
sociedad. A todos los muchachos que juegan con la nieve, con peligro
para los transeúntes, se les puede emplear en trabajos de retira la
nieve de los lugares de tránsito, con ello se matarían dos pájaros
de un tiro, la limpieza de las calles y que cesen los juegos
peligrosos...”.
El
año 1953 las calles de Romo, muchas sin asfaltar, recibieron una
copiosa nevada, las copas de los arboles de Ibaiondo aparecían
cubiertas de un velo blanco inmaculado; en Santa Eugenia, de la tapia
de los Padres Oblatos, colgaban largos carámbanos de hielo, que se
antojaban para los pequeños largas espadas, los bidones de las obras
apostados junto a ella, tenían una gruesa capa de hielo, al igual
que los charcos de la calle. Los cantores nocturnos, provistos de
guantes de lana y katiuskas, a duras penas sentían los dedos de
manos y casi tampoco los de los pies, solo alguna bebida caliente
servida por alguna bondadosa ama de casa, apaciguaba el extremo frío
de la noche.
Entre
aquellos grupos de cantores de Romo, había uno que más tarde
pasaría a complementar el coro parroquial, pero que en los años 50
solía recorrer Negubide y Zugatzarte. Algunos de sus componentes
fueron los hermanos Egaña (Moi e Iñaki), Emiliano Zubiaga, el
Zurdo, Julen Aresti, etc. De sus recorridos, suelen contar que:
“...pasábamos por esas zonas porque los regalos, en forma de
bebidas y viandas, eran más esplendidos, ya que sus habitantes eran
gentes adineradas..., por ejemplo en el chalet de la
Careaga, había empleadas de servicio en la cocina, eran de Markina y
les encantaban los bertsos, ellas nos daban bocadillos de carne,
botellas de vino, con los que llenábamos una cesta que solíamos
llevar. Finalizábamos los cantos, a las 22,30 de la noche, en la
Casa Cisco donde los Arana, allí tambien las chicas de servicio nos
tenían preparadas sus viandas: la familia Arana bajaba a estar con
nosotros y oír nuestros bertsos, les gustaba mucho. De hay
marchábamos para el barrio, donde nos repartíamos los regalos...”.
Esta
tradición, que pasa de padres a hijos, yo he tenido la suerte de
vivirla participando en ella. He ido viendo cómo en sucesivas
generaciones ha evolucionado, he visto cantarla a mis hijos, pronto
espero poder ver a mi nieta participar de la misma, seguro que ese
día me producirá una gran ilusión ver a la pequeñaja vestida de
baserritarra.
A
pesar de en días pasados, ya en algunas cumbres cercanas se divisan
las primeras y tardías nieves, de un perezoso invierno. De nuevo los
coros de niños y adultos se abrirán paso por nuestras calles y
plazas, desafiando la inclemencia del tiempo, alegrando esta mágica
noche, en la que se celebra esta vieja tradición, entonando
nuevamente las viejas y renovadas estrofas del Agate Deuna. !Qué
cerca se antojan ya la caléndula y las tostadas!.
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