Ahora
que algún clérigo dice que “el demonio
ha
metido un gol”, y teniendo en cuenta los derroteros violentos que
este deporte arrastra en las últimas fechas, viene a cuento recordar
los tiempos en las que “El ángel de Alas Negras” y la
“violencia” oratoria de los mismos, daba a nuestras calles un
aspecto tenebroso.
El
ángel de negras alas, así denominaban en 1898, a uno de los días
más lúgubres en el santoral católico, el Viernes Santo. Fecha en
que ni las campanas anunciaban desde la cercana iglesia, con su
tañer, el aviso de la misa, ni el giro sonoro de la veleta en su
torre dejaba su anuncio. Conmemoración en la que hasta las sombras
ocultaban las estrellas.
La
cuaresma y la llamada Semana Santa de la que D. Agustín de
Villoslada dijera en 1870: “...«La
Cuaresma con su abstinencia, la Semana Santa con sus sublimes
tristezas y alegrías, son los aniversarios más faustos, que asaltan
y se apoderan del corazón de todo hombre, nos obligan a todos a un
inventario universal. Ninguna fecha, ningún aniversario puede pasar
sin traernos un contingente de recuerdos»...”
Y algo de eso hay en esta entrada, los recuerdos de lo vivido durante
los años en los que esa fecha nos marcaba, de alguna forma nos
atemorizaba con aquellos “ejercicios espirituales, que algunos
clérigos lanzaban contra nuestro aún, inocente intelecto.
Los
centros religiosos, las iglesias, ofrecían a comienzos de los años
40, a los asistentes, oficios y maitines, que en los diversos barrios
eran atendidos por predicadores, a veces llegados de otros pueblos.
La iglesia de San Nikolas de Bari de Algorta contaba con el P.
Mezquita del Corazón de María; la de Las Mercedes de Las Arenas era
atendida por D. Atanasio Goioechea y la de los Trinitarios de Algorta
corría a cargo del P. Felix de San José. La circulación rodada
quedaba suspendida desde las 18 horas del jueves hasta las 24 horas
del viernes, exceptuando los entierros, vehículos sanitarios y los
de abastecimiento. El viernes, durante todo el día, era obligatorio
guardar ayuno y abstinencia, incluso para los que disponían de
“Bula”.
Incluso
en los 60, durante esos días, en que oscuros capirotes, cual
procesión de embozados de Tennessee, llenaban nuestras calles, dando
a las mismas un aspecto lúgubre. Días en los que hasta la música
callaba, el cine cerraba sus puertas, y un manto de silencio cubría
las calles. En los que en la mayor parte de los pueblos, o se optaba
por el monte o se seguía la “piadosa” costumbre de visitar las
llamadas “Estaciones”, durante la tarde-noche del Jueves al
Viernes Santo. En ese intervalo se producía el llamado sermón de
las “Tres horas”, que iban desde las doce del mediodía hasta las
tres de la tarde-noche. De las cuales decía la prensa de la época:
“...«¡Tres
horas mortales que parecen no acabar nunca!»...”
Se referían al drama del Gólgota.
Entre
los personajes que acudieron a nuestros barrios para celebrar la
Semana Santa, cabe mencionar que en 1963, llegaba a la iglesia de los
trinitarios el monarca Belga Balduino. A quien esperaba a la entrada
del templo el superior de la orden de los Trinitarios P. Andrés de
Cristo Rey, que le acompaño al coro para evitar que fuera visto.
Fechas
que sin embargo, al menos para los más jóvenes, se hacían eternas,
sepulcrales. Hasta las gentes parecían enfadadas, serias y
taciturnas. En esos días ellas iban cubiertas con negras mantillas,
ellos con sus mejores trajes de color oscuro. La diversión había
quedado prohibida. Hasta la prensa callaba. La música y los
espectáculos (cine) también. Los conciertos sacros, venían a
sustituir las canciones de Chuck Berry o Elvis Presley. La propia
radio veía enmudecer sus espacios musicales, emitiendo “música”
religiosa. Se prohibían los bailes y cerraban los escasos teatros de
Bilbao. El único sonido permitido era el de las sonoras carracas del
Viernes Santo, que decían servían para matar al “Ángel de Negras
Alas”.
