En
la anterior entrada veíamos cómo se producían movimientos
segregacionistas entre algunos acaudalados miembros de la sociedad
bilbaína con residencia en Las Arenas.
Los
miedos a una posible epidemia de Cólera Morbo llevaron durante el
mes de septiembre de 1892 a que la inspección sanitaria a los buques
procedentes de puertos declarados “sucios” se realizara fuera de
nuestro puerto, decía en su portada “El Nervión” del 15 de
septiembre de 1892: “...La
Junta provincial de Sanidad ha acordado que la visita sanitaria se
haga fuera de barra, pero para ello ha tropezado con un serio
inconveniente, cual es la falta de un barco que conduzca a los
médicos inspectores a bordo de buque llegado a nuestro puerto. La
lancha de vapor que a este servicio se dedica, podrá servir para la
ría, pero resulta completamente inútil para lanzarse al mar, por
sus malas condiciones de estabilidad...”
El Gobernador de la Provincia trasladó el asunto a la Dirección de
Sanidad de Madrid y mientras llegaba la solución de dicha junta se
le sugería por parte de la prensa que dicho servicio lo realizara el
vapor de practicaje de nuestro puerto.
Y,
sin embargo, no se era todavía consciente de lo que la misma suponía
para uno de los alimentos llamados “la carne de pobre”, el
bacalao, ya que el mismo procedía de alguno de esos puerto definidos
como “sucios”, decía el diario bilbaíno “El Nervión”:
“...Preocupados
por el peligro inminente de la invasión colérica no hemos caído en
la cuenta de que el verdadero riego para nosotros entraña la
difusión de la peste por las inmediaciones del Báltico: El ministro
de la península escandinava, preocupado por sus fuentes de riqueza,
ha dirigido a nuestro Gobernador una pregunta encaminada a inquirir
sobre la suerte de los abadejos partidos de Hamburgo y de los puertos
Suecos y Noruegos ¿Se consideran como de procedencia sucia?…”
Y efectivamente aquel manjar de pobres procedente de “puertos
sucios” podía minar una de las fuentes de alimentación más
baratas en la época. La carne de vaca andaba literalmente por las
nubes, la de carnero y el pan también. Por lo que ese alimento era
la última trinchera para la clase obrera y los artesanos, ya que les
permitía subsistir con aquellas 3 ó 4 pesetas de exiguo jornal que
recibían. Nuestros más desfavorecidos conciudadanos sobrevivían
gracias al bacalao, el cual comían frito, con aceite y vinagre o
asado, a veces constituyendo la mitad del desayuno o cena; decían en
esos años que: “...Podrá
faltar a los humildes el cocidito con sus piltrafas en las épocas de
paro, pero el bacalao con patatas y pan no le abandona nunca, en esos
día lúgubres en que los ayes de sus hijos le obligan a tender una
mano anhelante al transeúnte...”
Dentro
de las medidas precautorias contra el cólera se indicaban las
siguientes, que estaban dentro de las recomendaciones de la
prefectura del Sena: prestar especial atención al agua, poniéndola
a hervir y utilizarla para fabricar el pan y el lavado de las
verduras. Combatir la diarrea, los vómitos y restablecer el calor
corporal. Para la diarrea aconsejaban un preparado al que llamaban
limonada que se hacía con ácido láctico, jarabe, alcoholaturo de
naranja y agua. Para evitar los vómitos, el preparado consistía en
un elixir a base de extracto de opio, ácido benzoico, aceite volátil
de anís, alcanfor y alcohol de 60º, además de la administración
de pequeños trozos de hielo o bebidas gaseosas cada 20 horas. Para
devolver el calor corporal aconsejaban administrar bebidas calientes
y alcohólicas, tales como café con unas gotas de aguardiente y té
caliente con ron; además de envolver al enfermo con mantas colocando
junto a ellas botellas o ladrillos calientes. Desinfección de todas
las deposiciones del enfermo mediante una solución de sulfato de
cobre. Lavado de las ropas del enfermo con agua hirviendo y si tenían
manchas de sangre añadiendo al agua una solución de potasa. Y
fundamentalmente, para evitar la transmisión, mediante el
aislamiento del enfermo. Respecto de los buques que llegaban de zonas
sucias se establecía una cuarentena y de acuerdo con la Ley del 25
de noviembre de 1855 se cobraba un derecho de cuarentena consistente
en: “...Los
buques de todas clases satisfarán 25 céntimos de real por tonelada
cada día de cuarentena, tanto para los internados en lazaretos
sucios como en los de observación...”
Por
otro lado, a pesar de las quejas que algunos vecinos de Las Arenas
tenían, el Ayuntamiento de Getxo acometía en aquellos días
trabajos de mejora en las redes de alcantarillado de nuestro
municipio. En el pleno del 22 de septiembre de 1892 se hablo sobre
ellos: “...En
un oficio del Gobernador de la Provincia se da cuenta referente a la
autorización que concede, bajo diferentes condiciones para ejecutar
el caño alcantarilla de Las Arenas en la parte que afecta al
muelle...”
El alcantarillado que se estaba realizando en el muelle, junto a las
cocheras del tranvía.
En
aquel mismo pleno se daba lectura a una instancia de varios vecinos
de Santa María en la que solicitaban el traslado de la fuente de
Hormaza, debido a que las obras del ferrocarril de Las Arenas a
Plencia, por el terraplén que estaban realizando hacían que la
situación de la misma fuera peligrosa.
La
necesidad de fondos para la construcción del nuevo templo de San
Ignacio de Algorta agobiaba a sus promotores, por ello el 21 de
septiembre de 1892 enviaban un escrito al Ayuntamiento de Getxo,
asunto que se trató en el pleno municipal del 29 de septiembre de
ese año: “...Se
da cuenta de un oficio de D. Andrés Isasi presidente de la Comisión
Constructora de la Iglesia de San Ignacio, solicitando se le entregue
el plazo de 2.125 pesetas que vence el 30 del actual, de la
subvención acordada por la Corporación Municipal en favor de dicha
iglesia. El Ayuntamiento acordaba transferir dichos fondos en cuanto
la situación financiera lo permitiese...”
Y
mientras se esperaba con temor la posible llegada del cólera morbo,
la viruela hacía las suyas dentro de nuestros barrios. En Las Arenas
fallecía una joven que tuvo que ser trasladada al cementerio de
Algorta por el alguacil del primer barrio. La casa de D. Juan Jose
Torre Libano también era atacada por la temida enfermedad por lo que
el Ayuntamiento decidía: “...Poner
guardias de día y de noche, como viene siendo habitual, para impedir
que nadie salga de la casa donde existe la viruela, poniendo una
mujer para el gobierno del enfermo...”
El
día 30 de septiembre de 1892 la prensa bilbaína “El Nervión”
daba noticia de los avances en la construcción del “Puente de Las
Arenas”: “...En
el puente de Las Arenas que se halla en construcción, se ha tendido
el primer cable de los ocho que han de tenderse para el apoyo del
tablero. Según hemos oído asegurar, en todo lo que resta de año
quedará habilitado para el servicio público…”
En
la próxima entrada de esta serie veremos cómo se volvía a
construir la casa de Dña. Catalina de Mandaluniz, de la calle San
Nicolás de Algorta, que había quedado destruida por un incendio.
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