En
la anterior entrada veíamos cómo el contrabando de vinos, licores y
aguardiente iba en aumento y dañaba a las mermadas arcas
municipales; y cómo las procesiones y su transcurrir a veces
causaba algunas discrepancias entre vecinos.
En
octubre de 1881, un grupo importante de vecinos, unidos en torno a la
reivindicación de que se construyera el camino que enlazaba San
Martín con la carretera provincial que iba hasta Urduliz, solicitaba
al Ayuntamiento: “...«Se
construya por el Ayuntamiento el trozo de carretera desde el punto
llamado San Martín al Ángel, pero que antes la Diputación lo haga
desde Urduliz al punto llamado el Ángel»...”
El ayuntamiento añadía: “...«Haciendo
saber los derechos que sobre esta carretera asisten a este Pueblo,
teniendo siempre presentes los grandes sacrificios que se han hecho
para construir a costa de este Ayuntamiento la carretera existente,
desde el referido punto de San Martín hasta empalmar con la del
Gobierno en el Muelle de Las Arenas»...”
Consultaron con tres abogados para garantizar que la decisión que
iban a tomar, en su día beneficiara al municipio.
El
13 de octubre de 1881, el Ayuntamiento, previa aceptación del
Gobernador Provincial, recepcionaba las obras de la nueva Casa
Consistorial de san Nicolás: “…«Acto
continuo pasó el Ayuntamiento con la asistencia del secretario
municipal a la nueva Casa Consistorial, y una vez instalado en la
misma, certificó que la misma se halla de acuerdo a los planos y
condiciones, y puede este Ayuntamiento recibirla con las formalidades
debidas. A continuación indicó el Alcalde que la mesa colocada en
el Salón Mayor, pasara al lado opuesto del mismo, y que se separara
del resto con un enverjado o barandillado de madera, por delante del
local de la presidencia. Así mismo acordaron que mientras el
Ayuntamiento no disponga de otra cosa, queden independientes esta
nueva Casa Consistorial y el Juzgado, destinándose el antiguo salón
de sesiones a oficinas de dicho Juzgado»...”
Los
haberes de la Fundación Cortina, que habían sido depositados en
cien obligaciones de primera serie del ferrocarril de Tudela a
Bilbao, depositadas en el Banco Bilbao, y que fueron depositadas por
Dña. Rogelia de Cortina y D. Luciano de Alday el día 24 de marzo de
1879, habían vencido a primeros de aquel mes, y fueron depositadas
en el Banco, autorizaba el Ayuntamiento retirar los intereses de las
mismas, para atender las necesidades de la Escuela de Niñas Pobres.
Era
mediados de octubre y el alumbrado público volvía a primera línea
de las necesidades municipales. La persona que se iba a hacer cargo
del mismo era D. Saturnino Cruz de Azcorra. El Ayuntamiento convino
con dicho rematante lo siguiente: “...«desde
el día de mañana 14 de octubre de 1881: El combustible o esencia
mineral para el alumbrado, que tiene en existencia el Ayuntamiento,
será tomado por el rematante, y será abonado cuando reciba el
importe del primer trimestre, debiendo poner una fianza del 5%»...”
Pero el fuerte viento de aquel otoño, en la noche del 20 de octubre,
acabaría dejando todos los cristales de la farolas rotos, parecía
que hubiera pasado una banda de jovenzuelos alborotada.
Finalizaba
octubre de 1881. Una nueva amenaza en forma de enfermedad se cernía
sobre nuestros vecinos, la temida Viruela. El consistorio, con el fin
de cortar su propagación por nuestro Pueblo, tomaba medidas,
iniciando una campaña de vacunación para niños y de revacunación
para mayores. La vacuna la trajo desde Bilbao D. Antonio San Martín.
Era
noviembre de 1881 cuando se le concedía al Cartero, que administraba
la valija municipal, el permiso para abrir la valija en el salón del
Casino Algorteño: “...«Como
lugar muchísimo más decente y seguro que el que antes se abría»...”
Solo que surgió un pequeño problema, el cartero oficial cayó
enfermo y le suplió el peatón D. Antonio San Martín: “...«quien
desde el primer día comenzó a abrir la valija en su propia
casa»...”
Cosa que a decir de lo descrito en las actas municipales:“...«causó
un gran malestar entre algunos sectores del vecindario, por lo
impropio que es el que la valija sea abierta en la casa del referido
peatón»...”