Incluso
bien entrados los año 60, y con la TVE en funcionamiento, los
espacios que retransmitían eran de corte religioso, con viacrucis y
procesiones desde diferentes lugares de la geografía del estado. Y
no hace tanto tiempo, en 1970, los espectáculos públicos, incluidos
los cabarets, eran suspendidos por la autoridad gubernativa, desde el
jueves hasta el amanecer del domingo; en esas fechas se levantaba la
veda a los espectáculos cinematográficos, siempre que fueran
películas autorizadas para menores de 18 años.
Hasta
las tabernas estaban prohibidas. Y como decían anteriormente solo
quedaban dos opciones, acudir a ver los “Monumentos”, conocidos
como “Estaciones”, especie de altares, cubiertos por un dosel de
terciopelo de color granate, rodeados de flores y candelabros, que
en la parte superior, a la que se accedía por una escalinata
central, tenía una especie de retablo-altar. En ese espacio, el
aroma del incienso lo embargaba todo, en medio de un silencio
atronador de mantos morados, dando al mismo un aspecto sepulcral. Un
“espectáculo”, en el que al menos podíamos ver y socializar
nuestro aburrimiento, que nos permitía alegrar algo nuestro tedio,
con la visión de nuestros amores juveniles.
O
salir al monte, opción que nos alejaba del silencio fúnebre, que
parecía haber cubierto nuestras calles, con salidas a lugares, más
o menos próximos, los tiempos no daban para grandes aventuras. La
Arboleda era uno de esos espacios, en los que el silencio se rompía,
los controladores no nos amonestaban, y algunos pequeños destellos
de alegría salía de nuestras voces y de alguna guitarra, dando
rienda suelta a nuestras ganas de diversión. Cualquier espacio
abierto, alejado de inquisitoriales guardas, era bien venido. Pero
hasta el tiempo parecía empeñado en estropear aquel ansía de
música y libertad, el jueves y viernes eran unos días, a los que
muchas veces la lluvia acompañaban.
Hasta
nuestros escasos hábitos alimentarios eran modificados, siendo
sustituidos por el ayuno y la abstinencia, que los más pudientes,
durante la cuaresma, habían logrado salvar, pagando aquella
recaudación eclesiástica llamada “La Santa Bula”.
Días
de silencio que solo eran rotos por el tañer de las campanas del
sábado a la noche, que anunciaba el nuevo día, lleno de colorido y
fiesta, en el que por fin se habían acabado algunas de las
prohibiciones, los cines volvían a abrir y los bailes en las plazas
publicas se llenaban de jóvenes. Sólo las mujeres, con su estigma
coqueto, estrenaban zapatos o un trajecito de verano, mientras que
ellos solo lucían un novedoso blanco pañuelo en la solapa, para
anunciar la Resurrección del Señor. Pero eso sucedía el Domingo de
Resurrección.
Y
cómo en estos días, muchos aprovechamos para hacer salidas al
monte, visitar poblaciones cercanas, y otros viajan a otros lugares,
dejaré descansar mis páginas hasta el próximo martes
día 3 de abril.
!DESCANSAD,
DISFRUTAR Y CUIDADO CON LA CARRETERA!
Nostalgica entrada. Recuerdo que en las iglesias las figuras de los santos se cubrían con unas fundas que les daban un aspecto fantasmal. Yo tenia una carraca y mi amama me decía que haciéndola sonar mataba a los judíos que habían matado a Jesús, y yo (5 ó 6 años) dejaba a Eichmann a la categoría de aprendiz.
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