lunes, 27 de abril de 2020

LA MORAL Y EL TAMBORIL



Aunque en alguna ocasión he hablado sobre estos temas tan delicados de la “moral”, no me resisto a contar lo que aconteció en nuestra Anteiglesia allá por la cuaresma de 1882.

Unos años en los que hasta se receleba con la moralidad en los bailes: “…Ya que hablamos de bailes, decir que el baile mas peligroso no es el “can-can”, es el flamenco. Véase la diferencia: En el can-can todo es saltos, en el flamenco movimiento de caderas; el primero es inmoral, el secundo voluptuoso; el primero es un río de corriente bulliciosa que nos asusta; el segundo un río de mansa corriente pero de pérfido lecho...” Tal es así que en algún pueblecito de Bizkaia ocurrió que en 1880, fue la primera autoridad quien objetó sobre lo que él consideraba inmorales movimientos del baile agarrado: “...En el primer pueblo de Vizcaya por la carretera de Villareal. Hete aquí que aparece por allá una guitarra vieja y uno la coge y la templa, alrededor se reúne la gente, más de ellas que de ellos, suena el instrumento clásico, se hace corro, empieza el baile y corre el chacolí. Apenas hacía cinco minutos que se movían a su compás nuestras piernas, cuando llega la primera autoridad del pueblo y con acento grave nos indica que si queremos bailar agarrados, tengamos la bondad de irnos a tierras de Álava...” Estas noticias aparecían en “El Noticiero Bilbaíno” de 1881.

Pero lo que nos ocupa en esta historia, estaba más cerca, en nuestra propia Anteiglesia y acontecía un 28 de marzo de 1882. Decía la “Opinión”, un periódico de época madrileño que recogía la noticia: “…Bonito apólogo se puede escribir teniendo a la vista el originalísimo bando que el Alcalde de Guecho, ha dado para asombro de moralistas y deleite de tamborileros...”


Y le seguía el bando de nuestro primer edil D. Manuel Zalduondo: “...Habiéndose visto prácticamente en años anteriores lo perjudicialísimo que es a la moral el que en los días de cuaresma no toque el tamborilero en la plaza pública, dando lugar con ello a que en las portaladas y casas se produjesen escándalos por la juventud sin que fuera posible evitarlos. El Ayuntamiento que presido, en sesión del 28 del actual acordó que en todos los días festivos de la cuaresma se toque el tamboril en la plaza pública de este Pueblo, desde las cuatro de la tarde hasta el toque de oración. Lo que anuncio al público para su conocimiento, y con el fin de que pueda reunirse la juventud en la citada plaza a divertirse con la debida decencia y moderación, en la inteligencia que de no hacerlo así y de averiguarse que “en los rincones ocultos se falta a la moral” y buenas costumbres, serán castigados los infractores con la multa de 1 a 5 pesetas y demás penas que se diese lugar...” Y apostillaba el junta letras: “...Ahí tiene Trueba un sencillo y conmovedor asunto de cómo la influencia del tamboril obra en la moralidad de la juventud y aún en la edad madura...” Aquel bando también fue recogido por otros diarios de la Capital del Reino como “La Crónica Meridional” del 16 de marzo de 1882 que lo llevó a su primera plana.

Aquel bando tuvo amplia difusión en la corte y Villa Madrileña ya que también fue recogido por “El Liberal” de Madrid, que se publicó el 10 de marzo de 1882, que recogía el texto íntegro, al igual que el del diario “Opinión”, decía al finalizar refiriendo al Alcalde Madrileño José Abascal y Carredano: “...Proponemos al Sr. Abascal que organice un batallón de tamborileros para distribuirlos en las plazas y plazuelas de Madrid, impidiéndose de ese modo que se falte a la moral en los rincones ocultos... y en otros que están muy a la vista...” Apareció la noticia en el periódico satírico semanal, madrileño, “El Motín” del 12 de marzo de 1882: “...El alcalde de Guecho (Vizcaya), ha dado un bando disponiendo que en los días festivos de la Cuaresma se toque el tamboril en la plaza, porque ha notado, según dice, que la juventud de aquel pueblo, a falta de música, se entretiene en faltar a la moral, en las portaladas y rincones ocultos. Conocidas las ventajas del tamboril, propongo que se toque dicho instrumento en algunas sacristías de esas que suelen ser teatro de escenas que dan materia para las “Flores místicas”…”

