En
la anterior entrada veíamos cómo daba comienzo el año 1881, y cómo
arreciaban los problemas con el barquero de la ría; también cómo
el alumbrado público era otro de los asuntos que preocupaba a
nuestros ediles. En esta seguiremos con otros aconteceres de aquellos
días.
A
principios de abril de 1881, el juego de pelota en el frontón de la
Casa Consistorial de San Nicolás de Algorta veía peligrar su
continuidad. El Consistorio decía: “...a
fin de evitar algunos abusos y falta de respeto a los divinos
oficios, que puedan resultar del juego de la pelota, construida en el
piso bajo de la Casa Consistorial, lugar destinado a mercado o plaza
en los días lluviosos. Acuerda este Ayuntamiento: «Se fije un Bando
prohibiendo terminantemente jugar a la pelota en dicho local mientras
se están celebrando los divinos oficios»...”!No
parece que al prelado de San Nicolás le gustara mucho el juego de la
pelota, o quizá no viera con buenos ojos la falta de asistencia de
aquellos deportistas a sus funciones!. Si embargo, el Ayuntamiento,
quizá haciendo obediencia de las recomendaciones del cura, avisaba
con un oficio a los maestros y maestras de las escuelas de Algorta:
“...que
espera concurran con los niños de las escuelas a la procesión del
Viernes Santo...”
El
23 abril de aquel año, el puente de Larrañazubi presentaba un
estado lastimoso, por lo que los vecinos de Baserri solicitaron al
consistorio, se rehabilitara dicho puente ya que era esencial para
las comunicaciones de dicho barrio con el resto del municipio. El
Ayuntamiento encargó al maestro de obras que valorara la
construcción del mismo con madera y piedra.
La
hidrofobia volvía a traer de cabeza a nuestros vecinos, mientras que
en febrero el Ayuntamiento había decido retirar los bozales a los
perros por la ausencia de signos de hidrofobia en los alrededores.
Nuevamente en abril volvían los rumores de la amenaza hidrófoba. El
Ayuntamiento acordaba: “...«se
publique por medio de tamboril y anuncio al público, que todos los
perros sean amarrados o recogidos por los dueños en sus casas, de
día y noche, y el que se encuentre en la calle, con bozal o sin el,
sea matado por los alguaciles, desde mañana a las diez en adelante,
proporcionado escopetas y munición por cuenta del Ayuntamiento»...”
No obstante uno de los regidores, el Sr. Berasaluce, trató de poner
cordura a aquella decisión, aunque sin lograrlo, su propuesta era:
“...«en
lugar de matarlos en la calle sean recogidos, los que así se
encuentren, con lazos u otros medios, y llevados a una perrera, y
sacrificados si no aparecieran sus dueños»...”
La obsesión por la enfermedad hacía que de un mes a otro cambiaran
las condiciones. En mayo volvía el tamborilero a hacer sonar su
atabal, anunciando que los perros quedaban en libertad para andar por
las calles. Aunque más tarde, en junio, la aparición de un can
desconocido con síntomas de rabia, volvería a levantar las alarmas.
Los
socios del Casino Algorteño veían necesario instalar un buzón para
recoger y enviar su correspondencia, por ello el Presidente de la
entidad solicitaba al Ayuntamiento el día 28 de abril de 1881 la
instalación de uno en su fachada. El consistorio accedía a las
pretensiones a condición de que estuviera bien protegido y abierto
día y noche para todo el público. No todos los ediles estuvieron de
acuerdo. D. Feliciano de Ansoleaga cuestionaba la iniciativa, ya que
la distancia que separaba el Casino de la llamada “Casa Carnicería”
(parada del tranvía) era de escasos metros, y en ella existía otro
buzón. A pesar de que acordaron suprimir el buzón de la carnicería,
pocos días más tarde cambiaban de parecer y dejaban los dos.
El
30 de abril dimitía el músico mayor (director) de la que en las
actas llamaban Banda o Charanga, D. Idelfonso Arrola, Era nombrado
director de la misma, de forma provisional hasta que se nombrara
otro, al músico y sacristán de la parroquia de San Nicolás D. Juan
Bautista Larrazabal.