El primer teniente de Alcalde había preguntado al cartero suplente
que:“...«¿Con
quién había contado para tomar tal determinación?, a lo que el
referido peatón contestó de una manera impropia diciendo que
¡continuaría abriéndola en su propia casa!»...”
El primer teniente de Alcalde, puesto que iba a otros asuntos del
municipio a la Capital, aprovechó para informar de esta
circunstancia al Administrador de Correos Provincial, quien dio orden
de que dicha correspondencia, desde aquel mismo día, se abriera en
el Salón del Casino. La función del correo peatón era la de
recoger y llevar la valija a los vecinos, llevándola a pie hasta
Bilbao. Pocos años más tarde, en 1884, una carta remitida desde
Algorta al “Noticiero Bilbaino” decía:“...«que
debe emplear en el trayecto de cuatro a cinco horas (se entiende, a
pie)»...”
Un poco más tarde, en 1886, la pieza del salón del Casino
Algorteño, actual bar, tomaba forma gracias a alguna sugerencia de
D. Vicente Arana, colaborador habitual de “El Noticiero Bilbaino”,
que entre las recomendaciones que realizaba para el barrio de Algorta
incluía el 21 de agosto de ese año: “...«trasformar
en despacho de refrescos la pieza inmediata al salón de baile del
Casino algorteño…, Mejorar el servicio postal entre Bilbao y
Algorta»…”
El
7 de diciembre de 1881 se solicitaba autorización para instalar un
horno de pan en la casa Tatoena de Algorta.
A
mediados de noviembre de 1881 el fraude y la introducción
fraudulenta de bebidas espiritosas eran causa de la intervención
municipal. Tanto que fueron la causa de la destitución de uno de los
vigilantes municipales: “...«Por
haber colaborado en la introducción fraudulenta de media pipa de
caña, y nombrando un nuevo vigilante D. Francisco Lapresa, a quien
se le aumentaron hasta 10 reales el sueldo»...”
A
mediados de diciembre de 1881, parece que el tema del fraude en el
pago de impuestos de bebidas era alarmante, a decir de la decisión
que tomaron el día 22 de dicho mes: “...«la
compra de dos revólveres para proveer de ellos a dos vigilantes,
para que no se haga fraude a los fondos municipales, con la
introducción de vinos y aguardientes, sin pago de los derechos
correspondientes»…”
Los revólveres fueron comprados en el establecimiento bilbaíno de
D. Bonifacio Galdasoro. Se pagó por ellos 172 reales.
Cuando
ya estaba a punto de finalizar el año, el 24 de diciembre de 1881,
siguiendo la tónica de los meses pasados, y quizá con motivo de las
fechas navideñas, la introducción fraudulenta por la noche, lo que
dificultaba su localización, de bebidas como el vino, era un goteo
constante. Esto preocupaba a nuestros ediles, ya que quienes cometían
aquellos actos dificultaban lo que verdaderamente preocupaba a
nuestros mandatarios, el cobro de los impuestos municipales.
Y
aunque ya quedaba lejos la última guerra, que había terminado el 29
de febrero de 1876, las demandas de pagos de suministros de guerra
seguían llegando: “...«Una
carta de D. Baldomero Burreros, vecino de Madrid, referente a
suministros hechos a las tropas del Gobierno por este municipio,
durante la última guerra»...”
No se supo si algunas de aquellas demandas respondían a suministros
realizados, o formaban parte de la picaresca de algunos de los que se
beneficiaron de aquellos hechos bélicos. Pero lo que si se sabe es
que nuestro municipio contestó: “...«que
ninguna razón ni datos se encuentra en las oficinas de la Comisaría
de Guerra, de la Diputación de esta Provincia, sobre dichos
suministros, por lo que no procede dicho pago»...”
La
seguridad de nuestros prácticos volvía a estar en la palestra, y se
recordaba las disposiciones contenidas en el Boletín Oficial de la
Provincia, que exigían la utilización de chalecos salvavidas, a
quienes se dedicaban a la actividad del practicaje.
En
la próxima entrada veremos cómo se
exigía a los médicos y farmacéuticos, que se hicieran cargo de la
atención de las familias pobres; y cómo algunas obras del municipio
iban concluyendo, entre ellas el Puente de Larrañazubi.
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