El
catafalco de “Difuntos de Animas” de Getxo era un mueble
destinado a rezar por los difuntos, que en algunos lares llevaba
dibujada la llamada “Danza de la Muerte”, representada en la
parte superior por un esqueleto pintado portando una guadaña, y en
el paño frontal una calavera con un bonete de tres picos. El túmulo
iba cubierto por un manto de seda negra, armazón funerario que
representaba el féretro de un difunto. Una vieja tradición del
barrio de Getxo (Andra Mari), perdida y ya casi olvidada.
Pero
antes de pasar a esta celebración, hacer un pequeño resumen de
otras, anteriores:
Hay
fiestas cuyo origen se remontan al origen de los tiempos, una de
ellas es el “Día de difuntos”, también llamada popularmente
como “Todos los Santos”. Las tradiciones ligadas a las misma
llegan desde ceremonias de los druidas en tiempos anteriores al
cristianismo. Muchas son las tradiciones que se celebraban en otros
lugares, los celtas lo hacían al dios de los muertos llamado
Samhain, fiesta que coincidía con el día primero de noviembre.
Pero
no iremos hasta la época de las persecuciones de Diocleciano. Ni a
los distintos cambios de fecha en su celebración, acaecida por
primera vez, en tiempos del Abad del monasterio de Cluny (998 d.C.),
que la instauró el 2 de noviembre para honrar a los difuntos. La
fiesta de “Todos los Santos” en sus comienzos se celebraba en
mayo, hasta que el Papa Gregorio-III la traslado al 1 de noviembre,
fecha que ha venido celebrándose hasta nuestros días.
De
sus costumbres nos llega como acto de ceremonial religioso-mundano,
el acudir a los camposanto para adecentar las tumbas y llevar flores
a los familiares fallecidos. Pero existen distintas formas de
celebrar el día de difuntos con distintas tradiciones a lo largo del
Pueblo Vasco. En la provincia de Bizkaia, en Beriz era costumbre
colocar una calabaza, a la que se daba forma con ojos y boca, en la
torre del campanario al anochecer. Esa costumbre estaba bastante
extendida por toda la geografía vasca, y no pocos niños de los años
40-50 recordarán tradiciones similares.
Pero
respecto de ceremonias, sobre todo religiosas, me gustaría recordar
una tradición muy peculiar relacionada con los rituales de recuerdo
a los difuntos, que como casi todas, por transmisión oral, me la ha
contado un buen amigo, ya entrado en años, que la vivió. Esa
celebración era un ritual que en los años 40-50 se realizaba en la
Iglesia de Andra Mari de Getxo el día 2 de noviembre.
A
la misa de difuntos, que se celebraba el día 2, acudían todos los
feligreses de getxo (Andra Mari), siguiendo una costumbre que aún
hoy se mantiene, los de la zona de arriba (Goierri) lo hacían por el
pequeño pórtico que da al actual Batzoki, y los de la zona de abajo
(Bearri) por el pórtico que da a la campa de la iglesia. Todas las
señoras iban vestidas de negro, cubiertas con mantillas largas del
mismo color; los señores con chaqueta y boina negra. Durante la misa
de difuntos del mes de noviembre, misa mayor de las 10 de la mañana.
Entonces las mujeres se colocaban en la parte trasera del templo, que
era el lugar donde, en el XVIII estuvieron las sepulturas de los
difuntos. Allí, guardando el mismo sitio que de forma oral se
transmitía de padres a hijos, las etxekoandres colocaban un paño
negro con cuatro candelabros en las cuatro puntas del paño. Familia
y amigos acudían a las “sepulturas” y depositaban en los paños
un puñado de monedas que después de contarlas las dejaban en el
bonete que el párroco llevaba en una mano. El párroco rezaba “in
situ” un Pater Noster por cada tantas pesetas. Después asperjaba
con el hisopo en la falsa sepultura. Había un grupo de chirenes que
decía invariablemente: “...Hoy en casa del párroco comen
chuleta...”. También era tradicional colocar un enlutado
catafalco, de forma rectangular, bajo el cual llevaba unas ruedas que
permitían su desplazamiento. El túmulo iba cubierto por un manto de
seda negra con diferentes grabados relacionados con la muerte, a
ambos lados se alzaban unos imponentes candelabros (tres en cada
lado); en su frente se colocaba un banco-sillón para tres en el que
se sentaban los celebrantes. Este armazón era colocado en el pasillo
central de la nave, frente al altar. Junto a él se cantaba el
“Liberame Domine de viis inferni”.
En
un momento de la ceremonia religiosa, los celebrantes, junto a los
asistentes y los monaguillos salían por la puerta que da a la campa
de la iglesia, por Bearri; se desplazaban en procesión hasta la
parte posterior de la iglesia (detrás del altar mayor), junto a la
calle Maidagan, allí, en el centro del la pared, en una hendidura de
la misma, existía una especie de pequeña sepultura, coronada por
césped, de unos dos metros de altura, en la que decía la tradición
que era una antigua huesera. Tras realizar una breve ceremonia con
cánticos en latín, el celebrante provisto de acetre e hisopo
bendecía los restos. La comitiva regresaba al interior de la
iglesia, esta vez por la puerta de acceso de Goierri, junto al
Batzoki, donde continuaba la misa de difuntos hasta su finalización.
Parece
que la prohibición de introducir cuerpos de difuntos en la iglesia
durante las exequias, en algunos tiempos, dio origen a una práctica
de carácter formalista, que consistía en colocar en el centro de
la iglesia y ante las gradas del presbiterio un armazón funerario
que representaba el féretro del difunto.
Esta
tradición, quizá con aportaciones de mayores que vivieron aquellos
días, más adelante pueda ser completada. Pero quede esta referencia
de una tradición funeraria de nuestro Pueblo.
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