También la noticia del Bando llego hasta nuestra prensa local “El Noticiero Bilbaíno”. Ante aquel aluvión de chanza sobre el dichoso Bando del Alcalde de Getxo, aquí en casa, intervino hasta el mismísimo “Antón el de los Cantares”, D. Antonio de Trueba, quien en el diario bilbaíno decía, defendiendo a nuestro Alcalde: “...El alcalde de Guecho, a cuya jurisdicción pertenece la hermosa Algorta, dio últimamente un bando que, si no decía, quería decir: Es aquí costumbre que el día festivo, después de cumplido el precepto religioso, se reúna la juventud en la plaza, donde al son del tamboril baila y se solaza durante algunas horas, desquitándose así del trabajo de la semana saliente y cobrando placidez y aliento para la semana entrante. Santo y muy bueno sería que durante la cuaresma aun esta diversión cesase para que sólo alternara el trabajo con la meditación en los misterios de la redención humana que la Iglesia conmemora en este tiempo llamado por excelencia santo; pero ya que a las autoridades no sea dado conseguir del pueblo, y muy particularmente de la juventud, esta abstención de solaces mundanos, deber es de las mismas autoridades aminorar en cuanto les sea posible el escándalo y el pecado. El solaz, a que la juventud se entrega en la plaza pública los días santos por la tarde, es uno de los menos ocasionados al quebrantamiento de la moral, porque la presencian las autoridades y los padres de familia, que de este modo pueden poner y ponen un inmediato correctivo a cualquiera demasía en que la juventud incurra. Si fuera posible recabar de la juventud que durante la cuaresma pasase tardes de los días festivos entregada a prácticas religiosas, o cuando menos absteniéndose de todo solaz verdaderamente profano, no admitiría disculpa el que la autoridad local permitiese la música y el baile en la plaza; pero como por desgracia no es posible recabar tal cosa de la juventud y si esta no se reuniese y solazare en la plaza se dispersaría en busca de solaz por sitios donde la autoridad y los padres de familia no pudiesen ejercer vigilancia alguna, ha parecido al alcalde que suscribe que obligado a escoger entre dos males, debe dar la preferencia al menor, que es el de autorizar la música y el baile en la plaza pública los domingos por la tarde durante la cuaresma como en el resto del año. Este bando del alcalde de Guecho, que podía tener mala expresión , pero de seguro tiene buena voluntad, ha sido tomado en cuenta y comentado hasta por la prensa periódica de Madrid más discreta y con mas títulos a presumir de tal; y con este motivo, uno de sus órganos más autorizados “El Liberal”, ha dicho y ha repetido lo anunciado y dispuesto por el alcalde de Guecho, lo cual le ofrece excelente tema para trazar un delicioso cuadro de costumbres vascongadas...”


Y continuaba diciendo el cronista y escritor Encartado con su agudo ingenio: “...Lo que el alcalde de Guecho ha revelado en su bando, no debía haber sorprendido a nadie, y menos a los periódicos de Madrid, que saben lo que es la humanidad desde que apareció entre el Tigris y el Eúfrates hasta que sentó sus reales entre el Manzanares y el Abronigal. Ni aún el que asó la manteca pudo vivir en la creencia de que en la región vascongada no participase la humanidad de las misma debilidades que en la región Carpetana, es a saber: de gustarse mutuamente los chicos y las chicas y de preferir el vino al agua y el jamón a las sardinas gallegas, hasta el extremo de ser capaces de hacer lo que hicieron Adán y Eva: contravenir al mandato de Dios probando del fruto por éste prohibido...”

Todo aquel asunto ya había tenido su antecedente en el municipio encartado de Balmaseda, en el Siglo XVIII, cuando: “...Unos misioneros del convento de Zarauz desde el púlpito aconsejaron se suprimiese el baile que al son del tamboril se verificaba en la plaza todos los días festivos por la tarde, o cuando menos no promiscuase en él hombres y mujeres...” La villa alegó que no le parecía conveniente tal suspensión, por lo que los misioneros: “...Calificaron de Serrallo a la plaza en la que se realizaba el baile. La Villa ofendida se dirigió a seis teólogos afanados de Burgos, Valladolid y Madrid consultando el hecho en estos términos: “…Desde tiempo inmemorial la juventud de esta villa se reúne en la plaza pública el día festivo por la tarde después de los oficios divinos, y allí, en presencia de las autoridades civiles y eclesiásticas y de los padres de familia, se solaza bailando al son del tamboril, los padres misioneros creen que esta costumbre es pecaminosa y se debe suprimir, y la villa, que se tiene por honrada y religiosa, desea saber si los padres misioneros incurren en excesivo y mal entendido celo, en cuyo caso continuará la costumbre antigua, ó si esta costumbre es mala y nuestros antecesores han errado por espacio de siglos al consentirla, en cuyo caso se hará lo que los padres misioneros desean, porque la villa antepone a todo el continuar mereciendo el nombre de noble y honrada con que hasta aquí se ha envanecido...” Los seis teólogos consultados opinaron unánimes: “...Pesadas las ventajas e inconvenientes del baile en la plaza pública, superan en mucho las primeras a la segundas, porque muchísimo menor mal era que la juventud se divirtiera bajo la vigilancia de las autoridades y los padres de familia, que no se divirtieran donde no fuera posible la vigilancia...”


Y concluía Antón el de los Cantares: “...¿Deben ser excepción los disantos de cuaresma? Las razones de la Villa de Balmaseda fueron las que ha alegado el Alcalde de Guecho, si este no ha acertado a explicarlas como lo hubiera hecho cualquier periodista de Madrid, alguna disculpa merece por la consideración de que ni aun presume de explicaderas como las mías, que es cuanto se puede decir para encarecer su modestia...”

Son hechos y conductas de un tiempo pasado, con prejuicios moralistas fruto de la gran influencia religiosa, tanto laica como eclesiástica, que consideraba al cuerpo y la sexualidad como algo pecaminoso. ¿Quién sabe si algunos añoran aún aquella moral del tamboril?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario