Algunos vimos y oímos hablar de la cría de muskulus, mojojones, mojijones o mejillones, en el contramuelle de Arriluze en el Abra y también en el embarcadero de Areeta-Las Arenas, estos últimos muy demandados por un famoso establecimiento de la calle Ledesma de Bilbao.
Este histórico bar de Bilbao, que estuvo regido por D. Castor Artajo Unzue, un popular bilbaíno que puso de moda los mojojones en un bar que abrió en esa famosa calle bilbaína. Fue una taberna que empezó a funcionar tras la postguerra, de la que desde los años 49-50 ya existe constancia de su actividad en el Archivo Foral de Bizkaia. Desde sus inicios se especializó en rabas y tigres, que popularizó con sus famosas “Ostras negras” (mojojones). Los de este célebre hostelero bilbaíno eran servidos con tomate picante, a los que apellidaban de Yurre, dicen: “...Sin que nadie respondiese por tal apelativo...” Contaba en la revista Bilbao, en la sección “Sabores de la Memoria”, el articulista Javier Urroz.
No era el único lugar donde se cogían los muskulus, todas las peñas de nuestro litoral eran magníficos lugares de cría. Y otro de esos sitios donde gran número de aficionados al yantar de esta especie, acudía con frecuencia, recibe, en el barrio arenero, el nombre de “La Mojijonera”. Se trata de la punta de Churruca, que antes de la construcción de ese bello espigón partía de la misma orilla de la playa, una punta de rocas que separaba la playa del cauce de la ría. Por entonces esos muskulus, alegraron con su exquisito sabor muchas sopas de pescado. Cuentan que en Bilbao había un viejo dicho, referente a ese plato: “...De las sopas, la de mojojones...”
Esta acepción referida esos deliciosos moluscos bivalvos de cascara negra, “muskulus o mojojones son las formas más tradicional con la que se les conoce en Getxo y toda la comarca del Nervión. Nombre que ya en abril de 1883 se les daba en la Sección “De Domingo a Domingo” en “El Noticiero Bilbaíno”, cuando al hablar del menú que ofrecía el propietario del Txakoli de Montaño decían: “...Tienen ustedes mojojones, chirlas, percebes, merulusita frita, bacalao...” (El Noticiero Bilbaíno del 1 de abril de 1883). Eran muy apreciados, los de el embarcadero de Areeta-Las Arenas, allá por 1937, cuando demandaban fueran enviados al Hospital de San Luis: “...Sabemos muy bien que en el embarcadero de Las Arenas, frente al Club Marítimo, hay centenares y centenares de mojojones que nadie los toca, sin duda alguna, por carecer de permiso para ello, y es una pena que un bocado tan sabroso pase desapercibido con lo mucho que nos gusta. ¿No se podría conseguir, mandaran un par de sacos siquiera para hacer "boca"? No te rías por nuestra ocurrencia, pues de veras nos alegraríamos mucho verlos en la mesa. ¡Ahí son hermosísimos!...” (El Noticiero Bilbaíno del 30 de enero de 1937).
Estos moluscos triangulares, muy populares en la cocina vasca, debían parte de su fama a su antaño bajo coste, y su delicioso sabor a mar. Poco que decir de sus recetas, quizá las más populares sean abiertos al vapor, cocinados con tomate o en salsa marinera, también esa variante picante popularizada como tigres, y también empanados en su propia cascara. Y, no se porque, pero cada vez que pienso en recetas me acuerdo de esas delicias que en el pueblo de mi Aita, Portugalete, preparaban algunas etxekoandres como, Felipa Barandica, que nos legó su receta de los “Mojones a la Marinera” manuscrita: “...Se pone mantequilla en un sartén, en ella se rehogan cebolla, zanahoria y perejil, cuando esta pochada esa fritura se le añade un poco de vino blanco y unos clavitos, un poco de pimienta y tomillo, a continuación se le hecha un poco del jugo de los moluscos...” Bueno, seguro que cada uno tendrá su propia variante de esta receta, en cualquiera de los casos resultan deliciosos hasta cocinados al vapor.
Y ya antes de la parte de la historia de esta entrada, que se desarrolla en 1950, hubo otra un expediente incoado por: “…D. Guillermo Azpeitia para establecer un criadero de mojijones en el puerto, frente a la Avanzada de Algorta…” (“El Pueblo Vasco” del 29 de diciembre de 1922).
Pero vamos al grano, en los años 50 del pasado Siglo XX, cuando las renegridas chimeneas arrojaban a los cielos los penachos de humo blanco de los Altos Hornos, en nuestro Abra, en Algorta, junto al contramuelle de Arriluze, se alzaron unos mástiles negros pertenecientes a dos bateas (viveros flotantes), para la cría de mojojones. Cuando en Bilbao, dicen, se comían al rededor de 1.000 kilos diarios de ese sabroso molusco.
Fue un diario bilbaíno, “La Gaceta del Norte” del 14 de agosto de 1955, quien llevaba la noticia a sus páginas: “...Viveros de mejillones en el Abra. Se ve en el Abra bilbaína, el comienzo de una la fuente de modernas producciones, los mejillones. Sabemos que se proyecta llegar a tal aprovechamiento de ésta, hasta hace poco desconocida riqueza marina, que van a ser contratados “ya se han hecho algunos experimentos” expertos profesionales de la natación submarina para llegar al máximo aprovechamiento de este fruto submarino sin esperar a que las aguas lo lancen a la superficie. Son ensayos y adiestramientos caros, 40.000 pesetas por cada sesión...”
Las dos balsas se encontraban cerca del contramuelle, próximas a la punta del morro, de ellas destacaban ocho mástiles negros, estaban destinadas a la cría del mojojón. Cada batea disponía de unas 750 cuerdas de unos seis metros, de las que colgaban las semillas o larvas de los moluscos. Cada cuerda producía una media de 20 a 50 kilogramos mojojones.
Las bateas habían sido colocadas en 1953, y según contaba el guarda: “...La materia prima, el mejillón menudo, se recoge en esta misma costa y otras veces se trae de Galicia. En el primer año se recogieron 40.000 kilogramos...” Explicaba la forma de colocación de las larvas en la cuerdas: “...Se va colocando en torno a la cuerda sujeto con una especie de vendaje de red vieja. No va apretada para deja libertad de movimientos. Después el mejillón se adhiere a las estachas y al crecer rompe las vendas...”
Respecto de la jornada laboral contaba: “...Aquí hay de día y de noche una persona por lo menos y el perro, que es un magnífico auxiliar. Tenemos tres turnos de ocho horas y así se cubre !a jornada, pero por conveniencia propia tenemos establecido un “modus vivendi”, en virtud del cual hacemos jornadas de veinticuatro horas y luego descansamos dos días. El trabajo en verano es agradable, pero los inviernos son tremendos. El movimiento de estas balsas con esas grandes panzas, sujetas «a la gira», son especiales para marearse. ¡Las “borracheras” que tengo cogidas aquí! ¡Y cuántas veces, a pesar de las prendas de abrigo y las de agua, están las manos medio entumecidas!...”
Contaba el trabajador que uno de los mayores peligros para los mojojones eran: “...Las doradas, que en quince días acabaron el año pasado con la totalidad de un vivero. ¡Más de 30.000 kgs. de mejillón! Son tremendamente peligrosas. ¡Sí viera usted cómo nos defendíamos de sus ataques a pedradas! Pero todo fue inútil. Ahora colocamos redes, que protegen el espacio vital de la batea, son muy costosas y además cada red dura escasamente un año...” Para mejorar la sujeción de las redes al fondo marino habían decido: “...Para el acondicionamiento de las redes, vamos a utilizar hombres-rana, que podrán llegar al fondo para sujetarlas a los 15 o 20 metros de profundidad que hay aquí y evitar así las acometidas de las doradas...”
Hablaba también de la recolección de aquellos bivalvos: “...Se hacen extracciones anuales que duran unos tres meses. Durante el verano, con el calor y las aguas calientes, crecen. Y hacia septiembre y hasta noviembre y también diciembre, se hace la venta...” De aquel producto, que resultaba escaso para la demanda que había explicaba: “...Se consumen unos mil kilos diarios, de manera que nosotros -dice- producimos, por ahora, una pequeña parte comparada con este consumo. El resto llega de Galicia. Es que en este momento sólo funciona un vivero, después del desastre de las doradas, pero próximamente se montarán, además de las dos que hay ahora, seis que están en avanzado período de construcción...”
Aquellos sabrosos caparazones negros se vendían en el mercado a unas 8 pesetas el kilogramo. Aquel negocio de las bateas, también se había instalado en Castro, pero la cría en aquel entorno había fracasado, en la que se había invertido cerca de un millón de pesetas.
Pero aquella pequeña planta de cría de mojojones no duró mucho tiempo, ya que antes de finalizar los 50 desapareció. Quedando como único sitio de cría comercial, en Getxo, el embarcadero de Areeta-Las Arenas, de cuyos frutos que crecían en los pilotes, el Bar Artajo de Bilbao tenía la exclusiva. Aunque también hubo quien afirmaba que los mojojones de los pilotes del Embarcadero de Las Arenas, cuya recogida estaba prohibida, para la eran la defensa de aquellos largos apoyos de hormigón.
Antes de terminar esta entrada quiero agradecer a mi amigo, José Ramón Elorriaga, su aportación a esta entrada. Y es que hay trabajos que lucen más cuando cuentan con la aportación gráfica de un amigo, en este caso la que encabeza este artículo. Mila Esker, Elozu.
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