Era
el mes de mayo de 1881 cuando se trataba de la situación de la calle
que recibía el nombre de “Peligro” en el Puerto. La descripción
que realizaban de la misma daba razón al nombre: “...«está
en muy mal estado y es muy peligrosa, sobre todo por la noche, el
poco tránsito de persona por la Calle Peligro, desde el punto junto
a la casa Padrena hasta encontrarse con la calle Tánger (actual Ribera), cerca de Mugaburu Nueva»...”
decidían arreglar dicha calle en un plazo breve de tiempo. Obra que
saldría a remate en julio de aquel año.
El
Consistorio creía llegado el momento de que el tranvía llegara
hasta el Casino Algorteño, y comisionaba el 12 de mayo a los
concejales Sres. Beeretega y Ansoleaga para realizar las gestiones a
fin de que gestionaran ante la Compañía del Tranvía dicho
objetivo.
A
finales de mayo, los baños de mar venían a ocupar el tiempo a
nuestras autoridades locales, ya que de dicha actividad dependía una
parte importante del presupuesto municipal. Ordenaban la calle que
iba desde la ermita de Santa Ana hasta el muelle de la playa,
dividiendo en 16 lotes de sesenta pies de fondo el espacio que
quedaba desde el callejón próximo al muelle hasta el pretil del
mismo, para la colocación de las casetas de baños de mar.
Se
publica en el Boletín Oficial de Vizcaya del 4 de junio de 1881, una
noticia referida a la emigración de: “...«jóvenes
del bello sexo a las Américas y otras sobre perros atacados de
hidrofobia»...”
El consistorio decidía colocar anuncios en los lugares de siempre y
enviar una copia a la Parroquia de San Nicolás para que la
publicitara el párroco.
El
día primero de julio de 1881 se nombraba nuevo Alcalde en la figura
de D. Manuel de Zalduondo; y como tenientes de Alcalde a D. Jose
Ramón de Ansoleaga y D. Evencio de Cortina.
A
principios de julio de 1881 se establecían las condiciones para los
responsables de la Alhóndiga de Las Arenas: “...«El
administrador de arbitrios de vinos, aguardientes y demás licores o
bebidas de esta Anteiglesia, lo hará bajo las siguientes
condiciones: 1ª Será responsable de todas las cantidades que reciba
en la alhóndiga, tanto de vinos y licores como de las demás
bebidas sujetas al pago de derechos. 2ª Tendrá obligación de
conducirlas a las tabernas o casas de venta en todo el municipio y
cantidades que le sean pedidas. 3ª Podrá expenderlas al menudeo en
cantidades que no pasen de un azumbre de vino y aguardiente y
botellas de licores. 4ª Se fija como precio máximo de venta 5
reales por cantara de vino, un real en cada azumbre de aguardiente y
medio real por botella de licores. 5ª Será obligación del
administrador de la alhóndiga, presentar diariamente al Regidor D.
Ángel Zavala los recibos que acrediten la venta. 6ª Será también
obligación del administrador de la alhóndiga, tomar nota de los
chacolíes que se hallen a la venta, quedando prohibido al
administrador tener a la venta chacolíes en la alhóndiga»...”
Aquel año la administración de la Alhóndiga quedo al cargo del
ayuntamiento por no haberse presentado nadie que cubriera las dos
terceras partes de la base de puja establecida. Por ello decidieron
que para evitar los abusos que se estaban produciendo en la
introducción de bebidas y precios, que lesionaban los intereses
municipales: “...«en
el vino común solo se podrá introducir en el pueblo, cada vez, la
cantidad de cinco cántaras siendo en pellejo, y seis cuando se
introduzcan en barriles; en aguardiente un azumbre; en licores
solamente seis botellas cada vez y en cerveza un barril o cuatro
docenas de botellas»…”
Días más tarde el consistorio, tras rebajar las condiciones del
arbitrio, veía presentar dos propuestas para hacerse cargo de la
Alhóndiga Municipal de Las Arenas. Los solicitantes fueron D. José
María Ordeñana y D. Idelfonso Arrola, quedando este último
seleccionado para la administración de aquel local de bebidas.
En
la próxima entrada veremos cómo en la taberna del Ángel, además
de vender chacolíes se empezaba a negociar con tabacos; y como
surgía un conflicto por culpa de los bancos de la iglesia de San
Nikolas de Bari de Algorta.
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